jueves, 26 de marzo de 2020

Asúmelo, no eres atractivo. Un cuento breve.



- Asúmelo, no eres atractivo.

Juliett le espetaba las palabras a Marcus, sin otro objetivo que poder contemplar cómo se retorcía de dolor al herir sus sentimientos. Ver sus muecas y el trazo que las lágrimas dejaban sobre su rostro. Simplemente eso, observarle en el sufrimiento. Le daba igual que asumiera que no fuera atractivo, simplemente sabía que eso podría causarle cierto revuelo desagradable en su edificio de ego, le haría dar un paso más en la cornisa endeble de sus seguridades, le conduciría por el camino del autodesprecio y eso a Juliett le parecía una sutil venganza...

Y entonces pensó, ¿venganza?,... ¿de qué?

Juliett había perdido el hilo que le había llevado hasta esa necesidad de castigar a Marcus, ese hilo desperdigado por el laberinto de sus sensaciones se había desmadejado en su cabeza, su esquema de valores en la relación con Marcus estaba descompuesto, contemplaba el montaje escénico de su amor, desordenado, y se sentía incapaz de colocar todo el atrezzo en su lugar. Solamente podía vislumbrar su necesidad de ver sufrir a Marcus pero no sabía cómo había llegado a la misma, tan solo alcanzaba a discernir confusamente que le producía cierto regocijo.

- Mírate, tú, el bueno de Marcus, con su pedantería y complacencia tras soltar sus discursos, enrevesados, llenos de sabiduría y de empatía...de falsa empatía Marcus. Tu jamás te has identificado conmigo...ni con nadie. Vives pensando que la empatía es tu gran valor cuando la realidad es que solamente posees la soberbia del solitario, el desprecio del...

En ese momento Juliett paró, miraba a Marcus, silencioso. Posiblemente era la primera vez que le veía así, sin responder. Acostumbrada a sus respuestas rápidas, ágiles e ingeniosas, sus vericuetos argumentales, su verborrea que ya le resultaba insoportable y, ahora, estaba callado. La miraba, se acordó de una canción "eran las seis y aún hablabas, mientras que yo callaba otra vez"...pero esa no era otra vez para ella, era la primera vez que Marcus callaba y simplemente miraba, de manera fija, sus labios. Parecía como si fuera sordo y el único modo de entenderla fuese intentando descifrar el movimiento de su boca. Miraba y, tímidamente, al fin, pudo descubrir como una lágrima brotaba y se deslizaba en una carrera vertiginosa azuzada por el dolor hacia la comisura de sus labios.

- ¿Y ahora qué? -preguntó Juliett

Marcus la miró, y otra lágrima, y otra más, hasta formar un arroyo, compitieron en llegar al mismo lugar que la primera.

- ¿Ahora...? - Marcus sollozó como sollozan las plantas al alba cuando el rocío las abandona, en silencio. Se tragó su gemido de tristeza.

Mil imágenes nublaron su pensamiento, mil conversaciones fueron revividas en un instante ausente de tiempo, donde pasados vividos y futuros imaginados se mezclaron, un instante donde Marcus experimentaba toda la realidad de ser parte de Juliett, un instante donde la barbarie en la que Juliett le había enterrado, sepultado por una infinidad de horrores pronunciados las palabras de Juliett saliendo
de su boca como si del sombrero de un mago se tratara.

- Ahora, solamente me queda quererte.

Marcus se levantó, torpemente, del sofá en el que llevaba sentado más de una hora, se dirigió al recibidor donde había un espejo en el cual miles de veces se habían observado juntos para ver cómo iban vestido, en el espejo donde se habían hecho fotos riendo, el espejo ante el cual habían hecho varias veces el amor para disfrutar de la visión de sus cuerpos excitados. Se miró, volvió la mirada hacia Juliett y en una mueca cuyo sentido jamás podría descifrarse, y de manera pausada, afirmó

- No, no soy atractivo. No lo era antes de que me amaras y a partir de ahora volveré a no serlo...así que no es la primera vez que tengo que asumirlo.

Tras ello cogió un sombrero Fedora, volvió a mirarse al espejo, susurró "ni siquiera con sombrero", y salió a la calle.


martes, 17 de marzo de 2020

Día 2, desempolvando viejos ropajes




Días de plaga, pandemia, coronavirus, COVID_19 lo han bautizado, decretos de permanecer en las casas. Días de cerrar la puerta y echar la llave.

En estos tiempos de encierro, voluntario y obligado al mismo tiempo, en estos tiempos donde una pared de libros me contempla, en estos tiempos voy y recojo los trozos de mi alma que tengo arrinconados en las esquinas de mi cuarto. Las pequeñas esencias que configuran mi espíritu y que me iba quitando día tras día, como el que se desviste con la intención de lavar la ropa y volver a ponérsela en un tiempo cercano, pero esos pedazos de mí mismo no pasaban por el jabón reponedor, los dejaba tirados. Ya me los pondré, me decía, y así pasaban los días, semanas, meses…años. Con una parte de mí, de mis esencias, enmohecida, sepultada por lo insulso, por lo práctico, por la fealdad que nos rodea, por el famoso “día a día”.

Estos días me permiten limpiar, mi habitación, mi “día a día” se convierte en un tiempo para conmigo, para ver dónde estoy y encontrarme esos residuos de una vida pasada, para recogerlos, pasarles el jabón merecido e intentar que mi alma vuelva a beber de ellos. Uno no es el “día a día” porque el día a día que nos encontramos es el tic-tac de un reloj que no elegiste de manera absoluta, pero del que eres un engranaje. Ese día a día nos dice que debemos tener la suficiente grasa para seguir funcionando de manera suave, que debemos tener la rueda dentada con las aristas perfectas para no entorpecer el resto de los mecanismos. Y para ello nos cambiamos de ropajes, deslizamos nuestras pasiones adolescentes al final de la mesa, “ya me ocuparé de ellas en algún momento” nos lo decimos sin pensar que ese momento no llega nunca pues debemos seguir girando para que el mecanismo no se detenga, el reloj debe dar la hora. Todos los días, el día a día. Lo curioso es que las horas siempre son las mismas, no encontramos horas intrínsecamente distintas y los momentos que se suceden, los que sí llegan, llegan iguales unos a otros, pero nosotros seguimos engarzados en una rueda eterna e inviolable, seguimos formando parte de la rutina que lleva a los esclavos a empujar las ruedas que accionan una y otra vez las poleas que elevan toneladas de piedra, contribuyendo a construir una montaña de granito y pedernal cuyo fin no entendemos. Pero seguimos subiendo piedras.

Estos días desempolvo canciones y libros. Suenan melodías, Scott MacKenzie hablando de flores en la cabeza y me encuentro con “La Peste” de Camus. No se me ocurre mejor lectura para estos días, no soy de releer pero en esta ocasión me parece que es lo que toca. Recordaré en cada página los días en los que la leí por primera vez. Días en que lloraba más pues la sensibilidad es algo que te van quitando cuando te engranas en la maquinaria, antes me regía prácticamente por comportamientos sensibles con una dosis necesaria de practicidad. Ahora…

Recoger a Camus para volver a experimentar el secuestro al que la plaga somete la ciudad de Orán me resultará curioso. Cuando lo leí en su día no podía sospechar que una ciudad como Madrid o, simplemente, la ciudad en la que yo vivo, pudiera pasar por semejante trance. Experiencias raras, situaciones extrañas, confinamiento para evitar que el virus se extienda entre los ciudadanos. Informes y ruedas de prensa de los responsables. Calles vacías. Ciudad fantasma. Y el país que se engalana de silencio en una larga vigilia a modo de respeto y velatorio por los primeros que la enfermedad ha arrebatado. Horrores y miedos, salud y economía, y las paredes de ladrillo como muralla.

En estos días es tiempo de recomponer todo lo que se nos ha ido cayendo durante años de no saber a lo que renunciamos, de volver a juntar los pedazos auténticos de nuestra alma para, al menos, pegarlos y ponerlos en una limpia estantería. Tiempo de recoger nuestros ropajes del pasado para coserlos y volver a vestirlos aunque solamente sea los domingos, cuando volvamos a salir a las calles.

17/03/2020

domingo, 1 de marzo de 2020

No oírte
No saberte
En mi rincón sucio sin olerte
No escucharte 
No poseerte
Con la hiel de mi odio indecente
No sentirte
No conocerte
Con el viento del deseo impenitente 
No entenderte
No mirarte
Con acordes disonantes por quererte
No culparte
No tocarte
Sin tu oasis de dulzura en mi desnuda frente
¿No lo entiendes?

Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...

  Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...