Causalidad en el terreno de lo ambiguo. Dodge Juárez Short
Stories
Dodge Juarez era un personaje singular, apenas tenía tiempo
para escucharse a sí mismo pero, por el contrario, tenía una cantidad
considerable de minutos para contemplar la belleza de una mujer. Si además la
misma le acariciaba con los susurros de una brisa marina, con aromas de frescas
esencias, entonces los minutos eran horas o sencillamente la eternidad se
posaba en el regazo de sus urgencias haciéndolas dilatarse en una perspectiva
incierta, en un futuro engañoso.
Pero Dodge no podía escucharse a sí mismo, no se soportaba.
La mera idea de una tarde solo escuchando sus pensamientos le resultaba
torturadora. Incapaz de asumirla, se dedicaba día tras día a buscar compañía de
cualquiera que estuviera dispuesto a transcurrir una tarde entre conversaciones
banales o simplemente saboreando cervezas en una terraza céntrica de MadTown.
Un teléfono lleno de números le permitía acompasar sus
deseos de huida de la soledad con la posibilidad de que alguno de sus contactos
tuviera ganas de salir. Y siempre tenía fortuna. El día que se le daba bien
además terminaba en una cena con una agradable mujer con la posterior copa en
su apartamento. Otros días terminaba en un bar de jazz con Pete Falseman, amigo
de toda la vida, compañero de universidad., hablando sobre cómo sería un mundo
sin reglas o bien sobre cómo sería el mundo si el otoño no te recordara el
color gris.
Pete y Dodge tenían asignados colores a las estaciones, el
otoño era gris, el invierno blanco, verde para la primavera y un amarillo
intenso para el verano. Estos colores se les habrían ocurrido a cualquiera,
pero ellos alardeaban en una complicidad, a veces estúpida, de su genialidad.
- En Amarillo
iré de vacaciones a Cancún, qué te parece Pete.
- Bueno, yo
me las cogeré en Gris, porque en Amarillo tengo líos de trabajo.
Estas conversaciones tenían un inmediato efecto de
disolución de cualquier corrillo coloquial en el que ambos estaban intentando
meter baza. De forma inmediata se quedaban solos. Lo más curioso es que
llevaban años así y no lograban entender qué demonios ocurría para que se diera
esa circunstancia.
Pero Dodge podía resultar encantador. Su tono para hablar y
la mirada fija, atenta a las palabras de la otra persona, envolvía el ambiente
de una atmósfera de comprensión íntima que lograba que cualquiera se sintiera
bien confesándole toda su vida. Y realmente era así, Dodge lograba que los
demás se sintieran bien hablando con él. Y eso le hacía feliz. Pero no había
encontrado a nadie que le devolviera el dividendo que él arrojaba en cada
relación que iniciaba. Toda su batería de empatía no lograba recargarse pues no
aparecía nadie que fuera capaz de devolverle todo lo que él concedía fuera de
sí de forma natural.