Chascar los dedos
Los
sentimientos suelen comunicarse con las emociones a través de una carretera de
ida y vuelta, a veces es como una autopista, siendo unos reflejos de los otros
y otras veces parece un camino pedregoso, entonces los parecidos son menores.
Unas veces la emoción inconsciente te genera un sentimiento, otras veces el
amor se traduce en una emoción de enfado, porque esperaba algo y llegó lo
contrario o, sencillamente, no llegó.
Mi trabajo
es de financiero, miro cuentas una y otra vez intentando que sumen lo que dicen
mis jefes. El caso es que, por más que lo intento, las reglas aritméticas no
cambian de un día para otro y dos más dos siempre suman cuatro. Mis jefes, unos
individuos cuyo sentido del humor consiste en reírse de whatsapp soeces o en
considerar digno de risa cualquier medida del gobierno que les resulte
estúpida, insisten en que las cuentas sean el nuevo truco de magia del gran
Tamariz, y suelen estar insatisfechos cuando les digo la verdad. Estos jefes de
hoy en día, directivos de grandes corporaciones -¿quién se inventó eso de
grandes corporaciones?, suena a broma- son individuos oscuros, pero al
mismo tiempo resultan patéticos. Es como si Darth Vader vistiera de
lagarterana, te daría miedo porque te ventilaba en chascar de dedos, pero fuera
del horario de trabajo de la Estrella de la Muerte, tomándote una bebida en la
cantina de Tattoine, pasaras el rato bromeando y riéndote de él.
Hay veces
que me imagino que las reuniones con mis jefes podrían ser una conversación
donde el absurdo reinase en la misma aunque, pensándolo bien, más o menos lo
son.
- Pues he vuelto a hacer la suma,
después de repetirla unas mil doscientas veces, y vuelve a salir cuatro.
- Ernesto, con esta actitud no
vas a afianzarte en esta compañía.
- Ya, le entiendo, pero no acabo
de ver que mi actitud sea el problema, creo que sería más fácil si la
humanidad cambiase las reglas de la suma. ¿Lo ve factible?
- No entiendo tu empeño en que
dos más dos sean cuatro.
- Pero si yo no me empeño, le
aseguro que mi actitud es la de un sumiso absoluto. Mi dignidad la perdí
el día que me puse corbata por primera vez. Desde entonces sólo vivo para
cumplir sus deseos, un perro fiel a mi lado es el mismísimo Judas.
Resumiendo, mi actitud es la de ser y hacer lo que desee.
- ¿Entonces? Cuéntame entonces
por qué siguen saliendo cuatro.
- Porque los sumandos son un dos
en este mano –agito la mano cual bobo- y un dos en esta otra. Claro que si
sumamos un uno más…
- ¿Qué?
- Pues entonces tendría la
solución, saldría cinco.
- ¿En serio?
- Totalmente.
- Maldita sea…el caso es que no
tenemos ese uno.
- Entonces sale cuatro.
- Vuelve a calcularlo, en una
semana ten rehecha la suma.
- Por supuesto, me pongo a ello.
Y así me
paso semana tras semana, lo cual hace que el trabajo sea sencillo pues lo
repito constantemente, pero también frustrante. El día que encuentre el “uno”
que les falta será todo más sencillo.
Ayer por la
mañana entré en el edificio de oficinas donde desarrollo mis sumas pensando en
un disco de Portishead, lo llevaba puesto en el iphone y Silence me golpeaba.
“¿Por qué empieza con un tipo hablando en portugués?” pensaba, y en el ascensor
coincidí con Juan, el gracioso del curro. Juan tiene poco más de cuarenta años,
atractivo, ingenioso, alto, con un chocar de manos vigoroso y con la apariencia
del triunfador nato. Casado con tres hijos, siempre de traje impoluto de lunes
a jueves y los viernes con vaqueros, informal, dispuesto a tomarse el aperitivo
de los viernes con todos nosotros y, por qué no, flirtear con alguna de las
compañeras.
Juan tiene
unos cuarenta años, atractivo, ingenioso, alto, con un chocar de manos vigoroso
y con la apariencia del triunfador nato. Casado con tres hijos, siempre de traje
impoluto de lunes a jueves y los viernes con vaqueros, informal, dispuesto a
tomarse el aperitivo de los viernes con todos nosotros y, por qué no, flirtear
con alguna de las compañeras.
- Hola tío –yo soy así, hablo así
a los que no son jefes y Juan no era más que yo y además le había visto
borracho.
- Hola, buff…martes y quedan 3
días para terminar la semana.
- Cuatro con hoy –yo y mi
obsesión por el cuatro.
- Bueno sí… ¿tienes mucho lío?
- El habitual, sumar, restar y
alguna reunión para demostrar que sé sumar con decimales.
- ¿Comemos juntos?
Juan y
yo nos llevábamos bien, algunas veces coincidíamos en la comida, pero jamás
habíamos comido solos los dos. La pregunta contenía el peso de la confianza no
negociada y por otra parte el lado amistoso de alguien que parece que quiere
tener más lazos conmigo. No me pareció mal y, además, hoy toda la gente con la
que comía andaba liada entre viajes, ausencias y otros líos. Así que se me
ocurrió que podía ser buen plan.
- Ah, vale, bien. ¿A qué hora?,
¿una y media? ¿Dos?
- Una y media, así nos tomamos
antes una cerveza.
Así que mi
plan de comida ya estaba claro, Juan y yo, el tío que tenía loca a media
oficina, el atractivo hombre de mediana edad y yo comeríamos juntos.
Y yo…quién
era yo. Seguramente el lector tendrá ahora una ligera curiosidad por saber si
yo tengo novia, pareja, soy un lobo solitario o un pedazo de carne con ojos
–esta expresión era de mi padre, y me sigue pareciendo lo más despreciativo que
he oído-. Pues bien, yo, Ernesto, titulado en ciencias empresariales, máster
MBA, tonto y con novia. Vivo con mi novia, desde hace cuatro años, ella quiere
casarse y yo quiero cambiar la cocina, ella quiere un anillo y yo también pero
el de Frodo, ella es guapísima y yo soy vulgar, ella camina sobre la playa
cuando vamos de veraneo como una auténtica diosa y yo me deslizo cual babosa
recién llegada a este mundo. Ella me quiere y no sé por qué. Yo creo que es muy
extraño que ella esté conmigo…toda esta ligera descripción de mi relación de
pareja, recorre mi cabeza de manera recurrente y ayer pensé de nuevo en ella
antes de la comida, de hecho en el trayecto del ascensor a mi cubículo me vino
a la mente si Juan resultaría atractivo a Susana y, lógicamente, la imagen de
un “SÍ” parpadeando con luces de neón y Mayra Gómez Kemp anunciando a mi mujer
que le había tocado a Juan como el premio más importante del concurso de su
vida. Al mismo tiempo me vi a mí mismo en el público aplaudiendo de manera
enrabietada.
Definitivamente mi mente camina por veredas que mi razón no
controla y acto seguido me pregunté por la diferencia entre mente y razón una referencia de Kant acerca de que la razón
es la mente abstracta circuló fugazmente como explicación. Tras eso respiré, me
miré en uno de los cristales que hacen de pared de una sala de reuniones, puse
los pies en el suelo tras verme y pensé de nuevo en la comida con Juan. Pero
antes tenía que volver a sumar varias veces un dos y otro dos en busca del
cinco imposible.
Mi jefe
directo, al que le reporto -uso la palabra reportar como quien usa una espátula pringada de yeso para untar mantequilla, con cierto asco- y le explico una y otra vez la tozudez y persistencia del
resultado de las sumas, es un personaje curioso. Me cae bien, el pobre no tiene
culpa de que vivamos en un mundo donde las empresas son manejadas por
individuos que creen que la realidad cambia simplemente por su deseo. Es el
Director de Servicios y Control, aunque yo me refiero a él como el Director de
A Su Servicio Sin Control. La expresión “A su servicio” había tenido connotaciones
atractivas antes de conocer este departamento. Siempre me recordaba o bien a
James Bond o n barco de la Royal Navy. Ambos estaban “Al servicio de su
majestad”, y me sonaba como la más pura tradición inglesa, repleta de
elegancia, trajes de tweed, carreras en Ascott, el té de las cinco y Sherlock
Holmes. Todo eso se vino abajo cuando entré en esta compañía y en este
departamento. Mi jefe era una mezcla de pelota, indigno, comisario político y
llorica enfadica. Un conjunto que me provocaba lástima la mayor parte de las
veces…en concreto todas en las que no me provocaba ganas de estrangularle con
una cuerda de piano mientras reflexionaba si no sería esa mejor contribución del
piano a la humanidad que “Para Elisa” de Beethoven.
Su formación
era inferior a la mía pero por un curioso acontecer que se guarda entre los
secretos mejor guardados de la empresa, él debía saber más que yo…de todo. Ese “debía”
ha de entenderse desde un punto de vista de obligación, mi obligación “debe”
ser asumir que él sabe más que yo. Entiendo que de succionar glandes de jefes
era una habilidad en la que, claramente, me daba mil vueltas. Pero sumando al
parecer no. En cualquier caso no admitía ni crítica a su trabajo ni opiniones
distintas, así que para evitar pensar constantemente en la cuerda del piano, le
daba la razón a partir del segundo minuto mientras le oía divagar sobre la
importancia de que los números saliesen lo que la Alta Dirección necesitaba.
La Alta
Dirección..., un grupo de comedores de croissant que se reunían a decirte que
hicieras lo que ya habías hecho y, si algo no habías hecho, generalmente era una
idea peregrina que se les había ocurrido en un empacho de café con ego. Mi jefe
me llevó a un par de comités de la Alta Dirección y me pareció que era como
estar entrando en una ceremonia secreta de una secta donde hablan con la mirada
y están dispuestos a sacrificar un gallo y echar su sangre sobre mi cuerpo
desnudo como forma de reconocerme digno ante ellos. Pero una vez que les oyes
hablar se te pasa, te das cuenta de que son unos papanatas y que la dignidad,
en realidad, tiene prohibida la entrada. Muy educados eso sí, pero he visto
programas de Telecinco con mayor nivel intelectual. Me pidieron de buenas
formas que tuviera éxito con la “suma mágica”, porque es esencial para la
compañía y para las personas que vivimos dignamente gracias a ella y al esfuerzo
de la Alta Dirección. Como vi que
hablaban en serio adopté el mismo lenguaje, presioné el “off” del botón de “racionalidad
digna” y me puse a asentir como un pajarito bebedor de esos que se ponen como
adorno en algunos muebles.