Música endiablada
El ritmo era infernal, sonaba desde el escenario y se metía
en sus oidos, un beat obsesivo y que sonaba desde la más profunda de las
cavernas de la eternidad. Un, dos, un dos, no entendía de dónde venía aquello,
era algo nuevo, martilleante y que hacía que la mente se elevara a otras
esferas que no había imaginado hasta ese momento. Apretó la mano de su chico,
la noche estaba siendo maravillosa gracias a la música que ese chico de color
estaba interpretando en el escenario del Stands.
El Stands era la competencia menos famos del 708 entre los
clubs de música para jóvenes de Chicago en 1958. Tenía menos fama que el 708
que se llevaba todo el mérito de las nuevas tendencias eléctricas de blues y rock,
pero era más accesible y, de vez en cuando, los músicos del 708 doblaban y repetían en el Stands. El
nombre se le había ocurrido a su dueño, Jim McCussh, como guiño al Sands Hotel
de Las Vegas. El glamour del Sands era todo lo contrario a lo que podías
encontrarte en el Stands, sudor y “música cretina” como decía el padre de Lucy cuando
se enteró de que su tierna hija de 18 años iba a vivir la música en directo del
Stands.
Música cretina, tan cretina que Lucy empezó a vivir otra
vida cuando el bajo de “Before you accuse me” empezó a sonar en el escenario.
Bo Diddley era el culpable de la sudoración de Lucy, sus poros se impregnaban
de blues y de la emoción de los acordes básicos del blues directo de apenas
tres minutos que se le presentaba. Lucy miró a Hank, su novio de toda la vida,
y entonces supo que algo estaba equivocado. O Hank o ella no estaban en el
mismo lugar, al menos no lo estaban a la vez. Mientras ella estaba empapada de
sudor, enamorándose de los sonidos y el ambiente, Hank la miraba tranquilamente con su
flequillo rubio de chico bien, con el futuro cercano de estudiar leyes en la Universdidad
de Chicago, conseguir una carrera política prometedora como miembro del partido
demócrata y, quien sabe, si congresista o algo más. Con ella detrás de él,
pariendo hijos y sirviendo pastas en meriendas del partido. Sin volver a
escuchar esta música, apuntando a sus hijos a clases de piano y cuidando de la
imagen de Hank. Algo estaba pasando con la música, el puto diablo se estaba
adueñando de su ser, veía a Hank como una persona de otra raza, de otra
especie, un ser alienígena para ella…o quizá era ella la lunática.
Seguía la música, Bo Diddley machacando su guitarra y
descomponiendo la electricidad en notas de blues y de rock que Lucy acompañaba
con el movimiento lateral de su cabeza, cerrando los ojos, imaginando que
estaba en el escenario bailando descalza mientras todos la admiraban. “El mundo
no es tan duro bailando”, se decía mientras inventaba mil situaciones a la vez
que se dejaba llevar por la magia que su querido Hank no acababa de entender.
“Cuando el amor es una caja de caudales debes pensar en que
el sexo es lo más elevado que tienes,” pensó Lucy y acto seguido le preguntó a
Hank si quería hacerla el amor en los baños. La cara de Hank no dejó lugar a
dudas, no era necesario oirle, su expresión de sorpresa y crítica era tan agresivamente
evidente que Lucy le soltó de inmediato la mano a lo cual Hank reaccionó
violentamente buscando agarrársela de nuevo. En ese instante estaba sonando “Bo
Diddley”, un único acorde durante toda la canción, golpeando la cabeza de Lucy
que consiguió que Hank no asiera su mano y salió corriendo entre la multitud
que asistía al concierto, dando empujones, nerviosa, buscando una libertad que había
conseguido durante unos minutos bajo el embrujo de la música.