Plutarco en el XXI
El calor estival golpeaba la frente de Miss Happylonely, no
había forma de evitar que el sudor se mezclara con el rímel de unas pestañas
maravillosas por lo largas. Tan largas que podrían acariciar el deseo de quien
hablara con ella, pero ahora estaba sola. Sola en un café esperando
tranquilamente, en apariencia, a su cita de los viernes, el señor Johnson…
Cambiemos el lugar, supongamos que Miss Happylonely y el
señor Johnson no provienen de ascendencia sajona, son españoles, son la señora
Felisola y el señor Juanez. Quizá la historia empiece a interesar menos, ¿no?,
o quizá no. Quizá el costumbrismo se apropie de la aventura, quizá la opción de
una historia sórdida de infidelidad latina sea más interesante que el glamuroso
transcurrir de un desliz neoyorquino con jazz de fondo.
Creo que entre el deseo de follar del señor Juánez y el de
Mr. Johnson debe haber poca diferencia, al menos así es en mi mente, y los he
creado yo así que no hay diferencia. Son dos personajes masculinos, uno nacido
en Chicago, de buena familia demócrata y de la sociedad Psi Beta de una
universidad de prestigio, el otro es de Alicante, de padres con cierto abolengo
y nombre en la aristocracia valenciana. Por otro lado Miss Happylonely reside en New Jersey, pero es de padres de alcurnia, condes británicos, lleva unos meses
en Estados Unidos y se ha sentido fascinada por el mundo de alto copete y
drogas de diseño que Johnson, Mike Johnson, le ha mostrado. Mike es un
adinerado chico rico y tiene acceso a todos los clubes de Chicago con barra
libre de alcohol, cocaína y otras sustancias, sin problemas de liquidez o
privacidad. Por otro lado Juánez siendo hijo de un buen católico de derechas de
Alicante, amigo de los políticos que llevan los negocios en la comunidad desde
hace años y buen servidor de lo que sus padres esperan, es un veinteañero que
tiene más trajes en su armario que deseos de mujeres es un mes. Juánez o
Johnson…son los mismos.
La niña española, Felisola, es de Castilla La Mancha, sus
progenitores llevan años litigando por el título de marqueses de Campo de la
Vega, pero ahí andan, que no se lo dan. Pero la niña, Cristina María de Todos
los Santos Felisola, acaba de terminar la carrera de magisterio y se ha
enamorado, o eso dice, de Juánez,
De los cuatro,
ninguno conoce a Art Blakey, pero todos ponen Jazz cuando invitan a alguien a
su casa, incluso llegan a poner algún recopilatorio de arias de ópera italiana,
con la ventaja de haber ido más veces a la ópera (Metropolitan o la Ópera Real
de Madrid) que Edward Maldinson –profesor de piano en Wicker Pack- o que
Alberto Señudo –amante de la ópera de Albacete y compañero en la carrera de magisterio
de Cristina-. Pero cualquiera de nuestros protagonistas iniciales, ignorantes
de la ópera, habían visto más pantomimas en escenario, cantadas por divos, que
cualquier loco de esa música. Así son las cosas amigo, así podemos sentarnos a
tomar un croissant para contemplar como este vodevil occidental transcurre
entre pipas del público y migas de pan francés en nuestros muslos.