No sé por qué vuelvo a escribir cuando sé que no sé hacerlo. Hace algo menos de un mes volví a hacerlo a colación de la noticia luctuosa de un artista sobre el verde, Don Diego Armando, creador de fantasías sobre el césped, devastador de su vida fuera de él. Y lo ligué con otro de mis referentes...
Diego toca la bola y Antonio
la guitarra
En el verano del año 86 Nacha Pop se encontraba entre el maravilloso
“Dibujos Animados” y su último disco de estudio “El Momento”, y yo no era
consciente de nada de eso. Estaba pendiente de que empezaba mi carrera de
ingeniería siempre y cuando la selectividad me saliera bien. Aquel verano había
Mundial de fútbol y yo estudiaba en junio para que la nota me diera para entrar
en la escuela de Ingenieros Aeronáuticos. Mis tiempos de Nacha Pop llegarían
luego…
Pero mis momentos de fútbol estaban pendientes del mundial de aquel año
en México, y las ganas de llegar a lo más alto con la furia española –esa que
en el 2008 se metarfoseó para apostar por el juego más que por la
testosterona-. Recuerdo aquel gol de Michel que no subió al marcador contra
Brasil, la magia del Buitre ante Dinamarca…se pasó de la fase de grupos y me
tragué el partido de Bélgica de madrugada, con el empate de Señor y la tanda de
penales –palabra en honor del astro- en la que los felones nos echaron del
torneo –¡Ay Eloy!-.
Total, que entre mi selectividad y que España cayera en cuartos –como
siempre-se pasó aquel mes de junio. Y con la miseria de los cuartos
impenetrables, llegó un partido con olor a venganza, vendetta de Falklands o
Malvinas, olor a años de escarnio del inglés –aunque un argentino siempre quiso
ser inglés, preguntad a Borges-, un partido donde el supuesto mejor jugador del
planeta llegaba con el halo del que elevó el sur de Italia al Olimpo de los del
norte (Milan, Juve, Inter…). Aquel tipo de Lanús, que se llevó “lo mejor” de La
Liga con Goico, aquel artista, sacó su repertorio en el Mundial mexica para
asombrar a todo el mundo del balompié. Maradona, Diego, el Pelusa ganó un
mundial imposible para Argentina. Acompañado de una banda convirtió aquel
equipo en una orquesta sinfónica con un único intérprete mientras que Bilardo
“Pisále”, desde el banquillo, enarbolaba lo estrictamente necesario para que la
Argentina bailara al ritmo que el de Boca marcara.
Y yo tenía 18 años, lo que vi fue maravilloso y me di cuenta de que no
había otro. Estaba el argentino y mi Aleti en el planeta fútbol. No había más.
Luego nos fuimos enterando de sus excesos, pero me quedó en la retina ese
campeonato conseguido de la nada, con el talento de un único prestidigitador de
la bola.
Aquel año 86 yo no escuchaba música patria, alguna cosa me llegaba pero
nada comparable a la música británica, con los Beatles como bandera y alguna
cosa de los ochenta, mi territorio musical se iba copando de clásicos, la
cultura melómana invadía mi cabeza de manera inexorable y, poco a poco, empecé
a entender de dónde venía todo el sonido, todo el ritmo… al descubrir quién era
Bowie, Jagger, Davies, Townsend, Hayward,,…iba comprendiendo cada acorde que
escuchaba en las emisoras. Así que, no era posible que me dedicara a “flipar”
con lo que se hacía en este país, no había nadie que hiciera algo parecido, ni
movida ni hostias. Pero, sin embargo, había una canción, más tarde supe que era
del disco “Dibujos Animados”, una que me martilleaba incesantemente, hablando
de lo imposible, una letra onírica, nada que hubiera paseado antes por mis
tímpanos, un lenguaje distinto, “Relojes en la oscuridad”. Su ritmo machacón
tenía además una melodía incontestablemente pegadiza y una letra brutal para
alguien que busca algo más que una historia de amor… y ahí lo dejé, para que
unos años más tarde me conquistara.
Me enamoraron, el fútbol del astro y las canciones del que compuso esos
relojes…y ellos viajaron a la deriva por su mundo. Y su mundo era el mundo del
descalabro, el mundo de los arrabaleros, un mundo imposible, el de los que
caminan por el borde de la carretera, eligiendo el lado oscuro porque el
luminoso no les ofrece la sensación de vivir lo que necesitan vivir, de vivir
en el vecindario donde son felices. Ellos, Diego y Antonio, se dedicaron a
explotar cada minuto de su vida mientras mostraban su talento. Diego fue
deambulando de equipo en equipo y Antonio deambuló por sus mundos de ensueño
ofreciéndonos maravillas.
Los dos se dejaron ir porque no tenían otra forma de vivir. Quizás no
habrían sido tan grandes si no hubieran ido tan al límite de lo posible. Diego
nos trajo el arte en el fútbol, Antonio nos encogió el alma al llevar la
belleza del dolor en cada canción.
Antonio se nos fue y recuerdo como me quedé mirando una ventana,
llorando por su ida…Diego no me llevó a una ventana pero me ha dejado un hueco
porque ha sido parte de mi vida como lo ha sido, y lo es, Antonio Vega. Cuando
me enteré no pude hablar, no sabía cómo tomármelo. Con el de Nacha lloré porque
la música es más parte de mí que el hermoso y villano fútbol. Pero estas cosas
me rompen, son pedazos de una realidad que se desmorona, torrentes de una
pasión líquida que parece que se fugaran por un desagüe… y tienes que agarrarte
al recuerdo para continuar
Hoy Antonio Vega está con su guitarra cantándole a Diego, no sé si un
tango o una nueva letra, allá en el cielo de los que supieron traer a lo
terreno los milagros de lo imposible. Hoy, si miramos al cielo con paciencia,
veremos un gol de falta con un balón persiguiendo sombras, veremos a Diego tocando
la bola y a Antonio la guitarra.
Madrid 26 de noviembre, 2020