El día aparece sin visos de amanecer, demasiada gente se
aproxima al lugar que olvidamos ayer. La tarde no se despertó y se prestó a
esperar el sonido de un reloj eterno que no tenía ninguna intención de
acercarse para despistar a Morfeo. Las píldoras surgían un efecto que no
teníamos calculado, los desiertos explotaron antes de colocar la bomba de tu
amor en el reducto adecuado. Y la música de tus proezas resonaba en las mejores
emisoras que éramos capaces de sintonizar.
Y tus ojos brillaban una vez más en la oscuridad, como luces
de estrellas ya apagadas, brillaban mirando hacia nuestro pasado, brillaban en
la oscuridad.
Los momentos que guardábamos fueron cayendo en el olvido de
tu memoria sin que fuera posible rescatarlos del pozo donde los condenaste sin
remedio, sentencia que no pude revisar y que los vecinos se encargaron de
apostillar con una mueca de sincero odio. Las cenas se quedaron pendientes de
que la tarde despertara y las mañanas estaban sentadas en el umbral de tu
puerta, mirando por un resquicio por si les tocaba aparecer en algún momento.
Y tus ojos brillaban una vez más en la oscuridad, como luces
de estrellas ya apagadas, brillaban mirando hacia nuestro pasado, brillaban en
la oscuridad.