El día aparece de nuevo entre brumas, la semana, el mes
también. El lamento del segundo y los susurros de la pesadilla diurna. El picor
de estar perdido sin mapa, la tortura del camino que no sabes dónde va. El caos
que no supone creación, o el desierto del pensamiento. El desear sin saber como conseguir nada o algo o todo, el anhelo de dejar de pensar sabiendo que eso produce nada, que olvidas el algo, renuncias al todo y ocasiona desgaste. No escribir nada, no murmurarte en las esquinas que ya no te
respetas. El desastre de la barbarie muda, todo lo que queda echado en una
bolsa que entierras. El hatillo que no desenvuelves, el olor a mojado que
confundes con sexo. El extraño parecer y aparecer en la oscuridad. El saberte
estúpido por ser lo que no eres, o por no ser lo que eres, o por no ser nada.
El día aparece como parte de un engranaje, el de los
segundos engranados en minutos, horas formando ese día. Creciendo en
dimensiones temporales hasta llegar a eones que reconoces como el dolor de ese
día.
El día aparece y no tengo un coche que me lleve a Ohio en 10
minutos.
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