John Sadboy llevaba unos días intentando entender el
mecanismo por el cual una mujer podía olvidar las palabras. Sally Noiava, de
padres rusos y nacida en Evanston, Illinois, se había mudado a Cartagena,
Murcia, cuando decidió conocer Europa y se enamoró de un tipo anodino de Murcia,
Germán. Su amor duró lo que dura la fascinación que ejerció sobre ella un
físico potente y unos ojos azules que “brillaban por la noche para llevarme a
casa”, tal y como ella le decía. Él nunca entendió esas frases de Sally, se
conocieron en Ibiza en una rave, follaron como locos, ella se enamoró y
aprendió castellano con él, él no sabía mucho inglés y entendía que esas frases
tan “cursis” eran producto de su aprendizaje del español. La verdad es que
Sally tenía tendencia por hacer esos comentarios, para ella la vida tenía un
lado poético que, simplemente, teníamos que sacar a la luz.
Cuando vio que la única luz de Germán eran los faros de su Volkswagen Golf decidió buscar el amor “en un lugar donde una conversación fuera tan fresca como la hierba después de una lluvia otoñal”.
Y apareció John, inglés, de la campiña, un chico de
Worcester, cerca de Straforfd.Upon Avon.
Posiblemente eso ya hizo que Sally se
sintiera atraída hacia él, al fin y al cabo Shakespeare era uno de sus
escritores favoritos, en concreto los sonetos eran, para ella, el lenguaje
universal del amor. Se conocieron en un festival de música, en Benicassim,
mientras ella hablaba de que Eddie Veder era de su misma ciudad y él solo
deseaba que aparecieran Blur.
John creció en Madrid, su padre estaba casado con una
madrileña que siempre tiró de él, especialmente cuando nació John, para volver
a la capital española. A Madrid y a Chamberí, como tiene que ser, eso decía su
madre parafraseando a su abuelo Jonás, un viejo fontanero que le dio a su única
hija todo lo necesario para que fuera una brillante física y trabajase en
Londres en unos laboratorios de óptica avanzada, donde conoció al padre de John.
No hay comentarios:
Publicar un comentario