Louie no era alto, ni bajo, ni gordo ni flaco. Y esa era la mejor descripción que podía hacer de sí mismo, permanentemente pensando que era un segundón en una tribu repleta de ganadores. No era un perdedor, pero tampoco un ganador. A veces pensaba que al menos los perdedores también eran conocidos, se sentía como el segundo, era como Aldrin en la llegada a la luna. La gente recuerda que Armstrong la pisó y Collins era el piloto del módulo de mando, pero de Aldrin…nadie se acuerda. Un amigo de Loui de hecho le confundía con Gagarin
- ¿Aldrin, ese no es el ruso ese que fue por primera vez al espacio?
Y no, no era el ruso, no era nadie que hablara eslavo, era alguien como Louie, era un don nadie, era el que quería ayudar y nadie le miró, era el que deseaba ser un eslabón en la cadena de aciertos o errores que se le aparecía en la vida, era el que quería estar para ser querido, era alguien que deseaba evitar otros errores. Pero nadie se dio cuenta.
Una vez terminada la carrera de derecho, Louie pasó un verano anodino, de esos que todos pasamos alguna vez, pero para él no era alguna vez, era la vez antes de la suelta al mundo, era el verano que tenía que ser enmarcado, era lo que no fue.
Día tras día encerrado en su habitación con la opción de ver a sus amigos del instituto, aquellos que no abandonaba pese a todo, esos amigos que se reían de él, que no entendían sus problemas. Y ese verano Louie quería soltar lastre, quería hablar de por qué era como era, quería hablar de su familia, de sus complejos, de por qué la vida le dolía, pero sus amigos no querían hablar de los padres, ¿para qué iban a hacerlo? Ninguno quería que la realidad fuera un cuento de los hermanos Grimm y, por otro lado, Louie sabía que ninguno de sus amigos sabía quiénes eran esos hermanos.
Louie pasó así aquel verano y aquellos años, y no sabía qué hacer con su vida, hasta que apareció Suzzane. Desde entonces el océano tormentoso se volvió una balsa de aceite, Suzannee era una chica de 18 años que empezó a juguetear con Louie cuando él tenía 23 y eso era algo extraño, no por la diferencia de edad sino porque Suzanne conocía lo que era un falo adulto y Louie solo entendía lo que podía ser un coño por las revistas que robaba a Jimmie, el cual sabía que se las robaba pero viéndole tan raro nunca quiso pelear por ellas. Jimmie era su compañero de habitación en una pensión desordenada en la cual Louie vivía desde que decidió dejar el hogar familiar, una pensión en una ciudad que le brindaba un trabajo y salidas nocturnas, una ciudad sin formulario de registro, un sitio donde no era nadie pero no por ser Louie sino porque nadie era nadie.
Y Louie vivía con sus realidades, no ser nadie y el deseo de ser un icono sexual. Tener veinte años y tener esa idea de lo que es el mundo es, sin duda, un problema. Nada es tan verdad como que tus veinte años nunca vuelven a pasar pero también es cierto que el amor es algo que no deberías retrasar en el universo de los sentimientos.
Pero Louie nunca tuvo en cuenta el amor, ni el enamoramiento, ni la sensación de vacío que creaba cuando después de haberse follado a alguien decía un sencillo “ya hablaremos”. Y esto era así en el mejor de los casos, cuando quería irse sin más.
lunes, 9 de julio de 2018
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