El mundo de la renuncia es algo muy equívoco y, para mí, lo
peor de todo es que tiene tendencia a ser considerado universal la aproximación
que cada uno hace al hecho de renunciar a algo sin pensar que cada persona es
un mundo distinto de pensamientos, sentimientos, emociones, fortalezas,
frialdades, sensibilidades, perspectivas, voluntad, debilidades,…y que además
cada persona es distinta también en su entorno, su tiempo, sus experiencias,
sus formas de entender la vida, sus exigencias, su idea de felicidad.
No todos somos lo mismo a la hora de verter una lágrima. Hay
personas que lloran cuando ven Matar a un ruiseñor o cuando leen Anna Karenina.
Hay personas que no lloran nada cuando leen porque o bien leen instrucciones de
Ikea o bien leen a Paulo Coelho lo cual es sinónimo de tener sensibilidad
artificial o artificiosa -tendría que pensar la diferencia entre ambas porque intuyo que no es igual-. Hay gente que cree que el amor es un buen polvo, otros que creen
que es el enamoramiento y otros que creen que es una palabra del diccionario
-alguna de las definiciones es realmente interesante-. No todos somos lo mismo,
como los cerdos de Animal Farm, algunos son más lo mismo que otros.
El territorio donde yo me hallo me resulta bastante distinto
todos aquellos que conozco en persona, salvo quizás uno o dos. Parece aceptado que los sentimientos
son algo que ocupan un lugar relativamente pequeño según nos volvemos seres
responsables, el problema de esto es cuando uno se harta de ser responsable, de
hacer lo que hay que hacer descartándose a sí mismo, relegando a un segundo
plano el juego propio de la vida para jugar la vida de otros, con el papel que
otros quieren que desempeñes.
Esta sensación de desapego individual crece según ves que
todo alrededor se ha vuelto un “sí a la tradición”, pero solamente crece en
aquellos que siguen levantándose por las mañanas pensando en que merece la pena
llorar cuando escuchas “God only knows” o cuando ves “El paciente inglés” o
cuando se te parte el alma viendo “Requiem por un sueño”. Te das cuenta que la
vida dejó de ser cuando comenzaste a elegir.
Plantearte si la vida no sigue tus deseos suele conducir a
una solución tipo Matrix, o te vuelves a anestesiar o te tomas la píldora roja.
Muchas veces te das cuenta de que vivías anestesiado porque alguien te
despierta, te dice “eh, eh, despierta”, y abres los ojos a cosas que se te
habían olvidado que existían.
De pronto te pones a leer y te gustaría que la experiencia
literaria se sublimara compartiéndola con alguien…posiblemente, cuando te pasa
eso, empieces a caminar por el mundo del dolor, con un sol quemándote la
espalda. Hasta que decides volver a anestesiarte.
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