No quiero ser tu fantasma, ni el tuyo ni el mío…ni el de
nadie. Y no soy como los demás, solamente soy el que camina entre los huecos
que dejan tus deseos y tus palabras, en ese resquicio imposible me cuelo para
intentar ver lo que hay detrás de tu alma, y apenas distingo nada. Soy incapaz
de vislumbrar las formas que bailan más allá de tu umbral. No entiendo lo que me
dices cuando camino a tu lado, oigo demasiadas cosas de tus labios y un epsejo
hace que te reflejes en mil siluetas distintas sin saber cuál es la que puedo
tocar.
No hay tantas esquinas en mis días, solamente las que
permiten doblar a otra calle para alternar las estaciones y los colores del día
a día. No había nada premeditado ni un plan urdido como un contubernio en una maquiavélica
maniobra de película de cine negro hollywoodiense.
No hay nada en lo que digo que se parezca a las descripciones
del horror, pero el horror me lo asignaron como aquel que tiene que transportar
una mochila repleta de piedras sin más solución que caminar o pararte y ver cómo
te alejas o intentar seguir con las toneladas de guijarros en los hombros.
No veía amigos en las heces de mis palabras, tampoco vi como
las odiaban, no era una cuestión de confidentes en el pasillo de los
románticos, era más bien una cuestión de creer aunque sorprenda lo que hay que creer.
Eran los pasos entre una hierba que crecía demasiado ayer y que mañana ya no va
a crecer. Los sueños se tornan negros y un reflejo de cualquier deseo se vuelve
temeroso porque no notamos que quieras que tu aliento se deslice entre los
sonidos de la mañana para dar calidez al día. No hay nada más que los fantasmas
que quisiste pintar.
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