El autobús era un poco extraño a la hora de parar en las diferentes estaciones de su trayecto. Al parecer el conductor recibía por una emisora de radio los sitios donde tenía que parar a recoger pasajeros, la emisora de radio era comercial y de música y el conductor deducía dónde parar. Por ejemplo, si empezaba a sonar “London Calling” de The Clash, deducía que tenía que ir a Picadilly Circus a recoger a nuevos pasajeros. Esto hizo que el trayecto hasta Madrid fuera un poco largo ya que el señor del volante iba y volvía según la lista de canciones. Así pasamos por distintas ciudades porque sonaron:
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San
Francisco (be sure to wear flowers in your head). Y paramos en Frisco en
un sitio Cerda del Golden gate.
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London Town. Aquí también en otro puente, el de
la torre, la canción era de Wings.
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New York City…fue después de Londres o sea que
vuelta atrás, todo por el señor Lou Reed.
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Our House. Esta canción de Crosby, Stills and
Nash le valió al conductor para ir a su casa a recoger un bote de crema de
afeitar.
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Sous le ciel de Paris…pues eso, cerquita del
Sena, en el lado izquierdo esperaba un estudiante de la Sorbona que se sentó a
mi lado y se me puso a hablar de los impresionistas. Yo le saqué la lengua…la
suya, sangró un poco, y me dejó de hablar.
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Paris, Texas…esto sí me jodió. Alguien pidió
esta canción de Ry Cooder y después de estar en París Francia tuvimos que
volver a cruzar el Atlántico porque un vendedor de aparadores había solicitado
el autobús. No entendía que podía hacer un vendedor de muebles en el Madrid de
los sesenta pero allí que se nos subió el señor.
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Waterloo…llegamos a Bélgica con esta canción,
pero yo no me fiaba. El que se subió era una mujer, pasados los cuarenta, con
senos impresionantes, de cocina grande. Las tetas también me gustaron, y le
hubiese dicho que se sentara a mi lado de no ser por la orgía de sangre que
había montada con la sangre de la lengua del universitario parisino.
Finalmente llegamos a Madrid, salimos a las dos de la tarde de un viernes y me encontraba bajando del autobús en Madrid a las siete de la tarde de ese viernes tras un trayecto de acá para allá. Hacía cincuenta años que había salido de Cordoba…cinuenta años por delante, pero ya estaba en el Madrid del Swinging London de los sesenta. Ahora solo tenía que disfrutar hasta el domingo.