Cuando intentas vivir en el rellano del espíritu, en ese
zaguán que se sitúa a medio camino entre la carretera donde pasan coches que
recogen personas para llevarlas a destinos inciertos, y la tranquilidad del
salón donde poder reposar el día a día, cuando te quedas en esa habitación sin
dueño porque no sabes si es del mundo o tuya, apenas protegida por una puerta desvencijada
de tanto abrirla para mirar a la calle. Cuando vives en ese mundo te das cuenta
que en realidad no estás viviendo, sino que observas lo que sería el vivir. De
uno u otro modo, en la carretera sin saber dónde dormirás o en el dormitorio
con la calidez y tranquilidad de una cama sin sobresaltos, en cualquier opción tienes
claro dónde estás.
Pero desde el zaguán no sabes dónde estás porque no sabes si
quieres estar de camino incierto o durmiendo bajo sábanas suaves.
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