El malvado Carabán cminaba entre las secuelas de sus
torturas, sus maldades, cada centímetro de piel que había torturado estaba a
sus pies, deshecho, sin ser porque el ser se lo había arrebatado en una
ceremonia de diversión en la que disfrutaba cual diablo henchido de placer ante
el sufrimiento de los sufrientes.
Carabán, demonio incierto en la mente y real, como la
esquina del callejón donde vivía Leandro, real para dañar, doler, mirar y reír
en un espectáculo oneroso para los que recibían los latigazos diarios. El
extraño estruendo del chasquear de los dedos para comenzar la ignicion de las hogueras
que nos arden, que nos consumen, que acaban con cualquier esperanza de futuro o
de presente, el pasado ya se fue y nadie es capaz de asirlo más que en palabras
de libros que los pocos días se olvidan o se queman en la desidia del olvido.
Carabán, azota las palabras, los actos, los telones de la
escena, las mierdas de los altos y miserias de los bajos. Carabán, explota tus
diatribas en las sienes de quienes no entienden la bondad o la maldad, explota,
estalla, derrota cualquier hilo de venganza pues no hay más venganza que la que
expones en tu mesa bailando como demonio pleno de odio, suciedad, asiduo de la
mentira y recabador de una montaña de excremento en la verdad. Carabán, disfruta
de tu odio pues no hay nada más que merezcamos en la caverna fría, gélida, glaciar
y helada de esa gruta donde transportas entre risas y escarnios a cada uno de
los tipos que encontraste a tu paso.
Carabán…exhibe tu belleza de diablo sin pasado, de demonio
sin presente, de aquel Lucifer alado que fustiga cada uno de los pasos que
pisamos entre tanta estupidez ingente, entre tanta falta soberbiada, entre esta
osadía que nos parece perfecta porque nuestra imbecilidad la guía.
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