- No es verdad la acusación, no sé qué habrán visto pero no es verdad, no lo es señor fiscal.
- Las pruebas son claras.
- No las veo claras, y hay mucho de interpretación.
- ¿Me toma usted por gilipollas?
- En absoluto, no me parece gilipollas, más bien todo lo contrario. Simplemente querría aclarar que...
- No tiene que aclarar nada si no se le pregunta.
Mi cuerpo se hallaba torturado por una mente desvalijada de
cualquier atisbo de sentido común. Desolado, sin interés apenas por nada,
caminando entre reliquias de un pasado que jamás llego a presentarse en el
umbral de la puerta de mis días. Poco a poco me daba cuenta de que cualquier
intento de salir de la espiral era cortado por circunstancias, algunas con
nombre propio y otras con nombre de demonio interior. Pero la inocencia de la
última noche penetraba como una hoja de afeitar en gelatina, no entendía la
acusación y el fiscal seguía señalándome con el dedo.
- ¿Acaso niega que cometió los actos de los que se le acusan?
- Lo niego, simplemente porque no son ciertos. Ni en la intención ni en la descripción ni en la realidad.
- Las pruebas son claras
- De nuevo, son confusas, es una interpretación equivocada de realidades del pasado.
- Niega la realidad, ahí radica el problema
- Niego la acusación.
¿Acaso niego la realidad?
¿Acaso creo navegar en un océano tormentoso cuando en
realidad la única tormenta está en mi interior?
¿No será que la realidad es algo muy distinto a lo que yo
creo que es?
La realidad, ese artefacto que es el escenario de nuestras
vidas, el estrado donde subimos cada día y que cada día nos trata de formas
distintas, con colores diferentes, sabores amargos y dulces, olores que
deseamos y que no probamos y es entonces, cuando no podemos llenar nuestro olfato
de brisas de otros mundos, en ese momento es tal vez cuando la cuerda de lo razonable
empieza a deshilacharse, cuando nuestro traje comienza a hacerse jirones,
cuando nuestra piel se lacera en soledad, cuando las miserias afloran y el
suplicio abarca nuestros actos dejando una sensación de sufrimiento en nuestra
cabeza. Es ahí, quizá, cuándo distorsionamos la realidad y la percibimos de un
modo extraño, quizá falso, quizá culpable o inocente en función del fiscal o de
nuestra perversión nocturna. ¿Estaría equivocado?
La realidad se aparece como una construcción de palillos, débiles mondadientes, que se rompen
cuando te empeñas en que tus pretensiones, tus anhelos, deseos, tus ansias,
afanes, ideales, ilusiones aparezcan para conducirte a algo parecido a la
felicidad…pero quizá el oriente tenga razón, quizá la felicidad va más en la
ausencia de esas ambiciones que en satisfacer las misma. Quizá la felicidad sea solamente contemplar cómo
crece la hierba.
La primavera aparece mientras sigo sentado en la silla del
acusado, escenificando un juicio donde la sentencia está ya escrita, observando
cómo me observan, cómo me odian, cómo pretenden silenciarme, colocar mil
esparadrapos en mi boca, “no hables, cállate, eres una inmundicia, un escombro”…quizá
sea así, mejor no hablar.
Demasiadas acusaciones, algunas ciertas y admitidas, penadas
en el silencio de la celda solitaria, ausente de olores y de promesas de abrazos…otras
falsas, bofetadas de imaginación o de decepciones alejadas de mi voluntad y de
las que también he sido inculpado. Todas las denuncias de América y de Europa
han sido colgadas bajo mi foto, el culpable está aquí, este es el felón,
malvado personaje de vodevil mal escrito. Y pese a todo, en más de una ocasión
fui exculpado de manera contundente. Pero soy el culpable por decreto…
- ¿Niega la acusación?
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