-
¿Viste a esa, Luis?
La pregunta era de Gayo, así le llamaban todos sus amigos, y
así lo escribían, con “y”, la i griega que empezaba a ser mirada de reojo por
algunos académicos modernos.
-
Luis, tío, está buenísima, ¿no te molaría
follártela?
-
Joder Gayo, tendrá cuarenta palos, ¿tanto te
mola?
-
Pues sí, me pone mogollón pensar que me la
follo. Seguro que es una madre que quiere follarse a uno veinteañero como yo.
-
Pues no sé,…yo a las madres las veo a todas
iguales. Fíjate en cómo le quedan los pantalones, más que culo parece que
tienen estaciones de metro con andenes. No como un culo de una de veinte, que
son montañitas.
-
Sí tío, pero luego las de veinte no follan…seguro
que una de cuarenta te enseñaría cosas acojonantes.
La mujer en cuestión era la vecina de Luis, Elena, una mujer
de cuarenta años con vaqueros rectos. Rectos porque no había curvas, las
sinusoides de los veinte se aletargaron en los treinta y tras tener tres hijos
desaparecieron en sus cuarenta y un años recién cumplidos. Elena hacía tiempo
que había dejado de preocuparse de su culo para calentar biberones, y apenas
percibía que la miraban Luis y Gayo, de veintidós años cada uno. Y si se diera
cuenta no podría pensar que era objeto sexual de uno de ellos.
Gayo era una mezcla de sensibilidad con vulgaridad de
barrio. Había leído a Rimbaud, Poe y Valle-Inclán y se expresaba como William
Burroughs sin saber quien era el beatnick en cuestión. Sus padres, los de Gayo,
eran de Vicálvaro, arrabal madrileño de obreros, barrio conflictivo de esconder
cromos y cuidar las bicis. Gayo había crecido allí y, más tarde, se mudó de la
mano de los padres a la colonia San Chinarro gracias a la progresión de su padre
en la industria de automoción, empezó como ingeniero de apoyo y terminó siendo
director de la zona centro de España de una marca coreana. Y ahora vivían en un
piso de 240 metros cuadrados con azotea, zona común, piscina, pádel y
urbanización cerrada.
Luis era un vecino, compañero de instituto y luego de
carrera en económicas, que vivía en el bloque cerrado de cien metros más abajo.
Y ese día era de verano, ambos en la piscina observando la gente que por allí
pasaba.