sábado, 29 de octubre de 2022

Los trayectos hasta Madrid...

El autobús era un poco extraño a la hora de parar en las diferentes estaciones de su trayecto. Al parecer el conductor recibía por una emisora de radio los sitios donde tenía que parar a recoger pasajeros, la emisora de radio era comercial y de música y el conductor deducía dónde parar. Por ejemplo, si empezaba a sonar “London Calling” de The Clash, deducía que tenía que ir a Picadilly Circus a recoger a nuevos pasajeros. Esto hizo que el trayecto hasta Madrid fuera un poco largo ya que el señor del volante iba y volvía según la lista de canciones. Así pasamos por distintas ciudades porque sonaron:

-          San Francisco (be sure to wear flowers in your head). Y paramos en Frisco en un sitio Cerda del Golden gate.

-          London Town. Aquí también en otro puente, el de la torre, la canción era de Wings.

-          New York City…fue después de Londres o sea que vuelta atrás, todo por el señor Lou Reed.

-          Our House. Esta canción de Crosby, Stills and Nash le valió al conductor para ir a su casa a recoger un bote de crema de afeitar.

-          Sous le ciel de Paris…pues eso, cerquita del Sena, en el lado izquierdo esperaba un estudiante de la Sorbona que se sentó a mi lado y se me puso a hablar de los impresionistas. Yo le saqué la lengua…la suya, sangró un poco, y me dejó de hablar.

-          Paris, Texas…esto sí me jodió. Alguien pidió esta canción de Ry Cooder y después de estar en París Francia tuvimos que volver a cruzar el Atlántico porque un vendedor de aparadores había solicitado el autobús. No entendía que podía hacer un vendedor de muebles en el Madrid de los sesenta pero allí que se nos subió el señor.

-          Waterloo…llegamos a Bélgica con esta canción, pero yo no me fiaba. El que se subió era una mujer, pasados los cuarenta, con senos impresionantes, de cocina grande. Las tetas también me gustaron, y le hubiese dicho que se sentara a mi lado de no ser por la orgía de sangre que había montada con la sangre de la lengua del universitario parisino.

Finalmente llegamos a Madrid, salimos a las dos de la tarde de un viernes y me encontraba bajando del autobús en Madrid a las siete de la tarde de ese viernes tras un trayecto de acá para allá. Hacía cincuenta años que había salido de Cordoba…cinuenta años por delante, pero ya estaba en el Madrid del Swinging London de los sesenta. Ahora solo tenía que disfrutar hasta el domingo.

El Coronel Lumbert nos dio un fin de semana libre

Cuando tuve unos días de permiso aproveché el autobús 215 que salía de Cordova y te dejaba en la mismísima puerta del Sol, en el centro de Madrid. Me dije que era momento de aprovechar la oportunidad del tiempo libre para conocer una ciudad típica del Swinging London. Al parecer Madrid en 1966 no era muy de ese rollo, de eso me enteré más tarde, cuando unos tipos vestidos de gris me dieron una buena somanta de palos con porras y mocasines de señoritos de bien que ayudaban a los de gris a cumplir su pacífica labor.

Los días libres nos los concedió el Coronel Lumbert por el éxito de nuestra vuelta de Chile sin olvidarnos de comprarle piedra pómez para las durezas de sus pies. Nadie, que sepamos, le compró la piedra pómez pero los días de permiso nos llegaron a todos junto con un matasuegras y un calendario con todos los meses llamados diciembre y 42 días lunes, uno detrás de otro, en cada mes.

Como cuando cogí el autobús en Alaska era mediodía, me dispuse a tomarme un bocadillo nada más empezar el trayecto, tenía mortadela en el pan y tenía pan en el papel de plata, así que tiré la mortadela y el pan se lo di a un señor vestido de gaitero que hablaba como muy albanés y estaba sentado unas cuantas filas más atrás de mi sitio. Con el papel de plata que me quedaba hice una bola, no sin antes lamerlo de manera ansiosa para sacar el último resquicio de sabor a mortadela o harina horneada. Tras eso tiré la pelota de papel de plata a una especie de estuche de pinturas de cera que tenían en cada asiento y le pregunté al gaitero si llegábamos exactamente a Madrid en 1966 o podría haber paradas que nos llevaran a los años ochenta en plena movida. El señor me respondió con los primeros acordes de Flower of Scotland interpretados por sus cavidades nasales, la gaita no se la había dejado pasar el conductor porque el señor vestía un kilt de un clan que no le gustaba. Le pregunté al conductor si era escocés y me dijo que sí, del mismísimo centro de Almería, escocés de pura cepa. Tras ello me regaló un regaliz y un palulú, y arrancó el autobús mientras la gaita se quedaba en tierra y el escocés bramaba con un acento de Blloku. Me acordé de Jorgorian y su facilidad para idiomas del este de Europa pero me dio un poco igual, el acento del escocés era de un albanés muy entendible y rápidamente supe que se quejaba porque los cordones de los zapatos de su acompañante, un simio con mirada muy hegeliana, le apretaban. El simio le miraba de un modo displicente como diciéndole “Aquel para quien el pensamiento no sea lo único verdadero, lo supremo, no puede juzgar en absoluto el modo filosófico.”

Así comenzó mi trayecto de fin de semana partiendo de Alaska en 2018 con vistas a pasar un par de días en la escena de la moda londinense de Londres en el Madrid de 1966.

Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...

  Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...