martes, 31 de julio de 2018

La locura tranquila de quien anda normal y tiene el alma hecha jirones...



Perdido en una locura de emociones, todas ellas de esas que duelen, de las que van minándote, de las que cuando te cruzas con alguien te dicen "¿qué coño te pasa?.

Y pasar, ese es el asunto, no pasa nada. En absoluto, nada, o más bien, pasan silencios, días tras días con silencios, velos de silencio que caen desde un cielo más allá de los dioses, por encima de las cenizas de mil millones de almas que amaron una mirada o una sonrisa. Silencios pétreos, cerraduras complicadas, nudos gorgianos de acero imposibles de romper. Nada más que el silencio en la habitación donde guardaba los llantos en una caja de Pandora. Alguien abrió el contenedor de la tristeza y ésta fue adueñándose de los pasos, los gestos, las miradas...cada una de mis expresiones pasó a ser una mueca de quien está perdido dentro de sí mismo.


Despertar jodido

Los bofetones siempre duelen. Manos blancas no ofenden pero te dejan bien jodido.

sábado, 28 de julio de 2018

Tristeza...


La tristeza se ha apoderado de mí hasta tal punto que apenas puedo escribir, apenas puedo leer, apenas puedo escuchar música, apenas puedo imaginar un mundo distinto al de la pena que se acuesta cada noche conmigo y me acompaña al despertarme, día tras día.

jueves, 26 de julio de 2018

Helter skelter...



Torrente que me lleva a estar triste, unos días más otros menos. Montaña rusa. Me levanto con la sensación de que el café no mejorará nada y que los cuentos de otros no me sirven. El lavavajillas no tiene pinta de que vaya a arrancar los trozos de suciedad a los platos de mi ánimo.

miércoles, 25 de julio de 2018

Un sueño...

Cada página de libro no leído
cada senda que trazaron tus palabras
la canción que detona por tu olvido
el sabor de los besos, tu almohada.

El silencio de tu risa en mil sonidos
el perfume de tu cuello si me abrazas
el atajo de tu voz como un desvío
a mi triste personaje, curándome el alma.

El momento de tenerte entre mis manos
una tensa espera, bailando con mis nervios.

Entre libros, en una tienda central
aquella de la que hablamos
buscando a nuestros genios
a Russell, a Corrine,
ahora o después
y tú detrás de mí,
cuidando mis adverbios.

Todo lo anterior me dejó varado
en el más bonito de los sueños.

Memorias de un replicante II


  • Y en el sueño apareciste y el despertar fue doloroso...
  • ¿Pero tú sueñas?
  • Bueno, no lo sabía, parece que sí, para ser un recuerdo implantado estaría muy bien trabajado porque ayer no me desperté igual.

martes, 24 de julio de 2018

Memorias de un replicante I


  • ¿Quieres que hagamos el amor y luego te toque canciones de viernes que ni conocemos?
  • Eres un robot, lo mejor es que me vaya.

Dragones para la pérdida

Eso de andar perdido y que un alma de dragón irrumpa en un cuarto repleto de comportamientos habituales, esperados, bien vistos y tradicionales debe ser algo impactante.

Yo ando perdido. Los dragones deben andar por el mundo de alguien que aún saborea el desierto.

lunes, 23 de julio de 2018

Relación de párrafos inconexos.


No hay un mundo paralelo, es simplemente que el universo te ríe por la mañana y a la noche, cuando crees que la sonrisa te espera, te llueve encima un montón de estiércol que huele a lo podrido de tus esperanzas.

Enajenarse es contemplarte cuando amas y analizar por qué y cuánto tiempo estarás así. En ese momento dejas de amar, te vuelves un ser consciente y se va todo a tomar por culo.

Las caricias de tus manos es una frase tan torpe y cursi, una alternativa sería pensar en la caricia de tu sexo. Ambas son dignas de una canción, una de bolero insulso caribeño y la otra de reguetón salvaje veinteañero.

Los vientos del desierto no eran tifones, el tifón nunca me interesó más que por consumir parte de mis días analizando sus derivas. Sin embargo, el desierto me interesó en cuanto me coronaste tu monarca. Ahora odio una república que me es impuesta.

sábado, 21 de julio de 2018

Present tense




Las gotas de las lágrimas de un coral envejecido proyectaban sombras difusas en una pared de colores arcoíris, disimulando su sexo porque es lo que está bien y porque el sexo era el lugar común donde encontrarse. Mientras las lágrimas caían, un mundo de perdones desaparecía en el camino de William hacia su estado de perdición, camino recorrido cada mañana desde su cama a su cuarto de baño donde comenzaba a perderse una y otra vez. Su lugar solitario, donde descansaba los momentos en que el café no quemaba su ansia de amar, ese lugar que algunos llamaban su casa era una tormenta sin sol, un paraíso de penumbra que emborrascaba los días y las noches, por las tardes se tomaba un descanso para que pudieran secarse algunas partes del alma de William, así podría sentir de nuevo la humedad cuando a la noche volviera el aguacero de dolor.

Realmente William nunca pensó que esa fuera su casa pero tenía miedo de vivir fuera de ella porque pensaba que los azotes del terror esperaban al otro lado. Y las lágrimas del coral que crecía en su corazón iban invadiendo todos los lugares, convirtiendo cada habitación en un océano de emociones desconocidas para cualquiera que visitaba el hogar de William. Para William nunca fue raro ver que el coral también crecía en su hogar, ¿quizás el hogar de William era su corazón?, pero esa idea la descartó enseguida, era demasiada compleja para alguien que solamente pretendía ser feliz.

Un día William tomó la decisión de correr sin saber muy bien a dónde, fuera del hogar. Cuando William quiso correr, el sagaz departamento de policía del karma le detuvo, aparentemente en el mismo instante que esa idea se le cruzó por la cabeza, “chicos rápidos” pensó William. Realmente habían tardado varios años en detenerle, los años en los que William equilibraba su espíritu para correr.

Entretanto la bruja del oeste cocinaba una y otra vez pócimas de amor que nadie se tomaría porque nadie iba a visitarla. Dieterley Tresdoe lloraba y Gari Sandance vivía aislado de su desierto. Nadie bailaba y todas emociones destrozadas se concentraban en las nubes densas y oscuras que descargaban el agua con violencia en la habitación de William. El coral veía como crecía el líquido a su alrededor y para contribuir a ello lloró con más fuerza inundando todo el hogar de William, borrando los colores arcoíris. La bruja del oeste no sabía que sus pociones podrían haber liberado el mundo de William del terror diario, del temporal que baqueteaba su espíritu por no saber si existía aquella que navegaba sobre todas las historias…pero esa historia no estaba incluida en las historias, y la que navegaba se apeó de su bajel en un puerto desconocido, alejado de Montecarlo.

Los días se sucedían y las habitaciones se secaban y se inundaban en un martirio tantálico que William no entendía, pensando una y otra vez en el coral, el arcoíris, el baile que no miraba y una imagen del desierto que no pudo tocar.

Joe Falseman se adentró en un barrio y varios personajes se miraron en círculo sin saber por qué estaban todos allí. De pronto llegó la palabra quizás y se desvistió parcialmente, regaló la “s” al público y decidió seguir así de descarada. Quizá se sentía algo desnuda pero feliz de haber aprendido a vivir sin esa "s" tantos años usada.

miércoles, 18 de julio de 2018

Tardes de treintaytantos grados




El gato del suburbio apareció, entre acordes grasientos mostrando sus colmillos amarillos ansiosos de sangre, el gato apareció y no pudiste correr. Te atrapó con una  palabra, diciéndote “ven conmigo, ven al amor del horror que temes”, Fuiste para allá mientras que el mundo caía en mil pedazos en cubos de purpurina que no podías entender, tanto color escupido a borbotones por el aire, llenando el espacio, llenando tu mente, llenando tu deseo de ser alguien. Y pasaron los días con varios mundos buscando ser tu amante en una melodía que jamás podríamos entender los que estábamos en ese patio de butacas esperando la mejor de las escenas entre bastidores. No pudimos verte llorando, ni siquiera sangrando tu amor.

El gato del suburbio danzó sobre el escenario, la mejor obra que habían escrito para él, nos pidió que nos sentáramos, “por favor, observad mis pies, bailando e intentando hipnotizar vuestro espíritu con el poco del alma que me queda”.

Entonces, en el sitio donde estábamos, algo surgió entre los asientos que ocupábamos, y el mundo estalló como si fuera un globo inflándose en la pirámide de cristal del Louvre. Vimos saltar por los aires a la Gioconda sin su risa, la risa se quedó abajo, en la tierra, todos nos mirábamos pensando que la risa era demasiado humana para elevarse y eso nos hizo albergar una briza otoñal de felicidad. Al final tuvimos un rescoldo de sonrisas, ese rescoldo que aparecía en el borde de cada página del libro que leemos cada día, envenenado por el frescor de la mañana o el amor de los labios que creímos nuestros.

Hoy, sin más ni menos, es el día diferente al de ayer siendo igual al de mañana…y mañana diremos lo mismo.

Dicen que soy un hombre de guerra y es lo más alejado que pueden decir de mí...soy el puto hombre del amor, y eso me hace alguien tan débil que mi día a día es el pasado del mañana y lloro cada página repleta de emoción. Hay tantas lágrimas en mis baldosas que podría haber convertido en océanos todos los desiertos.

Ya que no tengo voz para defenderme querría tener una cinta de casette para recordar de dónde vengo, y una foto de mi pasado en color.

Yupi yupi yeah

Esto ha salido porque sí, en una habitación de hotel con Radiohead sonando de fondo...


¿Dónde está el dolor que guardaste en la cocina?
¿Dónde el que alguna noche ya olvidada
Susurraste en mis oídos, lo gritaste por tus playas?
¿Dónde está el aliento de tu habitación perdida?
¿Dónde el polvo del desierto, dónde tu alma de latina?
¿Dónde te escondiste, ¿o eres alma escandinada?
Escandinada que no es del norte y no es de nada
Escandinava o encandilada, comparación mohína.

¿Dónde jugamos mañana si no tenemos parque?
¿Dónde quedaron los columpios de tu sonrisa?
¿Dónde tendremos el desierto de nuestro arte?
Si ansiaba mojarme con tus lágrimas, ser tu vasija
Tanto tristes como alegres, quizá ser tu desastre
Pues no queda otra que llorar por la mañana…deprisa.

martes, 17 de julio de 2018

Harto

De mí...entre otras cosas.

Paso de escribir...qué sentido tiene...paso.

Estoy hasta los huevos.

lunes, 16 de julio de 2018

Historia corta...

Otra idea...a ver si sigo con ella.


John Sadboy llevaba unos días intentando entender el mecanismo por el cual una mujer podía olvidar las palabras. Sally Noiava, de padres rusos y nacida en Evanston, Illinois, se había mudado a Cartagena, Murcia, cuando decidió conocer Europa y se enamoró de un tipo anodino de Murcia, Germán. Su amor duró lo que dura la fascinación que ejerció sobre ella un físico potente y unos ojos azules que “brillaban por la noche para llevarme a casa”, tal y como ella le decía. Él nunca entendió esas frases de Sally, se conocieron en Ibiza en una rave, follaron como locos, ella se enamoró y aprendió castellano con él, él no sabía mucho inglés y entendía que esas frases tan “cursis” eran producto de su aprendizaje del español. La verdad es que Sally tenía tendencia por hacer esos comentarios, para ella la vida tenía un lado poético que, simplemente, teníamos que sacar a la luz. 

Cuando vio que la única luz de Germán eran los faros de su Volkswagen Golf decidió buscar el amor “en un lugar donde una conversación fuera tan fresca como la hierba después de una lluvia otoñal”.
Y apareció John, inglés, de la campiña, un chico de Worcester, cerca de Straforfd.Upon Avon. 

Posiblemente eso ya hizo que Sally se sintiera atraída hacia él, al fin y al cabo Shakespeare era uno de sus escritores favoritos, en concreto los sonetos eran, para ella, el lenguaje universal del amor. Se conocieron en un festival de música, en Benicassim, mientras ella hablaba de que Eddie Veder era de su misma ciudad y él solo deseaba que aparecieran Blur.


John creció en Madrid, su padre estaba casado con una madrileña que siempre tiró de él, especialmente cuando nació John, para volver a la capital española. A Madrid y a Chamberí, como tiene que ser, eso decía su madre parafraseando a su abuelo Jonás, un viejo fontanero que le dio a su única hija todo lo necesario para que fuera una brillante física y trabajase en Londres en unos laboratorios de óptica avanzada, donde conoció al padre de John.

domingo, 15 de julio de 2018

Y otra semana...

Sigo perdido,...con un libro más y un disco más.

Joder, qué poco escribo.

sonidos

Me destrozas un poco cada día... 

Domingo sin ganas...no será loco




Resumen...no he dormido en toda la noche, no entiendo nada, no puedo replicar al sol y tampoco a la luna, y me encuentro agotado.

Así que la canción posiblemente esté mal elegida porque no sé si estoy suficientemente cuerdo para nada.

No sé si hoy será un domingo loco, como el cuento de Scott, al fin y al cabo ayer no estuve bebiendo hasta la madrugada en una fiesta así que no parece que tenga mucho que ver. Lo que sí se es que hoy tengo que currar, que tengo la cabeza para dormir y que no entiendo nada.

La versión clásica de Gloomy Sunday es de Billie Holiday, canción rodeada de una historia dramática, yo prefiero la versión de Heather Nova con ese aire trip hop que tanto me gusta.

sábado, 14 de julio de 2018

Verano

Buscando qué es un poema sin Montecarlo.

Sin entenderme

Ayer estuve en el Madcool viendo a Pearl Jam, grandioso sonido, horrorosa organización. Y hoy estuve con un amigo que me ha dicho que no sabe lo que es el amor desde los catorce años...unos cuarenta años que no sabe lo que es. Y yo le he dicho que joder, qué envidia. Y me he dado cuenta de lo raro que soy, rarísimo, escribir por el amor o por el desamor, por el dolor de no ver, por el deseo de oler...y resulta que esto no lo entiende nadie...

Pues,...vale

jueves, 12 de julio de 2018

Estos días que son meses...

Sé que puedo reírme, y de hecho lo hago. Pero el río subterráneo se encarga de barrer todas mis emociones diarias. Apenas me emociona nada, recuerdo un corazón en invierno.

Esa sensación...

...perenne de injusticia que no puedo explicar...

¿Por qué?

¿Por qué estaba mejor el sábado? ¿por qué hoy no? ¿por qué tanto por qué? ¿por qué es jueves?
¿por qué toca Pearl Jam hoy y no tengo ganas de apenas nada? ¿por qué, por qué, por qué?

miércoles, 11 de julio de 2018

Reflexiones sin rumbo...con Debby de fondo y anestesias.



El mundo de la renuncia es algo muy equívoco y, para mí, lo peor de todo es que tiene tendencia a ser considerado universal la aproximación que cada uno hace al hecho de renunciar a algo sin pensar que cada persona es un mundo distinto de pensamientos, sentimientos, emociones, fortalezas, frialdades, sensibilidades, perspectivas, voluntad, debilidades,…y que además cada persona es distinta también en su entorno, su tiempo, sus experiencias, sus formas de entender la vida, sus exigencias, su idea de felicidad.

No todos somos lo mismo a la hora de verter una lágrima. Hay personas que lloran cuando ven Matar a un ruiseñor o cuando leen Anna Karenina. Hay personas que no lloran nada cuando leen porque o bien leen instrucciones de Ikea o bien leen a Paulo Coelho lo cual es sinónimo de tener sensibilidad artificial o artificiosa -tendría que pensar la diferencia entre ambas porque intuyo que no es igual-. Hay gente que cree que el amor es un buen polvo, otros que creen que es el enamoramiento y otros que creen que es una palabra del diccionario -alguna de las definiciones es realmente interesante-. No todos somos lo mismo, como los cerdos de Animal Farm, algunos son más lo mismo que otros.

El territorio donde yo me hallo me resulta bastante distinto todos aquellos que conozco en persona, salvo quizás uno o dos. Parece aceptado que los sentimientos son algo que ocupan un lugar relativamente pequeño según nos volvemos seres responsables, el problema de esto es cuando uno se harta de ser responsable, de hacer lo que hay que hacer descartándose a sí mismo, relegando a un segundo plano el juego propio de la vida para jugar la vida de otros, con el papel que otros quieren que desempeñes.

Esta sensación de desapego individual crece según ves que todo alrededor se ha vuelto un “sí a la tradición”, pero solamente crece en aquellos que siguen levantándose por las mañanas pensando en que merece la pena llorar cuando escuchas “God only knows” o cuando ves “El paciente inglés” o cuando se te parte el alma viendo “Requiem por un sueño”. Te das cuenta que la vida dejó de ser cuando comenzaste a elegir.

Plantearte si la vida no sigue tus deseos suele conducir a una solución tipo Matrix, o te vuelves a anestesiar o te tomas la píldora roja. Muchas veces te das cuenta de que vivías anestesiado porque alguien te despierta, te dice “eh, eh, despierta”, y abres los ojos a cosas que se te habían olvidado que existían.

De pronto te pones a leer y te gustaría que la experiencia literaria se sublimara compartiéndola con alguien…posiblemente, cuando te pasa eso, empieces a caminar por el mundo del dolor, con un sol quemándote la espalda. Hasta que decides volver a anestesiarte.

La mierda de todo esto es que la anestesia me dura poco y cuando no lo estoy prefiero sentir dolor a volver a anestesiarme. Y sé de sobra que lo mejor es la anestesia o, al menos, eso es lo que dicen quienes dicen lo que está bien y lo que está mal.

Miércoles...



“Dreaminess is, among other things, a state of suspended recognition, and a response to too much useless and complicated factuality. Its symptoms can be a long-term interest in the weather, or a sustained soaring feeling, or a bout of the stares that you sometimes can not even know about except in retrospect, when the time may seem fogged.” 
― Richard FordThe Sportswriter

En el último capítulo que he leído de the sportswritter resulta que Bascombe me ha dado una lección y sí que me ha parecido cercano. Esos monólogos interiores caminan del optimismo a un escepticismo sutil como si fueran barcos haciendo cabotaje. Emocionado por alguna frase, ella sigue sin emocionarme, pero lo que Frank piensa de ella sí...

Una parte me ha recordado una barbaridad a El guardián entre el centeno. La de decir "te quiero" a alguien. Esos "te quiero" que son absolutamente verdaderos, sentidos hasta el fondo y reales. Es capítulo me ha sobrepasado si lo comparo con lo que llevaba. Quizá estoy en una época en que se me sobrepasa con relativa facilidad...


martes, 10 de julio de 2018

Martes, con T de tonto


Ciertamente que cuesta caminar, cuesta sentir los días así porque son más anodinos, porque nadie me cuenta los dibujos que salen en el café, ni nadie me espera con Borges al otro lado de la tarde, o con Scott.

Sigo con Richard Ford. El personaje de Frank Bascombe no soy yo, no puedo serlo, quizás me venga bien leer que hay gente con una actitud de que todo va a salir bien, en estos momentos no sé nada. No sé por qué demonios el que se ríe de mí sigue descojonándose.

El objetivo de la semana es ir al concierto de Pearl Jam. A algunos les parecerá poco ambicioso como objetivo, especialmente porque ya tengo la entrada, pero no se dejen engañar por la apariencia. Ahora mismo llegar a la noche para abrazar la almohada me resulta un camino pedregoso recorrido con pies descalzos, doloridos, en brasas, en llamas que no se pueden medir porque para muchos otros son como plumas ligeras que cosquillean las plantas de los pies.

No estoy en mi mejor día, después de arrebatárseme la sonrisa, un dios que era primo de Loki pensó que era mejor que mi cara se quedase con la mueca estúpida de un dolor no deseado y de un deseo no satisfecho y en una noche sin luna tiró la llave de mi prisión a un lago desconocido. Varios hijos de Satán estuvieron bailando esa noche profanando mi idea de la danza, se reían de mí y de mi cara de falso poeta. No supe qué hacer y, cuando el sol calentó mis manos desnudas vi que los poemas habían sido robados. Decidí no escribir poemas en este lugar porque el mundo no podía ser ofendido por mi ausencia de talento, ni por las lágrimas del oeste que fueron secadas en el sur.

No soy Frank Bascombe pero tengo el propósito de, esta vez sí, terminar con the sportswritter. En este tiempo de cenizas el personaje de Vicky me resulta poco interesante, el atractivo que el autor deja entrever me resulta tan liviano que no me engancha. Es un realismo extraño, dice Richard Ford que se reía junto con Carver del apelativo sucio que les colocaron alegando que no hay nada sucio en sus novelas o relatos. Bascombe desarrolla un monólogo constante, te da su visión de las cosas y no tienes por qué esperar a alguien igual a ti, es relativamente optimista y también relativamente complejo, sus acciones son simples pero sus pensamientos esquivan la complejidad por caminos enredados de practicidad y enmarañados por una sospecha constante de que la vida no le ha tratado mal pese a todo, pese a sus dramas -el hijo perdido, el divorcio-, agarrado a su nueva pareja y a la tranquilidad de espíritu que le confiere su trabajo y su ciudad de New Jersey.

No me identifico con Bascombe pero me gusta leerle. Es más de lo que me pasó la vez anterior que intenté esta novela.

Hoy no tengo desiertos. Quizás yo soy el desierto.

lunes, 9 de julio de 2018

Para escribir...

Me acabo de dar cuenta de que para escribir un cuento necesitas o una idea, o un impulso o un espacio y momento eterno de tranquilidad.
Ahora no veo nada de eso...tendré que esperar.

Lunes, semana de pearl jam

Creo que saudade es más fuerte que añoranza...pues saudade.

Mola...



Mola ver a Weezer tocando Paranoid Android...

Que me critiquen...



Me gusta mucho esta canción...

Amigos que conozco...



No conozco mucha gente, o nadie, que sepa quién es Bill Evans, que se emocione con él y que adore Sidonie. Conozco gente de un lado -quizás solo uno- y del otro -hay alguno más- pero de ambos lados...solo conozco a quien no quiere ser conocido. Bueno, esto es una putada pero es lo que es, es una escalera al segundo piso que tiene una puerta cerrada y tienes que volver jodido al primero. Y el tema es si te gusta estar en el primer piso.

Quizás no está mal lo de vivir en un primer piso, tiene el inconveniente de que te llegan los ruidos de la calle, que te envuelven haciéndote creer que tú eres la calle cuando resulta que tú eres tú y la calle es otra cosa. No hay que olvidar que esa calle del primer piso es distinta, quizás, a la calle que te gusta, porque calles hay muchas. Igual que ideas.

Pero yo no conozco mucha gente, y casi nadie me conoce a mí, tengo tantos conocidos que se creen mis amigos que si tuviera que revelar la verdad me tiraría días disculpándome. Y ser conocido no es malo, me gusta tener conocidos, no deberían sentirse menospreciados, tampoco es una cosa que uno regales porque sí. El estatus de conocido no es algo sencillo en mi puto universo. La gente que conozco no pasa a ser conocida, pasan a ser estúpidos que se me aparecen en el día a día, igual de estúpidos o prescindibles que yo lo soy en la suya. El conocido es alguien que tiene peso en mis días, pero no es un amigo. La amistad es algo que se nota cuando lo dices, cuando piensas en la palabra y se la concedes a quien crees que la merece. La amistad se concede, no sé cuántos me la habrán concedido a mí, yo a pocos, no llega a veinte, tendría que pensar si llega a diez.

¿Y dónde queda el amor si hablas de amistad?. Queda justo, ni más ni menos, que al otro lado de la esquina, una vez doblado el corazón tienes que mirar si el encaje del corazón es porque hay algo o porque quieres algo. Si lo hay estás jodido, entonces es que podría ser tu amiga o amigo y además podrías levantarte cada día viendo su sonrisa. En ese instante saltan las alarmas de los guardias arcanos y te llevan en volandas a una habitación escondida para no hablar con nadie. Es el momento de ocultarte.

Me arropan


Y me podrían llamar gilipollas, pero me gustan.

Otra idea...

Louie no era alto, ni bajo, ni gordo ni flaco. Y esa era la mejor descripción que podía hacer de sí mismo, permanentemente pensando que era un segundón en una tribu repleta de ganadores. No era un perdedor, pero tampoco un ganador. A veces pensaba que al menos los perdedores también eran conocidos, se sentía como el segundo, era como Aldrin en la llegada a la luna. La gente recuerda que Armstrong la pisó y Collins era el piloto del módulo de mando, pero de Aldrin…nadie se acuerda. Un amigo de Loui de hecho le confundía con Gagarin

- ¿Aldrin, ese no es el ruso ese que fue por primera vez al espacio?

Y no, no era el ruso, no era nadie que hablara eslavo, era alguien como Louie, era un don nadie, era el que quería ayudar y nadie le miró, era el que deseaba ser un eslabón en la cadena de aciertos o errores que se le aparecía en la vida, era el que quería estar para ser querido, era alguien que deseaba evitar otros errores. Pero nadie se dio cuenta.

Una vez terminada la carrera de derecho, Louie pasó un verano anodino, de esos que todos pasamos alguna vez, pero para él no era alguna vez, era la vez antes de la suelta al mundo, era el verano que tenía que ser enmarcado, era lo que no fue.

Día tras día encerrado en su habitación con la opción de ver a sus amigos del instituto, aquellos que no abandonaba pese a todo, esos amigos que se reían de él, que no entendían sus problemas. Y ese verano Louie quería soltar lastre, quería hablar de por qué era como era, quería hablar de su familia, de sus complejos, de por qué la vida le dolía, pero sus amigos no querían hablar de los padres, ¿para qué iban a hacerlo? Ninguno quería que la realidad fuera un cuento de los hermanos Grimm y, por otro lado, Louie sabía que ninguno de sus amigos sabía quiénes eran esos hermanos.

Louie pasó así aquel verano y aquellos años, y no sabía qué hacer con su vida, hasta que apareció Suzzane. Desde entonces el océano tormentoso se volvió una balsa de aceite, Suzannee era una chica de 18 años que empezó a juguetear con Louie cuando él tenía 23 y eso era algo extraño, no por la diferencia de edad sino porque Suzanne conocía lo que era un falo adulto y Louie solo entendía lo que podía ser un coño por las revistas que robaba a Jimmie, el cual sabía que se las robaba pero viéndole tan raro nunca quiso pelear por ellas. Jimmie era su compañero de habitación en una pensión desordenada en la cual Louie vivía desde que decidió dejar el hogar familiar, una pensión en una ciudad que le brindaba un trabajo y salidas nocturnas, una ciudad sin formulario de registro, un sitio donde no era nadie pero no por ser Louie sino porque nadie era nadie.

Y Louie vivía con sus realidades, no ser nadie y el deseo de ser un icono sexual. Tener veinte años y tener esa idea de lo que es el mundo es, sin duda, un problema. Nada es tan verdad como que tus veinte años nunca vuelven a pasar pero también es cierto que el amor es algo que no deberías retrasar en el universo de los sentimientos.

Pero Louie nunca tuvo en cuenta el amor, ni el enamoramiento, ni la sensación de vacío que creaba cuando después de haberse follado a alguien decía un sencillo “ya hablaremos”. Y esto era así en el mejor de los casos, cuando quería irse sin más.

domingo, 8 de julio de 2018

Yo no sé dónde estoy

Pensar en el amor es pensar en lo de alguien que sea tu compañero cuando llueva, pero un compañero de esos de abrazarte o de abrazar. Alguien que crea en ti no como una lluvia de los dioses sino como alguien más mundano, alguien que elegiste porque decidiste que los dioses no tenían ni puta idea.
Si, pasado el tiempo, juzgas que tu pareja tampoco tiene ni puta idea, pues bienvenido sea...o malvenido sea.

Cuando el sol quema tu amor es que no deberías estar expuesto.


Yates



Menuda mierda, salvo Revolutionary Road y Las hermanas Grimes es prácticamente imposible encontrar nada en papel en castellano.

Al parecer Richard Ford y Raymond Carver fueron los que le redescubrieron después de que quedara sepultado por el olvido.

Después de escribir un cuento...

Después de acabar un cuento me pregunto muchas cosas, ¿por qué no escribo más? ¿estoy en el lugar correcto? ¿cuántas decisiones son mías? ¿camino porque hay que caminar o realmente me gusta caminar?

Ayer le dije a un amigo "el mundo es un lugar tan feo que por las mañanas me gusto en el espejo", esto no es cierto, el mundo es mucho más bello que yo. Partamos de la base que yo no soy bello, y que mi belleza, de existir, es la que aprecian los demás. Pero la frase escondía una desazón, ese desánimo que aparece en el día a día de este lugar que son nuestras vidas. Nada más. Nada menos.

No entendió nada, me respondió algo simple, al rato me llamó porque debió crujirle algo en el cerebro, no le cogí el teléfono. Me dijo por whatsapp que quería saber cómo estaba, no le respondí.
No estaba de ánimo para hablar con nadie.

Decidido a que los textos sean de otra índole, me doy cuenta de que aislando ciertas realidades, existen otros ríos que circulan bajo mi realidad. La de ahora y la de hace años. Quizás el cúmulo de actuaciones secundarias de mi vida conlleva este estado, ser un actor de reparto eterno hace que de vez en cuando quieras ser protagonista principal. Es como si en el olimpo de los dioses me hubiesen asignado el papel de semidios menor, que es como un quiero y no puedo, hay dioses menores y semidioses. Los semidioses menores son los que no tienen hueco en el banquete, somos los cocineros de los que se sientan a la mesa. Con un poco de suerte se te acerca Hefesto y te da un par de palmadas en el hombro.

Volver a escribir y leer, basicamente en eso estoy centrando mi reconstrucción. Frank Bascombe me suena muy alejado a mí, es un tipo optimista, cree que todo puede salir relativamente bien aunque tenga una concepción real del dolor, aunque tenga momentos de vacío. Pero tiene algo que me cautiva, como cuando su chica le abraza y ese abrazo consigue que desaparezcan todos sus desánimos y sepa que el viaje que empieza con ella va a ser maravilloso. Esa sensación me eriza la piel cuando la leo.

Después de escribir un cuento sencillamente nada ha cambiado salvo que he terminado algo. Aunque sea realmente malo. Ahora mismo, en mi cabeza, está la idea de seguir haciéndolo. Lástima que sean solo para mí...pero claro, si llegan a otras manos lo mismo me decían "vaya mierda lo que escribes" y, aunque mostrara que no me duele, aunque pensara lo mismo, me dolería...la verdad duele. Eso me recuerda un pasaje del libro de Ford, cuando avisa del peligro de preguntar a quien está a tu lado lo que piensa. Frank Bascombe llega a la conclusión de que en general es mejor mentir o, como le sucede a veces, olvidar lo que pensaba y responder cualquier cosa.

Sunday morning



Buenos días domingo. ¿No es preciosa la canción?

Velvet Underground y la irrupción de la factoría en su música, imponiendo a Nico como estrella de su primer disco con Warhol por detrás convenciendo a Reed y Cale de que fuera ella la cantante de algunas canciones...el resultado fue un disco con canciones de la Velvet interpretadas varias de ellas por alguien que pasaba por allí pero, a pesar de todo, a mí me parece subyugante la voz de Nico. En cualquier caso ahí está, a mí me encanta.

sábado, 7 de julio de 2018

Escribir



Es extraña la sensación, hacía años que no concluía un cuento. Mola escribir. Ahora vamos a dormir...

Lo Lamento - Cuento

Lo lamento

Juan Fijado tenía un matrimonio perfecto, una bella esposa, una pareja de niños maravillosos Borja de 12 años y Susana de 10, y un dálmata llamado Flick. La zona residencial donde vivían se componía de unas casas individuales con un pequeño jardín delantero y una zona de barbacoas con piscina, común a todas ellas, en el interior de una circunferencia formada por las viviendas. Parecía la típica formación defensiva de caravanas sometida a un ataque de los indios en plena estepa de Arizona.

La reputación de Juan era la de todos aquellos de la comunidad, amable con sus vecinos, cumplidor en su trabajo y siempre dispuesto a hacer un favor. Podría tener la tentación de describirle como un ser excepcional pero no era así, era tan excepcional como cualquier marido de poco más de cuarenta años que tenía la cabeza en lo que hay que hacer y que no dejaba un resquicio a lo que era el deseo. Los deseos eran patrimonio de cuando tenías veinte años, antes de conocer a Bárbara, su mujer. Ahora el deseo era confundido con lo que el mundo esperaba de ti, aquello que su padre –un viejo oficinista que había vivido toda su vida como un terrateniente sin tierras, presumiendo de una formación inexistente y de unos valores sospechosos-, le había inculcado. “Sé tú mismo” le decía Juan Senior, “excepto cuando los demás esperen que seas otro”. Y así Juan Fijado había ido elaborando su vida, construyendo cada pequeño escalón de lo que era el edificio de su existencia.

Aquella noche de verano en que el mundo mostró su cara menos amable, Borja había invitado a sus amigos de la escuela a la piscina. Una barbacoa se preparaba para las ocho de la tarde, y a las siete los preparativos del vecindario ya estaban en marcha, cervezas congeladas y bandejas de carne circulaban de mano en mano entre los vecinos. Borja seguía en la piscina con sus compañeros cuando Bárbara se acercó a él para preguntarle si no era la hora de irse despidiendo de ellos. Borja bromeó con la hora e intentó estirar un poco más el tiempo. Últimamente discutía mucho con ella, jamás aceptaba sus sugerencias y comenzaba una tensión que Bárbara quería atribuir a la adolescencia cercana. Juan justificaba constantemente al chico y eso a Bárbara le hacía sentirse culpable desde varias perspectivas, por un lado era el hecho de no conseguir que su marido la apoyara y, por otro lado, por la distancia que había ido creciendo entre su hijo y ella.

- Media hora más a cambio de un beso –dijo Borja desde el interior de la piscina, apoyado con sus brazos sobre el borde.
- Diez minutos Borja, tu hermana ya está en casa preparándose para la cena, y dame ese beso.

Cuando Bárbara se agachó para recibir el beso de Borja, éste intentó elevar su cuerpo sobre el borde de la piscina haciendo fuerza con sus brazos, uno de ellos resbaló y en un movimiento inconsciente intentó agarrar a su madre con el otro brazo. Bárbara vio como la mano de Borja se abrazaba a su cuello y la arrastraba sin remedio hacia el interior de la piscina, sumergiéndose en el agua mientras en esas décimas de segundo elaboraba todo lo que vendría a continuación, regañar a Borja, salir empapada, despedir a los amigos de su hijo de una manera cortes pero inapelable, ir a casa atravesando avergonzada la zona de jardín de la barbacoa, justificarse ante los vecinos, llegar a casa, cambiarse y hablar con Juan del comportamiento de Borja. En ese momento vio la imagen de Juan tranquilo defendiendo a su hijo y concediendo al histerismo el momento de enfado que Bárbara exhibía. Fue muy rápido. Cuando Bárbara salió de la piscina, mojada, su concepción de la vida y del amor también estaban empapadas, pero no de un deseo húmedo inconfesable, sino de la rutina de años sin entender a su marido.

El trayecto hacia la casa fue interrumpido con un par de conversaciones de los vecinos que, saboreando una cerveza, preguntaban sonriendo, con ánimo de quitar hierro al asunto, qué había pasado soltando alguna broma referida al calor que hacía y cómo Bárbara lo atajaba de un chapuzón. Ella con gesto algo tenso mantuvo la calma justificando a Borja. Por otro lado Borja estaba a su lado, después de acompañar a sus amigos por el camino interior de embaldosado que conducía a la puerta que comunicaba con la calle mientras se disculpaba por cómo había terminado todo y que había sido sin querer que su madre acabara dentro de la piscina.

Poco antes de llegar a casa Juan estaba desempaquetando unas bandejas de churrascos y costillas al tiempo que conversaba sobre política con Rodrigo, otro de los vecinos. Rodrigo era lo más parecido a un playboy que tenían cerca. Bien parecido, apenas comenzaba a desarrollar una tripa de señor de 40 años pero conservaba un cuerpo atlético que lucía sin camiseta en cuanto había ocasión. Hablador, siempre tenía una opinión sobre cualquier tema, ya fuera música clásica –pese a ser un completo ignorante que confundía el barroco con el romanticismo- o deportes –el que fuera-, política o dialectos eslavos. Juan pensaba de él que era un poco pretencioso pero un buen vecino y simpático y, teniendo en cuenta lo que podían esperar no era mala elección la de tenerlo como amigo. Bárbara por su parte creía no soportarle, así se lo decía a Juan.

- Rodrigo es un chulo, y tiene a Cintia sometida a su voluntad, ¿has visto que parece que está a su servicio?
- Exageras Bárbara, yo los veo como un matrimonio feliz, lo que ocurre es que Rodrigo tiene mucha personalidad, pero no creo que la tenga sometida.

Realmente Bárbara tenía sentimientos encontrados, últimamente tenía fantasías con Rodrigo en las cuales hacían el amor de manera violenta en la piscina, fantasías en las cuales Bárbara se imaginaba sometida a él y eso conseguía excitarla sobremanera. “Últimamente” era desde hacía un par de años y cada vez que se había masturbado pensando en Rodrigo se sentía culpable, pero no entendía bien si debía sentirse así. Hace un tiempo al hacer el amor con Juan tuvo un orgasmo pensando que era con Rodrigo con quien estaba, aquella vez sí tenía claro que estuvo mal pensar en él…fue la última vez que hicieron el amor. Desde entonces Juan estaba cansado y ella discutía con los críos. Desde entonces la vida parecía haber encontrado el camino de salida y ella estaba montada en un vehículo que no se salía de la vereda. Desde entonces había pasado algo más de un año.

- Pero Bárbara, estás empapada, ¿qué ha pasado? –Juan no se alteró, no solía alterarse por casi nada.
- Tu hijo me ha agarrado del cuello y acabé en la piscina.
- ¡Fue sin querer! –exclamó defendiéndose Borja- quería dar un beso a mamá y me resbalé…la cogí y…
- Calla Borja, -interrumpió Bárbara- estabas negociando quedarte más tiempo en la piscina, si no hubieras intentado estar más tiempo no habría pasado nada.
- Bueno, no es para tanto –Juan sacó su carácter anestésico para aliviar cualquier situación- esto se resuelve cambiándote de ropa y, además, quería darte un beso.
- Imaginaba que dirías eso –respondió Bárbara-, tienes razón, no es importante. Vamos Borja, vamos a cambiarnos.
Rodrigo observaba la situación como un espectador en el cine comiendo palomitas. Su actitud, habitualmente petulante, había sido reemplazada por un silencio calculado y repleto de sentido del respeto.
- Voy a cambiarme. Borja y Susana vendrán ahora, yo no estoy ahora mismo con la cabeza para barbacoas, me duele algo y lo mismo me quedo en casa.
- Vamos nena –replicó Juan- no le des importancia, seguro que el aire de la noche te viene bien.
Entonces intervino Rodrigo
- Claro Bárbara, cámbiate y te esperamos en un rato, tómate un rato, relájate algo y luego preparamos una sangría para todos estos vecinos aburridos y sedientos. La cerveza no va ser suficiente. Cintia vendrá en media hora, cuento con vosotras.
- Ya veré, no estoy de ánimo, pero bueno, no sé.

Bárbara cogió a Borja de la mano, se quedó parada un momento, miró el cielo, la noche estaba empezando a arropar la tarde para taparla poco a poco en su manto de estrellas. Bajó la cabeza y soltando la mano de Borja se arrodillo frente a él, en cuclillas, miró los ojos de su hijo y le dio un beso en la mejilla.

- Tiene razón papá, no pasa nada.

Luego le abrazó como si fuera el mayor abrazo de su vida e incorporándose de nuevo se dirigieron hacia la puerta de casa que daba a la zona ajardinada.


Media hora después Bárbara seguía en el baño, los niños ya estaban con el resto de la gente en el jardín. Lo bueno de estos sitios residenciales es que siempre hay niños de todas las edades, enseguida se forman pandillas y Borja ya no echaba de menos a sus amigos de la escuela y se le había olvidado el chapuzón de su madre. Susana jugaba a ayudar a los padres con sus amigas y Juan conversaba alegremente con Rodrigo y otros padres que se habían unido a la ceremonia de fuego y carne a la brasa.

Bárbara estaba desnuda, sentada en la taza del wáter y se levantó para contemplarse ante el espejo. Tenía treinta y nueve años, cuatro menos que Juan. Jamás se había visto en el espejo como aquel día, desnuda y reflexionando lo que era de su vida. Jamás había pensado si su vida tenía sentido o no. Había sido relativamente feliz hasta hace un año, y hace un año no había pasado nada reseñable. Realmente nunca había pasado nada reseñable. Su vida había sido una ruta previamente marcada sobre el mapa de lo que es debido. Conoció a Juan con veinticuatro años, se casó con veintiséis, tuvo a Borja con veintisiete y a Susana dos años después, apenas disfrutó de la vida de pareja porque enseguida tuvo que cambiar pañales. Y antes de eso…Bárbara se preguntaba qué había antes de eso. ¿Quién era la Bárbara anterior?

Una carrera de Bellas Artes, cierta pasión por la arqueología y asistencias dos veranos a campamentos de verano donde desenterraban restos de hacía más de dos mil años en Italia. Justo los dos veranos antes de conocer a Juan, después de eso Juan fue su vida y ahora tenía treinta y nueve años y su hijo mayor no la respetaba, su marido no la tocaba y suponía que su hija en un par de años competería por ser la mujer de la casa. Ese era un resumen más o menos certero del día a día. Se preguntaba si estaba enamorada de su marido y recordó una conversación con Juan sobre el amor, un día que ambos se bebieron una botella de vino, haría unos cinco años. Sin alcohol no solían hablar de temas delicados y el amor era un terreno más que pantanoso. Juan comentó que el amor es tan importante como tener galletas en la alacena, solo te preocupa cuando tienes antojo pero vives perfectamente sin ellas. Lo importante es la alacena, ahí puedes guardar cualquier cosa y, la alacena, es la familia.

La alacena es la familia…Juan debía haber leído eso en algún libro, no es especialmente reflexivo para llegar a esa conclusión. Pero tampoco era un aficionado a la lectura. Posiblemente sería de una película, o del padre de Juan. La alacena es la familia pensaba Bárbara y comenzó a tocarse los pechos mientras se miraba en el espejo y la imagen de Rodrigo vino a su cabeza.

- Juan, parece que Bárbara no se anima a venir.

Rodrigo estaba engullendo un trozo de panceta mientras Juan estaba a vueltas con unos cuantos chorizos criollos que desprendían llamas cada vez que los giraba.

- Bueno, ya sabes que si a una mujer le duele la cabeza lo mejor es dejarla tranquila.
- Cintia tiene tantos dolores de cabeza que ya ni la hago caso. Pero bueno, todavía me salto alguno de ellos para disfrutar un poco en la cama.

A Juan le superaban los comentarios acerca del sexo, se callaba y esperaba impacientemente que la conversación cambiara de tema. Jamás pudo superar su relación con el sexo, era algo que le parecía ajeno a él. Claro que tenía deseos pero no acababa de ver como esos deseos encajaban en la vida, un psicólogo le había dicho que tiene el sexo en un plano irreal y debería considerarlo algo mundano, más unido a él, parte de su todo. Él lo veía como si fuera una pieza fuera de su construcción, un bloque que le pertenecía pero a unos cuantos metros, era como los baños de las antiguas casas de campo que estaban fuera de la casa. No sabía ni bromear ni tratarlo de frente. Si alguien le hablaba de sexo Juan solía esconder la mirada como si estuviera en una ronda de reconocimiento y él fuera culpable. Se sentía culpable de ser como los demás y eso le desconcertaba. Con los años había aprendido a vivir con esa sensación.

- Vamos Juan, no me dirás que no follas porque Bárbara tiene dolor de cabeza.
Rodrigo era obsesivo con el tema, con cualquier tema, pero si salía el sexo daba la sensación de que lo encontraba especialmente divertido y era más difícil cambiar el rumbo de la conversación.
- No, bueno, ya sabes, no siempre le duele. –intentó salir de algún modo del aprieto sin apartar la vista de los chorizos criollo que ahora se habían convertido en su refugio.
- Imagino, joder, estar sin follar por la típica excusita, si se pone así deberías buscarte algo.

“Buscarte algo”, era lo último que Juan pensaba, llevaba el mismo tiempo sin hacer el amor que Bárbara, con la diferencia de que ella sí quería sexo y Juan prefería que fuera algo de lo que prescindir. Y jamás hablaban del tema. Juan no creía que el sexo fuera un asunto esencial ni de vital importancia, es cierto que tuvieron una época más o menos activa, nada más casarse y hasta que nació Sally, pero poco a poco Juan fue encontrando más actividades que le distraían y le servían de excusa para no enfrentarse al momento de un beso húmedo o a una caricia que pudiera ir más allá. En realidad Rodrigo estaba equivocado, a quien le dolía siempre la cabeza era a Juan.

Bárbara decidió que el sexo solitario era una alternativa llevadera, para Juan eso no era una opción. En Bárbara y Juan se confundían los estereotipos sexuales clásicos, al menos en el interior de sus vidas, de cara afuera eran tradicionales. Bárbara era una buena esposa, dejó una posible carrera de profesora de Bellas Artes en la universidad en cuanto se quedó embarazada, renunció a hacer una segunda especialización en Arqueología para cuidar a Borja. Juan por su parte progresaba en su faceta de economista, progresó tanto que a su edad ya era director financiero de una empresa de unas quinientas personas. Y además sabía hacer muy bien el churrasco en la barbacoa.

“Se le da muy bien calentar la carne muerta”, pensaba Bárbara tras tener un orgasmo tranquilo en el baño y le llegaba el olor de las chuletas desde el jardín.

Bárbara se vistió lentamente, se puso un vestido largo, poco apropiado para una barbacoa, con un escote profundo en V, era un vestido de noche que estrenó en una cena de la empresa de Juan para celebrar que le habían nombrado director. Lo completó con un tanga que estrenaba, comprado la semana anterior y unas elegantes sandalias negras de tacón. Eligió prescindir de sujetador tal y como requería el vestido y como su mente le indicaba. Buscó su mejor perfume y con ese toque pensó que estaba lista. Parecía que iba de fiesta.

Cuando salió al jardín fue directamente hacia donde estaba Juan, se quedó a un par de metros de él, lejos del humo que salía aún de las brasas con los últimos restos de carne que aún se cocinaban para los rezagados o para aquellos que no ponían fin a su ansia de comer. A esa distancia llamó a su marido.

- Juan, ¿puedes venir?

Juan se dio la vuelta, seguía ejerciendo de macho cocinero, le encantaba ese papel de líder de la hoguera, pero en su cabeza la idea no tenía que ver con el infierno. Esa idea era muy perversa y retorcida para la cabeza de Juan.

- Ah, hola Bárbara, acércate, quedan chuletas.
- No, no, no quiero nada y menos acercarme. No quiero oler a grasa quemada. Si no puedes venir no importa. Te lo digo desde aquí.
- ¿Qué pasa?
- Me voy a cenar fuera, se me ha pasado el dolor de cabeza. Te veo luego.

La cara de Juan mostró toda la sorpresa que era capaz de expresar.

- ¿Cómo que te vas? Pero si estamos cenando todos aquí.
- Eso es cariño, aquí estáis cenando todos. Por eso no estoy yo. Les doy un beso a los niños, acuéstalos antes de las doce, mañana tienen natación. Me voy.
- Pero, Bárbara, no entiendo...
En ese instante Juan por primera vez estuvo muy cerca de perder los papeles.
- Bárbara –elevó un poco la voz- no me gusta que hagas esto.

Bárbara ya había emprendido el camino hacia la calle, por el mismo sitio donde los amigos de Borja habían salido. Sin darse la vuelta soltó.

- Lo lamento, Juan. Lo lamento.

Y fin del cuento...

“Buscarte algo”, era lo último que Juan pensaba, llevaba el mismo tiempo sin hacer el amor que Bárbara, con la diferencia de que ella sí quería sexo y Juan prefería que fuera algo de lo que prescindir. Y jamás hablaban del tema. Juan no creía que el sexo fuera importancia, es cierto que tuvieron una época más o menos activa, nada más casarse y hasta que nació Sally, pero poco a poco Juan fue encontrando más actividades que le distraían y le servían de excusa para no enfrentarse al momento de un beso húmedo o a una caricia que pudiera ir más allá. En realidad Rodrigo estaba equivocado, a quien le dolía siempre la cabeza era a Juan.

Bárbara decidió que el sexo solitario era una alternativa llevadera, eso había decidido, para Juan eso no era una opción. En Bárbara y Juan se confundían los estereotipos sexuales clásicos, al menos en el interior de sus vidas, de cara afuera eran tradicionales. Bárbara era una buena esposa, dejó una posible carrera de profesora de Bellas Artes en la universidad en cuanto se quedó embarazada, renunció a hacer una segunda especialización en Arqueología para cuidar a Borja. Juan por su parte progresaba en su faceta de economista, progresó tanto que con su edad ya era director financiero de una empresa de unas quinientas personas. Y además sabía hacer muy bien el churrasco en la barbacoa. Se le daba muy bien calentar la carne muerta, pensaba Bárbara tras tener un orgasmo tranquilo en el baño y le llegaba el olor de las chuletas desde el jardín.

Bárbara se vistió lentamente, se puso un vestido largo, poco apropiado para una barbacoa, con un escote largo, era un vestido de noche, que estrenó en una cena de la empresa de Juan para celebrar que le habían nombrado director. Lo completó con un tanga que estrenaba, comprado la semana anterior y unas elegantes sandalias negras de tacón. Eligió prescindir de sujetador y añadió un toque de perfume. Parecía que iba de fiesta.

Cuando salió al jardín fue directamente hacia donde estaba Juan, se quedó a un par de metros de él, lejos del humo que salía aún de las brasas en los últimos restos de carne que aún se cocinaban para los rezagados o para aquellos que no ponían fin a su ansia de comer. A esa distancia llamó a su marido.

- Juan, ¿puedes venir?

Juan se dio la vuelta, seguía ejerciendo de macho cocinero, le encantaba ese papel de líder de la hoguera, pero en su cabeza la idea no tenía que ver con el infierno. Esa idea era muy perversa y retorcida para la cabeza de Juan.

- Ah, hola Bárbara, acércate, quedan chuletas.
- No, no, no quiero nada y menos acercarme. No quiero oler a grasa quemada. Si no puedes venir no importa. Te lo digo desde aquí.
- ¿Qué pasa?
- Me voy a cenar fuera, se me ha pasado el dolor de cabeza. Te veo luego.

La cara de Juan mostró toda la sorpresa que era capaz de expresar.

- ¿Cómo que te vas? Pero si estamos cenando todos aquí.
- Eso es cariño, aquí estais cenando todos. Por eso no estoy yo. Les doy un beso a los niños, acuéstalos antes de las doce, mañana tienen natación. Me voy.
- Pero, Bárbara, no entiendo...

En ese instante Juan por primera vez estuvo muy cerca de perder los papeles.

- Bárbara –elevó un poco la voz- no me gusta que hagas esto.

Bárbara ya había emprendido el camino hacia la calle, por el mismo sitio donde los amigos de Borja habían salido. Sin darse la vuelta soltó.

- Lo lamento, Juan. Lo lamento.

Ahora con nombres castellanos...desde el principio

Lo Lamento

Juan Fijado tenía un matrimonio perfecto, una bella esposa, una pareja de niños maravillosos Borja de 12 años y Susana de 10, y un dálmata llamado Flick. La zona residencial donde vivían se componía de unas casas individuales con un pequeño jardín delantero y una zona de barbacoas con piscina, común a todas ellas, en el interior de una circunferencia formada por las viviendas. Parecía la típica formación defensiva de caravanas sometida a un ataque de los indios en plena estepa de Arizona.

La reputación de Juan era la de todos aquellos de la comunidad, amable con sus vecinos, cumplidor en su trabajo y siempre dispuesto a hacer un favor. Podría tener la tentación de describirle como un ser excepcional pero no era así, era tan excepcional como cualquier marido de poco más de cuarenta años que tenía la cabeza en lo que hay que hacer y que no dejaba un resquicio a lo que era el deseo. Los deseos eran patrimonio de cuando tenías veinte años, antes de conocer a Bárbara, su mujer. Ahora el deseo era confundido con lo que el mundo esperaba de ti, aquello que su padre –un viejo oficinista que había vivido toda su vida como un terrateniente sin tierras, presumiendo de una formación inexistente y de unos valores sospechosos-, le había inculcado. “Sé tú mismo” le decía Juan el padre, “excepto cuando los demás esperen que seas otro”. Y así Juan Fijado había ido elaborando su vida, construyendo cada pequeño escalón de lo que era el edificio de su existencia.

Aquella noche de verano en que el mundo mostró su cara menos amable, Borja había invitado a sus amigos de la escuela a la piscina. Una barbacoa se preparaba para las ocho de la tarde, y a las siete los preparativos del vecindario ya estaban en marcha, cervezas congeladas y bandejas de carne circulaban de mano en mano entre los vecinos. Borja seguía en la piscina con sus compañeros cuando Bárbara se acercó a él para preguntarle si no era la hora de irse despidiendo de ellos. Borja bromeó con la hora e intentó estirar un poco más el tiempo. Ultimamente discutía mucho con ella, jamás aceptaba sus sugerencias y comenzaba una tensión que Bárbara quería atribuir a la adolescencia cercana. Juan justificaba constantemente al chico y eso a Bárbara le hacía sentirse culpable desde varias perspectivas, por un lado era el hecho de no conseguir que su marido la apoyara y, por otro lado, por la distancia que había ido creciendo entre su hijo y ella.

- Media hora más a cambio de un beso –dijo Borja desde el interior de la piscina, apoyado con sus brazos sobre el borde.
- Diez minutos Borja, tu hermana ya está en casa preparándose para la cena, y dame ese beso.

Cuando Bárbara se agachó para recibir el beso de Borja, éste intentó elevar su cuerpo sobre el borde de la piscina haciendo fuerza con sus brazos, uno de ellos resbaló y en un movimiento inconsciente intentó agarrar a su madre con el otro brazo. Bárbara vio como la mano de Borja se abrazaba a su cuello y la arrastraba sin remedio hacia el interior de la piscina, sumergiéndose en el agua mientras en esas décimas de segundo elaboraba todo lo que vendría a continuación, regañar a Borja, salir empapada, despedir a los amigos de su hijo de una manera cortes pero inapelabe, ir a casa atravesando avergonzada la zona de jardín de la barbacoa, justificarse ante los vecinos, llegar a casa, cambiarse y hablar con Juan del comportamiento de Borja. En ese momento vio la imagen de Juan tranquilo defendiendo a su hijo y concediendo al histerismo el momento de enfado que Bárbara exhibía. Fue muy rápido. Cuando Bárbara salió de la piscina, mojada, su concepción de la vida y del amor también estaban empapadas, pero no de un deseo húmedo inconfesable, sino de la rutina de años sin entender a su marido.



El trayecto hacia la casa fue interrumpido con un par de conversaciones de los vecinos que, saboreando una cerveza, preguntaban sonriendo, con ánimo de quitar hierro al asunto, qué había pasado soltando alguna broma referida al calor que hacía y cómo Bárbara lo atajaba de un chapuzón. Ella con gesto algo tenso mantuvo la calma justificando a Borja. Por otro lado Borja estaba a su lado, después de acompañar a sus amigos por el camino interior de embaldosado que conducía a la puerta que comunicaba con la calle mientras se disculpaba por cómo había terminado todo y que había sido sin querer que su madre acabara dentro de la piscina.

Poco antes de llegar a casa Juan estaba desempaquetando unas bandejas de churrascos y costillas al tiempo que conversaba sobre política con Rodrigo, otro de los vecinos. Rodrigo era lo más parecido a un playboy que tenían cerca. Bien parecido, apenas comenzaba a desarrollar una tripa de señor de 40 años pero conservaba un cuerpo atlético que lucía sin camiseta en cuanto había ocasión. Hablador, siempre tenía una opinión sobre cualquier tema, ya fuera música clásica –pese a ser un completo ignorante que confundía el barroco con el romanticismo- o deportes –el que fuera-, política o dialectos eslavos. Juan pensaba de él que era un poco pretencioso pero un buen vecino y simpático y, teniendo en cuenta lo que podían esperar no era mala elección la de tenerlo como amigo. Bárbara por su parte creía que no soportarle, así se lo decía a Juan.

- Rodrigo es un chulo, y tiene a Cinthia sometida a su voluntad, ¿has visto que parece que está a su servicio?
- Exageras Bárbara, yo los veo como un matrimonio feliz, lo que ocurre es que Rodrigo tiene mucha personalidad, pero no creo que la tenga sometida.

Realmente Bárbara tenía sentimientos encontrados, últimamente tenía fantasías con Rodrigo en las cuales hacían el amor de manera violenta en la piscina, fantasías en las cuales Bárbara se imaginaba sometida a él y eso conseguía excitarla sobremanera. Últimamente era desde hacía un par de años y cada vez que se había masturbado pensando en Rodrigo se sentía culpable, pero no entendía bien si debía sentirse así. Hace un tiempo al hacer el amor con Juan tuvo un orgasmo pensando que era con Rodrigo con quien estaba, aquella vez sí tenía claro que estuvo mal pensar en él…fue la última vez que hicieron el amor. Desde entonces Juan estaba cansado y ella discutía con los críos. Desde entonces la vida parecía haber encontrado el camino de salida y ella estaba montada en un vehículo que no se salía de la vereda. Desde entonces había pasado algo más de un año.

- Pero Bárbara, estás empapada, ¿qué ha pasado? –Juan no se alteró, no solía alterarse por casi nada.
- Tu hijo me ha agarrado del cuello y acabé en la piscina.
- Fue sin querer! –exclamó defendiéndose Borja- quería dar un beso a mamá y me resbalé…la cogí y…
- Calla Borja, -interrumpió Bárbara- estabas negociando quedarte más tiempo en la piscina, si no hubieras intentado estar más tiempo no habría pasado nada.
- Bueno, no es para tanto –Juan sacó su carácter anestésico para aliviar cualquier situación- esto se resuelve cambiándote de ropa y, además, quería darte un beso.
- Imaginaba que dirías eso –respondió Bárbara-, tienes razón, no es importante. Vamos Borja, vamos a cambiarnos.

Rodrigo observaba la situación como un espectador en el cine comiendo palomitas. Su actitud, habitualmente petulante, había sido reemplazada por un silencio calculado y repleto de sentido del respeto.

- Voy a cambiarme. Borja y Susana vendrán ahora, yo no estoy ahora mismo con la cabeza para barbacoas, me duele algo y lo mismo me quedo en casa.
- Vamos nena –replicó Juan- no le des importancia, seguro que el aire de la noche te viene bien.
Entonces intervino Rodrigo
- Claro Bárbara, cámbiate y te esperamos en un rato, tómate un rato, relájate algo y luego preparamos una sangría para todos estos vecinos aburridos y sedientos. La cerveza no va ser suficiente. Cintia vendrá en media hora, cuento con vosotras.
- Ya veré, no estoy de ánimo, pero bueno, no sé.

Bárbara cogió a Borja de la mano, se quedó parada un momento, miró el cielo, la noche estaba empezando a arropar la tarde para taparla poco a poco en su manto de estrellas. Bajó la cabeza y soltando la mano de Borja se arrodillo frente a él, en cuclillas, miró los ojos de su hijo y le dio un beso en la mejilla.

- Tiene razón papá, no pasa nada.

Luego le abrazó como si fuera el mayor abrazo de su vida e incorporándose de nuevo se dirigieron hacia la puerta de casa que daba a la zona ajardinada.



Media hora después Bárbara seguía en el baño, los niños ya estaban con el resto de la gente en el jardín. Lo bueno de estos sitios residenciales es que siempre hay niños de todas las edades, enseguida se forman pandillas y Borja ya no echaba de menos a sus amigos de la escuela y se le había olvidado el chapuzón de su madre. Susana jugaba a ayudar a los padres con sus amigas y Juan conversaba alegremente con Rodrigo y otros padres que se había unido a la ceremonia de fuego y carne a la brasa.

Bárbara estaba desnuda, sentada en la taza del wáter y se levantó para contemplarse ante el espejo. Tenía treinta y nueve años, cuatro menos que Juan. Jamás se había visto en el espejo como aquel día, desnuda y reflexionando lo que era de su vida. Jamás había pensado si su vida tenía sentido o no. Había sido relativamente feliz hasta hace un año, y hace un año no había pasado nada reseñable. Realmente nunca había pasado nada reseñable. Su vida había sido una ruta previamente marcada sobre el mapa de lo que es debido. Conoció a Juan con veinticuatro años, se casó con veintiséis, tuvo a Borja con veintisiete y a Susana dos años después, apenas disfrutó de la vida de pareja porque enseguida tuvo que cambiar pañales. Y antes de eso…Bárbara se preguntaba qué había antes de eso. ¿Quién era la Bárbara anterior?

Una carrera de bellas artes, cierta pasión por la arqueología y asistencias dos veranos a campamentos de verano donde desenterraban restos de hacía más de dos mil años en Italia. Justo los dos veranos antes de conocer a Juan, después de eso Juan fue su vida y ahora tenía treinta y nueve años y su hijo mayor no la respetaba, su marido no la tocaba y suponía que su hija en un par de años competería por ser la mujer de la casa. Ese era un resumen más o menos certero del día a día. Se preguntaba si estaba enamorada de su marido y recordó una conversación con Juan sobre el amor, un día que ambos se bebieron una botella de vino, haría unos cinco años. Sin alcohol no solían hablar de temas delicados y el amor era un terreno más que pantanoso. Juan comentó que el amor es tan importante como tener galletas en la alacena, solo te preocupa cuando tienes antojo pero vives perfectamente sin ellas. Lo importante es la alacena, ahí puedes guardar cualquier cosa y, la alacena, es la familia.

La alacena es la familia…Juan debía haber leído eso en algún libro, no es especialmente reflexivo para llegar a esa conclusión. Pero tampoco era un aficionado a la lectura. Posiblemente sería de una película, o del padre de Juan. La alacena es la familia pensaba Bárbara y comenzó a tocarse los pechos mientras se miraba en el espejo y la imagen de Rodrigo vino a su cabeza.


- Juan, parece que Bárbara no se anima a venir.
Rodrigo estaba engullendo un trozo de panceta mientras Juan estaba a vueltas con unos cuantos chorizos criollos que desprendían llamas cada vez que los giraba.
- Bueno, ya sabes que si a una mujer le duele la cabeza lo mejor es dejarla tranquila.
- Cintia tiene tantos dolores de cabeza que ya ni la hago caso. Pero bueno, todavía me salto alguno de ellos para disfrutar un poco en la cama.

A Juan le superaban los comentarios acerca del sexo, se callaba y esperaba impacientemente que la conversación cambiara de tema. Jamás pudo superar su relación con el sexo, era algo que le parecía ajeno a él. Claro que tenía deseos pero no acababa de ver como esos deseos encajaban en la vida, un psicólogo le había dicho que tiene el sexo en un plano irreal y debería considerarlo algo mundano, más unido a él, parte de su todo. Él lo veía como si fuera una pieza fuera de su construcción, un bloque que le pertenecía pero a unos cuantos metros, era como los baños de las antiguas casas de campo que estaban fuera de la casa. No sabía ni bromear ni tratarlo de frente. Si alguien le hablaba de sexo Juan solía esconder la mirada como si estuviera en una ronda de reconocimiento y él fuera culpable. Se sentía culpable de ser como los demás y eso le desconcertaba. Con los años había aprendido a vivir con esa sensación.

- Vamos Juan, no me dirás que no follas porque Bárbara tiene dolor de cabeza.

Rodrigo era obsesivo con el tema, con cualquier tema, pero si salía el sexo daba la sensación de que lo encontraba especialmente divertido y era más difícil cambiar el rumbo de la conversación.

- No, bueno, ya sabes, no siempre le duele. –intentó salir de algún modo del aprieto sin apartar la vista de los chorizos de criollo que ahora se habían convertido en su refugio.
- Imagino, joder, estar sin follar por la típica excusita, si se pone así debería buscarte algo.

“Buscarte algo”, Juan llevaba el mismo tiempo sin hacer el amor que Bárbara, con la diferencia de que ella sí quería sexo y Juan prefería que fuera algo de lo que prescindir. Y jamás hablaban del tema. Juan no creía que el sexo fuera importancia, es cierto que tuvieron una época más o menos activa, nada más casarse y hasta que nació Sally, pero poco a poco Juan fue encontrando más actividades que le distraían y le servían de excusa para no enfrentarse al momento de un beso húmedo o a una caricia que pudiera ir más allá. En realidad Rodrigo estaba equivocado, a quien le dolía siempre la cabeza era a Juan.

Seguimos con una idea de cuento


Lo lamento (parte 2...sigo pensándome lo de los nombres...)

El trayecto hacia la casa fue interrumpido con un par de conversaciones de los vecinos que, saboreando una cerveza, preguntaban sonriendo, con ánimo de quitar hierro al asunto, qué había pasado soltando alguna broma referida al calor que hacía y cómo Barbara lo atajaba de un chapuzón. Ella con gesto algo tenso mantuvo la calma justificando a Roscoe. Por otro lado Roscoe estaba a su lado, después de acompañar a sus amigos por el camino interior de embaldosado que conducía a la puerta que comunicaba con la calle mientras se disculpaba por cómo había terminado todo y que había sido sin querer que su madre acabara dentro de la piscina.

Poco antes de llegar a casa John estaba desempaquetando unas bandejas de churrascos y costillas al tiempo que conversaba sobre política con Monroe, otro de los vecinos. Monroe era lo más parecido a un playboy que tenían cerca. Bien parecido, apenas comenzaba a desarrollar una tripa de señor de 40 años pero conservaba un cuerpo atlético que lucía sin camiseta en cuanto había ocasión. Hablador, siempre tenía una opinión sobre cualquier tema, ya fuera música clásica –pese a ser un completo ignorante que confundía el barroco con el romanticismo- o deportes –el que fuera-, política o dialectos eslavos. John pensaba de él que era un poco pretencioso pero un buen vecino y simpático y, teniendo en cuenta lo que podían esperar no era mala elección la de tenerlo como amigo. Barbara por su parte creía que no soportarle, así se lo decía a John.
  • Monroe es un chulo, y tiene a Cinthia sometida a su voluntad, ¿has visto que parece que está a su servicio?
  • Exageras Barbara, yo los veo como un matrimonio feliz, lo que ocurre es que Monroe tiene mucha personalidad, pero no creo que la tenga sometida.

Realmente Barbara tenía sentimientos encontrados, últimamente tenía fantasías con Monroe en las cuales hacían el amor de manera violenta en la piscina, fantasías en las cuales Barbara se imaginaba sometida a él y eso conseguía excitarla sobremanera. Últimamente era desde hacía un par de años y cada vez que se había masturbado pensando en Monroe se sentía culpable, pero no entendía bien si debía sentirse así. Hace un tiempo al hacer el amor con John tuvo un orgasmo pensando que era con Monroe con quien estaba, aquella vez sí tenía claro que estuvo mal pensar en él…fue la última vez que hicieron el amor. Desde entonces John estaba cansado y ella discutía con los críos. Desde entonces la vida parecía haber encontrado el camino de salida y ella estaba montada en un vehículo que no se salía de la vereda. Desde entonces había pasado algo más de un año.
  • Pero Barbara, estás empapada, ¿qué ha pasado? –John no se alteró, no solía alterarse por casi nada.
  • Tu hijo me ha agarrado del cuello y acabé en la piscina.
  • Fue sin querer! –exclamó defendiéndose Roscoe- quería dar un beso a mamá y me resbalé…la cogí y...
  • Calla Roscoe, -interrumpió Barbara- estabas negociando quedarte más tiempo en la piscina, si no hubieras intentado estar más tiempo no habría pasado nada.
  • Bueno, no es para tanto –John sacó su carácter anestésico para aliviar cualquier situación- esto se resuelve cambiándote de ropa y, además, quería darte un beso.
  • Imaginaba que dirías eso –respondió Barbara-, tienes razón, no es importante. Vamos Roscoe, vamos a cambiarnos.

Monroe observaba la situación como un espectador en el cine comiendo palomitas. Su actitud, habitualmente petulante, había sido reemplazada por un silencio calculado y repleto de sentido del respeto. 
  • Voy a cambiarme. Roscoe y Sally vendrán ahora, yo no estoy ahora mismo con la cabeza para barbacoas, me duele algo y lo mismo me quedo en casa.
  • Vamos nena –replicó John- no le des importancia, seguro que el aire de la noche te viene bien.

Entonces intervino Monroe.
  • Claro Barbara, cámbiate y te esperamos en un rato, tómate un rato, relájate algo y luego preparamos una sangría para todos estos vecinos aburridos y sedientos. La cerveza no va ser suficiente. Cintia vendrá en media hora, cuento con vosotras.
  • Ya veré, no estoy de ánimo, pero bueno, no sé.


Barbara cogió a Roscoe de la mano, se quedó parada un momento, miró el cielo, la noche estaba empezando a arropar la tarde para taparla poco a poco en su manto de estrellas. Bajó la cabeza y soltando la mano de Roscoe se arrodillo frente a él, en cuclillas, miró los ojos de su hijo y le dio un beso en la mejilla.
  • Tiene razón papá, no pasa nada.

Luego le abrazó como si fuera el mayor abrazo de su vida e incorporándose de nuevo se dirigieron hacia la puerta de casa que daba a la zona ajardinada.

Contra todo pronóstico

Me levanto pensando si el inicio de un cuento tiene sentido, si lo que escribo es algo o es nada. Me han dicho que resulta patético alguna vez...me han dicho que el día se viste nubes porque así son los días. Contra todo pronóstico hoy he sonreído, contra todo pronóstico sigo echando de menos lo que ayer echaba de menos.
Contra todo pronóstico el amor en los enamorados triunfa menos que un solomillo de buey en una comuna de veganos.

viernes, 6 de julio de 2018

Lo Lamento

Lo lamento (intento de algo, parte 1, con la duda de si los nombres deberían ser castellanos)




John Stuck tenía un matrimonio perfecto, una bella esposa, una pareja de niños maravillosos Roscoe de 12 años y Sally de 10, y un dálmata llamado Flick. La zona residencial donde vivían se componía de unas casas individuales con un pequeño jardín delantero y una zona de barbacoas con piscina común a todas ellas en el interior de una circunferencia formada por las viviendas. Parecía la típica formación defensiva de caravanas sometida a un ataque de los indios en plena estepa de Arizona.

La reputación de John era la de todos aquellos de la comunidad, amable con sus vecinos, cumplidor en su trabajo y siempre dispuesto a hacer un favor. Podría tener la tentación de describirle como un ser excepcional pero no era así, era tan excepcional como cualquier marido de poco más de cuarenta años que tenía la cabeza en lo que hay que hacer y que no dejaba un resquicio a lo que era el deseo. Los deseos eran patrimonio de cuando tenías veinte años, antes de conocer a Barbara, su mujer. Ahora el deseo era confundido con lo que el mundo esperaba de ti, aquello que su padre –un viejo oficinista que había vivido toda su vida como un terrateniente sin tierras, presumiendo de una formación inexistente y de unos valores sospechosos-, le había inculcado. “Sé tú mismo” le decía John Senior, “excepto cuando los demás esperen que seas otro”. Y así John Stuck había ido elaborando su vida, construyendo cada pequeño escalón de lo que era el edificio de su existencia.

Aquella noche de verano en que el mundo mostró su cara menos amable, Roscoe había invitado a sus amigos de la escuela a la piscina. Una barbacoa se preparaba para las ocho de la tarde, y a las siete los preparativos del vecindario ya estaban en marcha, cervezas congeladas y bandejas de carne circulaban de mano en mano entre los vecinos. Roscoe seguía en la piscina con sus compañeros cuando Barbara se acercó a él para preguntarle si no era la hora de irse despidiendo de ellos. Roscoe bromeó con la hora e intentó estirar un poco más el tiempo. Ultimamente discutía mucho con ella, jamás aceptaba sus sugerencias y comenzaba una tensión que Barbara quería atribuir a la adolescencia cercana. John justificaba constantemente al chico y eso a Barbara le hacía sentirse culpable desde varias perspectivas, por un lado era el hecho de no conseguir que su marido la apoyara y, por otro lado, por la distancia que había ido creciendo entre su hijo y ella.
  • Media hora más a cambio de un beso –dijo Roscoe desde el interior de la piscina, apoyado con sus brazos sobre el borde.
  • Diez minutos Roscoe, tu hermana ya está en casa preparándose para la cena, y dame ese beso.

Cuando Barbara se agachó para recibir el beso de Roscoe, éste intentó elevar su cuerpo sobre el borde de la piscina haciendo fuerza con sus brazos, uno de ellos resbaló y en un movimiento inconsciente intentó agarrar a su madre con el otro brazo. Barbara vio como la mano de Roscoe se abrazaba a su cuello y la arrastraba sin remedio hacia el interior de la piscina, sumergiéndose en el agua mientras en esas décimas de segundo elaboraba todo lo que vendría a continuación. Regañar a Roscoe, salir empapada, despedir a los amigos de su hijo de una manera cortes pero inapelabe, ir a casa atravesando avergonzada la zona de jardín de la barbacoa, justificarse ante los vecinos, llegar a casa, cambiarse y hablar con John sobre el comportamiento de Roscoe. En ese momento vió la imagen de John tranquilo defendiendo a su hijo y concediendo al histerismo el momento de enfado que Barbara exhibía. Fue muy rápido. Cuando Barbara salió de la piscina, mojada, su concepción de la vida y del amor también estaban empapadas, pero no de un deseo húmedo inconfesable, sino de la rutina de años sin entender a su marido.


Solo, juntos



Entre la multitud...con mi disco de Paul Desmond recién comprado. Me gustaría escucharlo no tan solo, me gustaría disfrutarlo, me gustaría disfrutarlo porque disfrutaran de él. No en plan "ah, está bien" simplemente porque me gustase a mí...sino en plan que me descubrieran el mismo, que me pasara por encima el placer es escucharlo porque le pasara por encima a quien rompiera la soledad.

Qué mal me explico a veces.

Hay fútbol, no sé dónde estoy...



¿Me están engañando los sentidos?





Creo que me engañan, para ver la enorme colisión...daría un poco igual saltar por los aires, que estallara todo este absurdo, sin perspectivas oblicuas del Empire State. O con ellas.



Quizás la tierra sea un experimento dudoso y los humanos...quizás me engañan los sentidos.



Voy a ver si me tomo una cerveza que ya está bien de tonterías. ¡Camarero!

Los sueños de John




John Stuck perdió una apuesta olvidada con el señor del sueño, desde entonces cada noche no podía salir de un desierto eterno donde caminaba sin rumbo. Un desierto de hielo en el que aparecían personajes diversos, y todos le hablaban en verso, no sabía muy bien por qué.

Si el placer fuera mundano
El dolor que te rodea
No tendría tal descaro
Pa'joderte sin espera.

Soñar con personajes que te hablan en verso era algo que superaba las ideas de John Stuck acerca de perder o ganar apuestas. John no entendía nada. No sabía nada y, lo que es peor, no sabía quién era.
“Vivir sin saber quien eres es una putada” se dijo a sí mismo. Y comenzó una travesía que le llevó a lugares remotos, únicamente con el objeto de encontrarse.

De vez en cuando miraba el cielo buscando una blanca paloma que le indicase el camino, una paloma que recordaba que se posó en un ventana. Un paloma flamenca, con guitarras andaluzas.

Por fin encontró a alguien que no se comunicaba en verso, pero como contrapartida le habló del amor, “esto es parte de la apuesta” pensó John.

“El amor es algo que nadie puede definir, depende en primer lugar de la persona que sufre o ríe, que llora o disfruta, y esos sufrimientos, llantos, alegrías y risas son percibidos de manera diferente por cada persona. Hay una especie de verdad universal acerca del amor, pero si preguntas a cada persona al respecto de dicha verdad todos te dirán cosas distintas. Habrá lugares comunes, pero es como si para definir una ciudad alguien te describe Nueva York y otro te describe Albacete, ambas son ciudades y ambas entre sí muy diferentes. Ambas tienen edificios pero son distintos, en ambas viven personas pero son distintas.

El amor tiene además una calificación temporal en el entorno, está siempre marcado por el tiempo en el que ocurre. No son iguales una y otra época. No son iguales una u otra estación. Y cada persona a su vez percibe el entorno de manera distinta.

Y luego, claro, la sensibilidad de cada humano es clave. No todos se emocionan igual leyendo El Gran Gatsby o Hijos de la ira. O escuchando Hey Jude o Sortie du Port. Y en ese terreno también la intensidad explica las reacciones, motivaciones, manifestaciones, comportamientos.

De todas formas entre el amor y el enamoramiento hay muchas diferencias, básicamente son intensidad y longevidad, el amor tiene tendencia a largo plazo, más que el enamoramiento. Y el enamoramiento es más de ver y el amor más de pensar. El enamoramiento exige más el tacto y el amor exige más el oído. En cualquier caso un amor sin tacto está cojo.”

En ese instante John despertó. Estas reflexiones son generales, pensó, no deberían más que estar puestas en un libro que luego pudiéramos quemar en una puta plaza pública en un espectáculo grosero de orgía salvaje, con nuestros cuerpos embadurnados en el lodo que esputamos por nuestra boca cuando pensamos en el amor. Si manchas el amor es que el lobo gris de la manada está oliendo tu rastro de sangre perversa, te atrapará en la esquina donde doblaste tu corazón y esa esquina está al lado de la plaza de la hoguera.

Tras ello volvió a dormirse.

Todo pesa...

John Stuck llevaba enganchado a la bebida desde que el mundo se convirtió en un lugar poco interesante para vivirlo consciente.

Agotado hasta de mí...

Enfadado y pensando a veces en la gran explosión de Sidonie que nos llevara en una apoteosis de desaparición. ¿Por qué desaparición se parece tanto a desesperación?

Vaya día se presenta...

Reina de la morería



No sé como habían entrado ultimamente los pink floyd españoles por aquí, rock, jazz y Andalucía...los mejores de la fusión.

Viernes...



Curiosa sensación la de levantarse como si te hubiesen dado una paliza. Está siendo horroroso esto de hacer una travesía por el desierto sin agua, sin mapa, sin entender cómo es posible que el desierto fuera un lugar donde reinar. Así es esto, te quitan la corona y aparece una república cortando las cabezas de los que antaño eran amados.
Maldito desierto...


jueves, 5 de julio de 2018

Tengo estropeado el coco


Tal y como dije había una entrada para esta frase.

Los maravillosos Nacha Pop en su primer album nos regalaban esta maravilla pop, esta píldora de tres minutos y medio, en la que habla de a saber qué, cualquiera podría sentirse identificado con la misma. ¿Habla de amor? ¿de desamor?, decir verdades o mentiras o ser sincero cuando cantas. Decir que tienes el corazón doblado y pedir otro.
Pedir que te dejen algo, déjame algo, será que algo es un asidero para poder cambiar de coco, algo para poder pensar que los días son mejores. Las risas del día a día puede que sean las no verdades que cuenta o quizás la forma de pasar las horas sin el interrogatorio de la gente que te rodea.
En cualquier esquina se doblan corazones. Quizás no debiéramos doblar esquinas, pero quizás entonces sería menos interesante caminar por la calle.

Curioso...

Eso de que te quieran poner censura es la hostia...

Bandas sonoras sin jazz y con pop de la meseta...


"Creo que debería haber hecho el amor mientras escuchaba la chica de ayer, al menos unas diez veces, luego podría haber cambiado a algo más británico."
"No tuvimos nunca un 20 de abril, porque mis 20 de abril tienen pinta de ser cataclismos, y nunca llevaste bien los cataclismos. Preferías las catarsis del 20 de junio"
"El doloroso momento en que sabes que lo que tienes lejano está más cerca de lo que tienes cercano."
"El aparato económico de la nostalgia es tan cruel que siempre salen culpables los que invierten en el amor."

El momento de leer hasta emborracharme...


El momento de leer está esperando a la vuelta de la esquina, quizás escondido, disfrazado no vaya a ser que el amor sorprenda a la melancolía y ésta desaparezca. El momento de leer con antiguos amantes escritores, con nuevos capítulos desconocidos, con historias que hacen que tus días busquen una interpretación en las manos de otros que nos precedieron. El momento de leer me debe estar esperando en una esquina, en la misma que tú estás sentada en un banco con tu traje de tafetán rosado, ese que nunca me gustó y que ahora te pones para que huya de ti. El momento de leer se me escapa pero debe andar por algún lado, si no estaba en la esquina que lo busqué podrá estar en la parte de fuera de la ciudad, la parte donde el cariño se esconde entre los bidones de basura porque es algo que no está de moda.
Y mientras tanto no sé si emborracharme. Y más si pienso en las ganas que ahora tengo de follarte.
Y eso de que no puedo ser tu amigo...siempre he pensado que Lori Meyers podría hacer mejores letras...


Poesía revuelta...o lo que es lo mismo, No Poesía.




LAMENTO DEL POETA QUE NO ES POETA ANTE LA DESTRUCCIÓN

Personalmente,
Me niego, a que esta canción sea eterna. Su melodía es maravillosa, sus arreglos, su composición y se podría decir que en mi mente siempre aparece, como si la llevase en el corazón.
Pero... me niego a que sea eterna,
O, al menos,
Que lo sea contigo.
La he cantado tantas veces
La he sufrido
he visto tantos adioses...
Que no soporto, no quiero que sea tu caso, y ahora soy ese niño que me dices, caprichoso, no quiero que sea así, no quiero, pataleo como un loco, no quiero, con la lluvia llenando el charco que me empapa mientras salto sobre él, no quiero y mi alma también se empapa y se moja pensando en ti.
No comprendo la realidad, me supera
¿Podrías ayudarme a entenderla?
¿Podrías ayudarme a parar mi cerebro?
Y pensar que tus miradas no eran tiempo perdido
Que tus palabras no eran minutos malgastados.
¿Podrías ayudarme a pensar que el sol también me calienta?
No quiero escuchar esta canción pensando en ti. No puedes ser un tiempo perdido, he conocido algunos que pudieron serlo, he conocido el dolor, he conocido educaciones con dolores pero no he conocido una princesa que fuese un duquesa, una beduina que jamás fue princesa, una bailarina sin música, una musa que anhelaba serlo y que huyó al serlo...y, posiblemente siempre lo fue, lo era, antes de los tiempos y del mundo. No he conocido a alguien como tú.
Personalmente,
Prefiero pensar en tus palabras arrullando mi cabeza
Prefiero oler tu imagen en una pantalla
Prefiero imaginarte al oírte  en un teléfono
Que no tener nada.
Tengo ecuaciones imperfectas
con incógnitas difusas
una suma impertérrita
de sumandos que se quieren
y se escapan por si la suma
les sale exacta sin quebrados,
Prefiero sostener tus manos pero eso me lo impides
Déjame un poco de ti
Déjame el aroma de tu voz
Déjame el sonido de tus ojos.
Déjame algo.
Personalmente
Tengo estropeado el coco... Y esto dará pie a otra entrada, con otra canción.


Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...

  Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...