martes, 10 de julio de 2018

Martes, con T de tonto


Ciertamente que cuesta caminar, cuesta sentir los días así porque son más anodinos, porque nadie me cuenta los dibujos que salen en el café, ni nadie me espera con Borges al otro lado de la tarde, o con Scott.

Sigo con Richard Ford. El personaje de Frank Bascombe no soy yo, no puedo serlo, quizás me venga bien leer que hay gente con una actitud de que todo va a salir bien, en estos momentos no sé nada. No sé por qué demonios el que se ríe de mí sigue descojonándose.

El objetivo de la semana es ir al concierto de Pearl Jam. A algunos les parecerá poco ambicioso como objetivo, especialmente porque ya tengo la entrada, pero no se dejen engañar por la apariencia. Ahora mismo llegar a la noche para abrazar la almohada me resulta un camino pedregoso recorrido con pies descalzos, doloridos, en brasas, en llamas que no se pueden medir porque para muchos otros son como plumas ligeras que cosquillean las plantas de los pies.

No estoy en mi mejor día, después de arrebatárseme la sonrisa, un dios que era primo de Loki pensó que era mejor que mi cara se quedase con la mueca estúpida de un dolor no deseado y de un deseo no satisfecho y en una noche sin luna tiró la llave de mi prisión a un lago desconocido. Varios hijos de Satán estuvieron bailando esa noche profanando mi idea de la danza, se reían de mí y de mi cara de falso poeta. No supe qué hacer y, cuando el sol calentó mis manos desnudas vi que los poemas habían sido robados. Decidí no escribir poemas en este lugar porque el mundo no podía ser ofendido por mi ausencia de talento, ni por las lágrimas del oeste que fueron secadas en el sur.

No soy Frank Bascombe pero tengo el propósito de, esta vez sí, terminar con the sportswritter. En este tiempo de cenizas el personaje de Vicky me resulta poco interesante, el atractivo que el autor deja entrever me resulta tan liviano que no me engancha. Es un realismo extraño, dice Richard Ford que se reía junto con Carver del apelativo sucio que les colocaron alegando que no hay nada sucio en sus novelas o relatos. Bascombe desarrolla un monólogo constante, te da su visión de las cosas y no tienes por qué esperar a alguien igual a ti, es relativamente optimista y también relativamente complejo, sus acciones son simples pero sus pensamientos esquivan la complejidad por caminos enredados de practicidad y enmarañados por una sospecha constante de que la vida no le ha tratado mal pese a todo, pese a sus dramas -el hijo perdido, el divorcio-, agarrado a su nueva pareja y a la tranquilidad de espíritu que le confiere su trabajo y su ciudad de New Jersey.

No me identifico con Bascombe pero me gusta leerle. Es más de lo que me pasó la vez anterior que intenté esta novela.

Hoy no tengo desiertos. Quizás yo soy el desierto.

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