viernes, 23 de diciembre de 2022
ideas…
viernes, 9 de diciembre de 2022
Lluvia
Se me ha ocurrido hoy algo rápido, por la mañana, nada más levantarme, acompañado por la lluvia que cae en Madrid estos días...
Lluvia
Llueve en el balcón con vistas a nuestros sueños
Con una maleta vieja esperando en el rellano
Y un taxi de los de raya roja aparece desierto
Para llevarse lo hermoso de nuestro pasado.
Llueve en la calle que adoquinaron nuestros deseos
Con nubes negras de unos discursos anticuados
Y las gotas son el sudor olvidado de los besos
Mezclados con olor de sexo desnudado
Llueve, y camino por aceras de cristal
Resbalando en cada paso, solitario,
Observando el camino de alquitrán
Y un sabor pastiche amargo, rancio
De errores ausentes de maldad
Que guardados en un relicario
No acabamos de cerrar para olvidar.
miércoles, 23 de noviembre de 2022
Dolores raros
martes, 22 de noviembre de 2022
sábado, 29 de octubre de 2022
Los trayectos hasta Madrid...
El autobús era un poco extraño a la hora de parar en las diferentes estaciones de su trayecto. Al parecer el conductor recibía por una emisora de radio los sitios donde tenía que parar a recoger pasajeros, la emisora de radio era comercial y de música y el conductor deducía dónde parar. Por ejemplo, si empezaba a sonar “London Calling” de The Clash, deducía que tenía que ir a Picadilly Circus a recoger a nuevos pasajeros. Esto hizo que el trayecto hasta Madrid fuera un poco largo ya que el señor del volante iba y volvía según la lista de canciones. Así pasamos por distintas ciudades porque sonaron:
-
San
Francisco (be sure to wear flowers in your head). Y paramos en Frisco en
un sitio Cerda del Golden gate.
-
London Town. Aquí también en otro puente, el de
la torre, la canción era de Wings.
-
New York City…fue después de Londres o sea que
vuelta atrás, todo por el señor Lou Reed.
-
Our House. Esta canción de Crosby, Stills and
Nash le valió al conductor para ir a su casa a recoger un bote de crema de
afeitar.
-
Sous le ciel de Paris…pues eso, cerquita del
Sena, en el lado izquierdo esperaba un estudiante de la Sorbona que se sentó a
mi lado y se me puso a hablar de los impresionistas. Yo le saqué la lengua…la
suya, sangró un poco, y me dejó de hablar.
-
Paris, Texas…esto sí me jodió. Alguien pidió
esta canción de Ry Cooder y después de estar en París Francia tuvimos que
volver a cruzar el Atlántico porque un vendedor de aparadores había solicitado
el autobús. No entendía que podía hacer un vendedor de muebles en el Madrid de
los sesenta pero allí que se nos subió el señor.
-
Waterloo…llegamos a Bélgica con esta canción,
pero yo no me fiaba. El que se subió era una mujer, pasados los cuarenta, con
senos impresionantes, de cocina grande. Las tetas también me gustaron, y le
hubiese dicho que se sentara a mi lado de no ser por la orgía de sangre que
había montada con la sangre de la lengua del universitario parisino.
Finalmente llegamos a Madrid, salimos a las dos de la tarde de un viernes y me encontraba bajando del autobús en Madrid a las siete de la tarde de ese viernes tras un trayecto de acá para allá. Hacía cincuenta años que había salido de Cordoba…cinuenta años por delante, pero ya estaba en el Madrid del Swinging London de los sesenta. Ahora solo tenía que disfrutar hasta el domingo.
El Coronel Lumbert nos dio un fin de semana libre
Cuando tuve unos días de permiso aproveché el autobús 215 que salía de Cordova y te dejaba en la mismísima puerta del Sol, en el centro de Madrid. Me dije que era momento de aprovechar la oportunidad del tiempo libre para conocer una ciudad típica del Swinging London. Al parecer Madrid en 1966 no era muy de ese rollo, de eso me enteré más tarde, cuando unos tipos vestidos de gris me dieron una buena somanta de palos con porras y mocasines de señoritos de bien que ayudaban a los de gris a cumplir su pacífica labor.
Los días libres nos los concedió el Coronel Lumbert por el
éxito de nuestra vuelta de Chile sin olvidarnos de comprarle piedra pómez para
las durezas de sus pies. Nadie, que sepamos, le compró la piedra pómez pero los
días de permiso nos llegaron a todos junto con un matasuegras y un calendario
con todos los meses llamados diciembre y 42 días lunes, uno detrás de otro, en
cada mes.
Como cuando cogí el autobús en Alaska era mediodía, me
dispuse a tomarme un bocadillo nada más empezar el trayecto, tenía mortadela en
el pan y tenía pan en el papel de plata, así que tiré la mortadela y el pan se
lo di a un señor vestido de gaitero que hablaba como muy albanés y estaba sentado
unas cuantas filas más atrás de mi sitio. Con el papel de plata que me quedaba
hice una bola, no sin antes lamerlo de manera ansiosa para sacar el último
resquicio de sabor a mortadela o harina horneada. Tras eso tiré la pelota de
papel de plata a una especie de estuche de pinturas de cera que tenían en cada
asiento y le pregunté al gaitero si llegábamos exactamente a Madrid en 1966 o
podría haber paradas que nos llevaran a los años ochenta en plena movida. El
señor me respondió con los primeros acordes de Flower of Scotland interpretados
por sus cavidades nasales, la gaita no se la había dejado pasar el conductor
porque el señor vestía un kilt de un clan que no le gustaba. Le pregunté al
conductor si era escocés y me dijo que sí, del mismísimo centro de Almería,
escocés de pura cepa. Tras ello me regaló un regaliz y un palulú, y arrancó el
autobús mientras la gaita se quedaba en tierra y el escocés bramaba con un
acento de Blloku. Me acordé de Jorgorian y su facilidad para idiomas del este
de Europa pero me dio un poco igual, el acento del escocés era de un albanés
muy entendible y rápidamente supe que se quejaba porque los cordones de los
zapatos de su acompañante, un simio con mirada muy hegeliana, le apretaban. El
simio le miraba de un modo displicente como diciéndole “Aquel para quien el
pensamiento no sea lo único verdadero, lo supremo, no puede juzgar en absoluto
el modo filosófico.”
Así comenzó mi trayecto de fin de semana partiendo de Alaska
en 2018 con vistas a pasar un par de días en la escena de la moda londinense de
Londres en el Madrid de 1966.
miércoles, 24 de agosto de 2022
Lamento del que no fue a la guerra
No tuve tus fuerzas,
ni la luz de la aurora,
ni el pandeo de los peces,
ni la resistencia que esperabas.
No tuve, por no tener,
ni ganas,
se me apagaron con la luz
de una, toda, misma mañana.
No tuve los arrestos
que tiene el perro de caza
persiguiendo a los conejos
hasta que despunta el alba.
No tuve los consejos
ni las manos, ni las mañas de los hombres,
no tuve ni siquiera la destreza de los versos
ni la astucia de los que viven ocultos sin nombre.
No tuve nada...y después, en el lecho, en tu cama
loca me acariciabas el alma mientras decías
"por no tener no me tienes, y las caricias
se las llevan los mantos que no abrigan tu cama".
Creo que así podemos dejarlo...
El trayecto de México a Texas fue
muy anodino. Cuando por fin conseguimos salir de México era un día de equinoccio,
el de otoño, por eso las personas tiraban hojas de papel a nuestro paso. Eran
hojas caducas, de los diarios cuyas noticias pasaban de ser actualidad al
pasado más remoto en cuestión de segundos. En México el pasado llega muy
rápido, cuando te quieres dar cuenta ya estás en el pasado y luego cuesta mucho
volver al presente porque siempre te topas con algún funcionario que te pide un
formulario completo.
Caminamos sobre los papeles hasta
llegar a la frontera, en el Río Grande, el Bravo en el lado mexicano. Me
resultaba curioso que el nombre del río fuera distinto según el lado de la
frontera en el que estuvieras y que ambos fueran en español cuando en el lado
de Estados Unidos se hablaba inglés. Luego pensé que Big River sonaba peor que
Río Grande y que los yankis adoptarían ese nombre por una cuestión estética.
Otro día uno me dijo que en Texas antes se hablaba español y de ahí el nombre.
Pero me pareció que era un poco tonta la explicación y, sobre todo, muy poco
frívola y elegante, así que decidí que no era la auténtica.
Cruzamos por Ojinaga y llegamos a
Presidio lo cual nos hizo sentirnos a todos muy mal. No nos parecía justo
llegar a un lugar de ese nombre tras años de camino desde Chile. Croque nos contó
que estar en Presidio sin haber pasado por un juez es todo un hito, a mí me
pareció una perfecta estupidez digna de Croquer –por aquel momento ya comencé a
no respetarlo pues me parecía una sandía-, y Joseph, que iba andando al lado de
Croquer como gato explorador le dijo si iba a seguir soltando sandeces. Tras
ello Croquer se azotó a sí mismo con su bastón de mando y Joseph le meó encima,
luego nos dijo que el meado de gato alimenta. Yo le pregunté a Giuseppe cuánto
alimentaba el meado de gato y él me respondió que tanto como la piedra pómez contribuye
al bienestar de Estocolmo.
Una vez en Texas nos preguntamos
cómo podríamos llegar a Alaska tras llevas años caminando. En ese momento pensé
que sería un buen punto para abandonar un relato y dejar las aventuras de Texas
para otro relato. Solo quiero reseñar que un día llegamos a Alaska…desde
Honolulu, en vuelo directo, tras pasar un fin de semana complicado en Split. En
Croacia todo es complicado cuando llegas andando desde Texas. De Split a Hawai
hay un trayecto curioso por tren…pero esa es otra historia…el caso es que, por
fin, llegamos a nuestro campamento en Cordova, Alaska.
Dándole vueltas...
El trayecto de México a Texas fue
muy anodino. Cuando por fin conseguimos salir de México era un día de equinoccio,
el de otoño, por eso las personas tiraban hojas de papel a nuestro paso. Eran
hojas caducas, de los diarios cuyas noticias pasaban de ser actualidad al
pasado más remoto en cuestión de segundos. En México el pasado llega muy
rápido, cuando te quieres dar cuenta ya estás en el pasado y luego cuesta mucho
volver al presente porque siempre te topas con algún funcionario que te pide un
formulario completo.
Caminamos sobre los papeles hasta
llegar a la frontera, en el Río Grande, el Bravo en el lado mexicano. Me
resultaba curioso que el nombre del río fuera distinto según el lado de la
frontera en el que estuvieras y que ambos fueran en español cuando en el lado
de Estados Unidos se hablaba inglés. Luego pensé que Big River sonaba peor que
Río Grande y que los yankis adoptarían ese nombre por una cuestión estética.
Otro día uno me dijo que en Texas antes se hablaba español y de ahí el nombre.
Pero me pareció que era un poco tonta la explicación y, sobre todo, muy poco
frívola y elegante, así que decidí que no era la auténtica.
Cruzamos por Ojinaga y llegamos a
Presidio lo cual nos hizo sentirnos a todos muy mal. No nos parecía justo
llegar a un lugar de ese nombre tras años de camino desde Chile. Croque nos
contó…
Un día llegamos a Alaska…desde
Honolulu, en vuelo directo, tras pasar un fin de semana complicado en Split. En
Croacia todo es complicado cuando llegas andando desde Texas. Pero ese es otra
historia…el caso es que, por fin, llegamos a nuestro campamento en Cordova,
Alaska.
qué nos contó Croquet???
Otra idea de cuento...
Nadie esperaba el discurso de Antonio, el patriarca heredero de los Ferrenti. Los Ferrenti tenían solera, unos napolitanos asentados en Gijón desde hacía más de cien años y con el mejor negocio de ferreterías de la zona portuaria, cerquita del ayuntamiento, por la plaza mayor. Empezaron con una ferretería cerquita del ayuntamiento, luego en los años sesenta tenía dos establecimientos en la zona, y casi una decena en la ciudad. Ampliaron a Oviedo allá por los ochenta y llegaron a tener más de veinte establecimientos en toda la provincia. Comunidad autónoma desde milnovecientosochentaynosecuantos. Asturias parecía que tenía que ganarse el derecho a ser algo en España cuando otros que querían distanciarse parecía que tenían todo el derecho a ser más de los que no pretendían más que vivir la vida sin más mentiras. Nadie entendía nada. Pero todos éramos muy de Jarcha, muy obedientes hasta en la cama.
El siglo XXI pilló a los Ferrenti con el pie cambiado, cuando estaban preocupados por el efecto 2000 resultó que eso era lo menos importante, el monstruo estaba esperando al otro lado de la esquina. El monstruo de la compra por internet. Y los Ferrenti no se lo imaginaban, aunque, seamos honestos…¿quién se lo podía imaginar en la magnitud que ha sido?
Así que de las más de veinte ferreterías pasaron a 3, una en Oviedo y dos en Gijón, la original y otra por la zona de El Llano. Así estábamos cuando Antonio, el dueño del negocio, heredero de todas y cada una de las calamidades y de los éxitos, iba a pronunciar el discurso de los cien años de Ferreterias Ferrenti.
Yo conocía a Antonio de la universidad. Ambos cursamos una ingeniería allá por los años 80. Industriales en Gijón. Gran tradición minera y nosotros nos fuimos a la rama de organización. Nos daba palo el tema de las huelgas de Avilés y al mismo tiempo queríamos tirar adoquines a los maderos. No sabíamos muy bien qué hacer salvo que había que sacar la ingeniería porque así nos lo habían inculcado. Los ochenta eran de farra y estudiar. Ahora parece que son más de fiesta y pasar gratis de curso, pero esa discusión es más de tenerla con mi hijo…con Antonio siempre ha sido todo fácil. Cuando nos conocimos hablamos en seguida de cine y de John Ford y de un tipo relativamente nuevo que nos tenía fascinado, el de los duelistas. El de Alien, el de Blade Runner, Scott. Y eso nos unió para toda la carrera.
Y toda la carrera son muchos años, tantos como para olvidar las promesas y volverlas a retomar, tantos como para pensar que los amores son efímeros o que las amistades inquebrantables. Tantos como para, pasado el tiempo, ver que no eras el mismo que a los dieciocho.
lunes, 22 de agosto de 2022
Información
Hoy he vuelto a coger un libro en papel, después de mucho tiempo. Uno de Nick Hornby. Y me lo estoy pasando bien. Poco más que reseñar...esto es una noticia en el tedio y la desidia habitual.
martes, 9 de agosto de 2022
El destacamento
El Destacamento
Joseph me habló del coronel
Lumbert. Nadie más lo hizo. Estaba prohibido, no se podía hablar de nadie, no
se podía hablar de las misiones ni de nada apenas. Podíamos vomitar nuestras
palabras entre halitos sanguíneos que nos habían provocado cada uno de los
ejercicios del batallón. Pero ninguna queja.
Así pasábamos los días del
campamento mientras esperábamos entrar en combate. Así me lamía las heridas que
nunca quise tener. Así recordaba a mi padre y a mis hermanos. Mi madre venía
todas las semanas con algún cuento, esos que siempre me sacaban una tímida
sonrisa.
Yo le hablaba a mamá del coronel
Lumbert y ella no entendía nada, pero yo le explicaba que la luz de la luna
tenía mucho que ver con todo aquello a lo que renunciábamos pero no podía dar
más detalles porque no me lo permitían. Ella no lo entendía y, lo que es peor,
el coronel Lumbert tampoco porque nadie le veía. El coronel Lumbert no entendía
nada de sí mismo y, además, al parecer no había un coronel Lumbert al que
preguntar.
Los días pasaban a lo largo del
año, pero para mí no había ninguna diferencia excepto cuando hacía frío, mucho
frío, me decían que mamá me traería regalos de un tal San Nicolás. Nunca supe
muy bien lo que era el “San” pero tampoco parecía importante porque era alguien
que traía sonrisas y, con las sonrisas, hay poco que discutir. Lo cierto es que
por esas fecha mamá venía menos, debía ser por la nieve que se acumulaba en el
camino.
Cuando mamá aparecía lo hacía los
regalos del fulano verde. Me traía cosas que me parecían divinas e imposibles.
Pedazos de realidad deseados por unos, muchos, todos, los niños del planeta.
Pero era irreal, no podía tener los deseos de otros, no era un niño. Era un
adulto que vivía de manera insana en el deseo de los unicornios pasados…y
quería salir de ese distopía, pero quería hacerlo con una sonrisa.
Un día, con el sol pegando de
manera plana en Alaska, llegaron sonidos de realidades increíbles, de lugares
donde la realidad no podía sentirse confortable, de áticos neoyorquinos en los
años veinte… y entonces conocí a Francis Scott Fitzgerald. ¿Imposible? Bueno,
yo sé que le conocí y que un tal Ernest siempre estuvo muy nervioso ante su
presencia. A Ernest le conocí más tarde, cuando Scott me dijo que tenía un
amigo que le odiaba y que siempre quería pegarle para ver si su nariz era más
dura que una avellana. Cuando le pregunté a Ernest por las avellana me
respondió que para escribir una buena novela había que conocer mucho de frutos
secos. Scott deslizaba su cuerpo entre botellas de whisky, como si estuviera
desprovisto de huesos, y Ernest le señalaba sonriendo mientras afirmaba que así
era imposible escribir, sin tener siquiera la solidez de la cáscara de una
nuez. Ernest lo refería todo a los frutos secos y Scott se lamentaba de no
tener una bolsa de cacahuetes.
Alaska era un sitio muy
interesante para los que habíamos crecido en Albacete, se podía decir que era
un secarral como el manchego pero con nieve. Algunos no me entendían cuando
decía eso, por aquello de la nieve, pero yo sabía lo que pasaba por mi cabeza,
los lunes, el resto de la semana no me entendía pero importaba poco porque
tampoco entendía el clima de Cordova, un pueblo de Alaska de unos dos mil
habitantes. Cordova la fundaron unos españoles que se olvidaron la “b”. Y ahora
estaba allí nuestro destacamento. Yo esperaba a mamá los miércoles y ella venía
los jueves. Nunca la veía. Ni al coronel Lumbert.
Las tardes en Cordova -tiene
acento en la segunda o, así que pronunciadlo bien- era lánguidas. No porque
fueran aburridas sino porque era esdrújula la palabra que identificaba el
sentir. Las esdrújulas se valoraban mucho en el destacamento y lánguida era una
palabra que gustaba. Un día le dije a un compañero si no sería mejor sustituir
lánguido por universal. No le gustó la idea y yo tampoco acertaba a saber qué
quería proponerle. Terminamos jugando al póquer con cartas usadas y apostando
las vidas de nuestros compañeros de cuarto. Yo perdí pero como todo era un
simulacro solamente perdimos el cepillo de dientes de los compañeros. Al día
siguiente tuve que explicar por qué era mejor lavarse la boca con hebras de
caballo.
Alaska era fría, y como era un
niño entendía que era lo que tocaba. Los niños pasan frío y los adultos viven
en Miami. Así iba pasando los días, así y con canciones de Morrissey que solo
entendía a la mitad, siempre me quedaba pillado en el minuto y treinta y siete
segundos. A partir de ahí no entendía nada. Era algo matemático, a mí me
gustaba tener ese horizonte, sabía que todo el jugo lo tenía que sacar antes de
los noventa y siete segundos, y me aplicaba en ello.
Estuvimos poco tiempo en Alaska,
unos cuarenta y cinco años, cuando nos fuimos todos teníamos nuestros recuerdos
intrincados con los de las nieves de la tierra vendida por los zares. Yo
recordaba Albacete y me decía que Alaska era más interesante, tenía blancos y
verdes, Albacete tenía mucho amarillo. Mis compañeros de cuarto solamente
pensaban en llorar, yo lloraba, era mejor hacerlo que pensarlos o, al menos,
eso pensaba yo.
De vez en cuando el destacamento
salía del campamento fijo de Cordova y al cabo del tiempo teníamos que regresar
a Alaska, el viaje siempre se nos hacía largo. Una de las veces volvimos
andando desde Chile, cosa que a nuestro capitán le sorprendía porque cuando le
preguntábamos por qué no podíamos coger un tren siempre decía “no lo entiendo,
no lo entiendo”. El caso es que nos pusimos a andar una mañana, con más ánimo
que fuerzas y, al cabo del día, habíamos llegado por fin a Moscú donde hacía
frío, pero menos que en Cordova. Le preguntamos a un señor con gorro si había
algo que hacer a las ocho de la tarde. Nos respondió que ese día no había
ejecuciones así que lo mejor sería bailar Kolo porque había unos tipos de
Bosnia que andaban buscando fondos para un festival de música. Yo les dije que
podía tocar el ukelele y ellos me dijeron que por fin alguien conocía el
instrumento tradicional de Bosnia, luego me dieron una falda de flores y una
adhesión a Estados Unidos como el estado número 51 y me confesaron que habían
estado en Woodstock en el siglo XVII preparando un festival. Yo no me veía con
ánimo de tocar en directo y les pedí un te con menta. Me dieron un julepe y me
fui corriendo.
Volver desde Chile tiene un
problema. La música. Vinieron unos cuantos a hablarnos de Santa María de
Iquique. Eran un poco pesados, a mí me gustaba mucho el disco pero me di cuenta
de que todos los que estaban hablándonos de las minas no sabían de qué iba el
asunto así que me empecé a aburrir. Hablaban de cosas que habían oído en
fiestas de champagne y las reivindicaban como si fueran propias. Me generaba
somnolencia y decidí fumar unas semillas de trigo que eran infumables y me
provocaron un estado distinto.
Como volvíamos andando desde
Chile, al pasar por Bolivia nos agobiaron los ponchos. A mí el poncho nunca me
ha gustado, ni el julepe. Pero querían hablarnos con esas indumentarias y yo no
podía responder…el destacamento tampoco. Una de las veces Francisco, el más
joven de todos y que parecía ungido por la divinidad, tiró una granada de mano
y, tras la deflagración se puso a devorar extremidades sanguinolentas. Le
tuvimos que decir que no era el momento y paró. Las víctimas maldecían el día
aquel hasta que volvieron a crecerles las distintas partes mutiladas. Luego
hicimos una cena y Francisco se deflagró para ellos, luego mutó en almendra y
volvió a ser humano poco antes de las doce.
Caminar desde Chile hasta Alaska
es tedioso. Solían decirnos que es una forma de crecer, nos lo decían a la vez
que ponían a Cannonball Aderley en unos altavoces que llevaba un asno, uno de
cuatro patas, Jorgorian no lo llevaba, aunque parecía un buen jumento.
Jorgorian era bielorruso, hablaba japonés, y parecía italiano por sus gestos
con las manos. Cuando le preguntabas por Minsk te respondía しかし、あなたは何と言いますか, y
sonaba como Shikashi, anata wa nan to iimasu ka, le gustaba hablarnos en
japonés, nunca le oí hablar en ruso, pero tampoco sabía yo distinguir el ruso
del japonés. Un día nos llegó un mensaje del coronel Lumbert y nos dijo que no
le preguntáramos más por Minsk, que su respuesta era “pero ¿qué dices?”. Esto
nos decepcionó mucho porque todos pensábamos que era una frase con un saber
profundo. Tony Legal dijo que significaba “Si yo soy tu padre, entonces ¿por
qué tengo los cojones de tu abuelo?”, pero no era así.
En cualquier caso Jorgorian
parecía muy burro pero no llevaba altavoces. Eran días enteros escuchando el
saxo y algunos se volvieron muy onanistas, dicen que por escuchar instrumentos
de viento. Yo creo que era por el placer, el gustirrinín. Eso lo decía un tío mío,
“date gustirrinín en los bares de carretera”, me decía cuando mamá estaba
despistada. Papá miraba por la ventana, esperando la luna, “cuando llegue la
luna va a ser espeluznante” decía. La luna llegaba todos los días, a veces con
helados, pero a mí no me resultaba espeluznante.
Seguíamos andando, día tras día,
sin descanso. A Francisco, el jovenzuelo, se le gastaron las suelas de las
botas y tuvo que andar con las plantas varios días, hasta llegar a un poblado
armenio, cerca de Quito. Le ofrecieron gachas para los pies, un poco manidas
ya, pero al parecer eran buenas para sustituir al caucho. Las gachas y el
caucho se llevan mal, dicen que por la “che”, las gachas han querido ser más de
lo que son y el caucho se ha llevado el mérito de los neumáticos y los
condones. Eso se lo explicaron a Francisco en Ecuador, no te fíes del caucho,
ponte gachas, muchacho, ponte gachas. Y eso hizo Francisco, hasta que murió por
una hemorragia plantar. Cuando estaba delirando nos contó que la culpa era de
Steve Jobs, que no le avisó con tiempo. Ninguno conocíamos al tipo de Frisco
así que decidimos que lo mejor era comprar en tiendas on line. La conexión
entre un evento y el otro no la vimos clara pero Fullham, John Fullham, nos
dijo que él sabía cómo iba todo y que lo iba a guardar en un papel tornasolado.
El enigma era el pH, y como todo buen enigma estábamos en la obligación de
ignorarlos.
Jorgorian no hablaba con nadie, seguramente
porque no entendíamos el japonés. Y Fullham solo hablaba los miércoles, el
resto de los días se quedaba mirando fijamente a Jorgorian mientras
caminábamos. Así uno y otro día. Ambos eran una pareja admirable, eran capaces
de aguantar años bajo el agua, eso decía Fullham, los miércoles. Un jueves decidió
mostrarnos lo cierto de sus palabras, y le tomó tanto gusto que tras cuatro
días acampados al pie del embalse del Pañol, esperando que saliera del mismo,
nos dimos cuenta que iba a estar varios años sumergido y decidimos levantar el
campamento para continuar nuestro camino a Alaska. Cuando mirabas a Jorgorian
veías muecas de una sonrisa que antes no se percibía. Pasados unos días, un
miércoles, Jorgorian comenzó a hablar en perfecto andaluz, nos soltó “en honó
ar Fulan voy a sortá palabra los miércoles, mi arma o pisha, que aún no zé si
zoy más de Cai o zevillano”. Desde aquel día Jorgorian nos soltaba algo cada
miércoles en honor Fullham
Éramos niños caminando hacia el
norte, pero algunos teníamos más de 50 años, unos niños talluditos como decía el
capitán, Johnny Croquer. El capitán era el sobrino segundo del dedo meñique del
Coronel Lumbert. Nació de un padrastro un sábado, aprovechando que era fin de
semana y echaban Informe Semanal a las diez de la noche. El capitán Croquer nos
decía siempre que era un apósito del coronel, yo no sabía lo que era un apósito
ni tampoco había visto al coronel…en esos momentos me acordaba de mamá pero
ella siempre estaba tendiendo la ropa. Un día que no tendía intenté acordarme
de ella y apareció un paquete de madalenas en la cama. Se las comió Rocky
Ibáñez, mi compañero de habitación. Se comió todas, 24 madalenas, le dio una
indigestión y se convirtió en sobaco. Sobaco de un mayordomo japonés, Keito,
era uno que iba siempre con el capitán Croquer y cuando Ibáñez estaba
aposentado en la axila le hablaba como contándole cuentos orientales. A mí me
gustaba oírlos, a otros no.
Caminar sin descanso diurno es un
tostón, así nos pasamos prácticamente cinco años con la vista puesta en Alaska.
El capitán Croquer nos arengaba como podía, pero se le veía que estaba también
un poco harto. Le pregunté por el coronel Lumbert y me respondió con una mirada
insidiosa, como queriendo que mis labios se sellaran con Loctite, se le veía en
su mirada, no quería otra marca de pegamento, solamente Loctite. Dos días
después le pregunté si no le valdría otra marca y algo malhumorado me untó los
labios y los dedos de las manos de Loctite y me dijo que juntara todo. Un
capitán de un destacamento en la frontera de Panamá manda mucho y yo obedecí
sin rechistar. Estuve sin poder vestirme varios días…ni desvestirme. Pero
Croquer era comprensivo, me liberó de hacer ejercicio y me puso a vigilar los
cóndores. Lamentablemente habíamos dejado Chile hacía meses y los únicos
cóndores que vi eran los de unas camisetas del Club Deportivo Cóndor de Bogotá,
las llevaban un par de adolescentes que alardeaban de ser del club colombiano.
Yo se lo dije al capitán y él me habló del coronel Lumbert y su pasión por los
cóndores y su técnica para jugar al golf. Mamá llamó por teléfono cuando
Croquer me explicaba cómo usar el putt cuando estabas a más de 200 metros del
hoyo. Mamá quería contarme que tenía muchas cosas que contarme. Yo me eché a
llorar y el capitán me puso una medalla. Una muy bonita, se la mandé a mamá, no
la usé nunca en el uniforme porque el uniforme debía hacer honor a su nombre y
una medalla no lo hacía uniforme.
Llegar a México es un placer,
sobre todo cuando te han perseguido coyotes albaneses. Es algo habitual en
Panamá, si eres un destacamento que viaja a Alaska hay varias granjas de
coyotes que se liberan con el único objetivo de sacrificar un peroné al Dios de
los coyotes. Esta práctica habitual sorprendió a algún pipiolo del grupo, se
puso a gritar de manera desabrida clamando por un abogado neoyorquino. Yo me
acerqué a él y le pregunté si veía alguna diferencia entre un coyote y un
neoyorquino. Me respondió rápidamente que sí, “el acento”, y no pude rebatirle.
A cambio la di una colección de cromos de Ulises 31 y él me dijo que prefería
un coyote. Cuando empezamos a correr con una jauría de coyotes hambrientos a
nuestras espaldas pasamos al lado de un parte derruida del muro de Berlín. Los
coyotes panameños se sienten incómodos con el muro de Berlín, es como si fuera
su Némesis, les genera urticaria y empiezan a rascarse las orejas sin parar.
Nos paramos todos y viendo el picor en los animales decidimos aprender parkour.
Con las piedras pintadas comenzamos a saltar y yo me torcí los dos tobillos y
tuve una lesión de menisco, todos nos reímos con mis huesos del revés y
conseguimos devorar una serpiente que tenía una baraja de cartas. Los coyotes,
mientras tanto, nos observaban a unos cuantos metros a la vez que decidían si la
mecánica cuántica podía resolver algunos enigmas relativistas. Yo llamé a un
coyote, Juan, y le pedí fuego, él me pasó un cubo con magma y lo puse en el
centro del destacamento para empezar a pensar.
Antes de llegar a México nos
tomamos un café en Marrakech, nos acompañó uno de los coyotes y mamá que había
pasado por allí para hacer la compra. Mamá nos preguntó si nos lavaban bien la
ropa y el coyote, con un cigarro entre sus colmillos, respondió que no hay ropa
bien lavada sino calzoncillos bien sucios. Yo no entendí aquello pero mamá se
pidió un whisky para celebrarlo. El capitán Croquer se pidió una hamburguesa y
Jorgorian aprovechó que era miércoles para recitar un poema de 356 versos en
griego antiguo en el cual se denostaban un efebo y un cervatillo por averiguar
si las calesas de Atenas debían atender a turistas irlandeses. Mamá aplaudió al
final y salió corriendo porque le cerraban el súper. En media hora cerraban el
café y como mamá no volvía abandonamos Marrakech para entrar en México. El
coyote se quedó negociando algunos asuntos de sustancias ilegales, cuernos de
unicornio o algo así.
En México el tiempo funciona al
revés, no es que vaya hacia atrás sino que llegas puntual a los sitios. Si
llegas tarde a un sitio entonces apareces de nuevo en el lugar de partida pero
con tiempo suficiente para llegar a la hora. Y es que en México la puntualidad
la llevan a rajatabla los viernes, nosotros llegamos un jueves, con lo cual
tuvimos menos de 24 horas para llegar tarde a los sitios. El viernes reservamos
en varios sitios distintos para comer y cenar, era la forma de intentar llegar
tarde, pero fue imposible. El resultado es que nos inflamos de comer. Comimos
tanto que varias portuguesas se manifestaron por la cosecha de trigo de los
próximos cinco años. Las portuguesas tenían ganas de juerga porque los carteles
estaban rotulados con pintauñas fucsia que al parecer significaba que querían
dormitar con sementales austriacos. En el destacamento no había ningún
austriaco, había uno al salir de Chile pero se quedó en Bolivia buscando
consonantes. El caso es que no hicimos más que comer, cuando terminabas en un restaurante
y aparecías tarde en otro volvías a estar en el lugar donde habíamos acampado
para llegar a tiempo al sitio. Así en cada restaurante. Comimos unas ocho veces
y otras 8 cenas. Por la noche vomitamos varias veces, algunos vomitaban en
serbio, que es una forma distinta de vomitar, comienzan por la verdura y
terminan con los alimentos de más de tres sílabas –espagueti, hamburguesa,
tiramisú,…-, los que vomitábamos en español solíamos arrojar inmundicias sin
ton ni son pero conseguíamos elaborar un bonito castillo de bilis con sus
almenas y torreones.
Algunos piensan que en México hay
mucha droga… yo no lo sé, pero Jorgorian me dijo que estuviera atento por si
aparecía el Coronel Lumbert. Al parecer el coronel tenía vínculos con los
productores de sustancias alucinógenas, pero yo no quería oir esas historias,
yo quería pensar en mamá. Se lo dije a Jorgorian y me dio un caramelo. Al rato
estaba con mamá bailando foxtrot con unos rumanos en pleno solsticio de verano.
Dos simios nos aplaudían y Juan, el coyote de Bolivia, apostaba con un serbio
que la música sería reguetón antes del amanecer. En ese rato no amaneció y Juan
se encaró con el serbio al que retó a un duelo de dardos. Juan era zurdo y
lanzó todos los dardos con la boca, el serbio era serbio y lanzó los dardos un
inglés en su lugar. Ganó el serbio así que asaron a Juan en una parrilla y
repartieron sus extremidades entre los zurdos del lugar. Me dio pena Juan…más tarde
me enteré de que era croupier en un casino de Las Vegas.
En México estuvimos más tiempo
del que teníamos que estar. Eso lo supe porque cuando llegamos, el capitán
Croquer me dijo que no deberíamos estar más de dos días. Y llevábamos 7 meses y
medio cuando le volví a preguntar. Me respondió “todo está en orden”, y no le
debió convencer la cara que puse ante su respuesta porque apostilló “en orden según las órdenes del coronel
Lumbert”. Ante eso me callé, no podía poner en duda nada de alguien de quien
podría dudar hasta de su propia existencia. El caso es que llevábamos más de
siete meses en México, la mitad del destacamento estábamos en Jalisco y la otra
mitad en Tijuana. Lo sorteamos a piedra, papel y tijera. El que podía iba a
Tijuana. Jalisco era distinto, lo importante era salir sin rajarse, ya lo decía
la canción. Al parecer era alto el índice de suicidios por arma blanca. Además,
estaba el tema del paso del tiempo. Sabíamos que llevábamos siete meses porque
varios del destacamento dieron a luz a bebes sietemesinos. Al poco de nacer ya
estaban dando conferencias como socios de McKinsey en México DF. Pero cuando
decían “Estamos orgullosos de estar en México DF”, inmediatamente se levantaban
del público varios sicarios, sin jachis, dos de ellos siempre eran simios
chimpancés vestidos con el uniforme del West Bromwich Albion, que disparaban de
manera reiterada a los bebés recién nacidos. Una vez terminada la orgía de
sangre los ejecutores soltaban “Esto es Ciudad de México”, y recibían una
sonora ovación por parte de los bebés moribundos. Era todo muy romántico porque
terminaba con una homilía de un cura que imitaba al cura Hidalgo que comenzaban
diciendo “El indulto es para los transversales no para los que gozan del
champán.” Nadie entendía nada pero inmediatamente se ponían todos a bailar unos
corridos.
Los días eran largos en Ciudad de
México, eso nos decían, pero yo estaba en Jalisco. Allí los días eran nublados
los jueves, justo el día después de que Jorgorian hablara siguiendo la
costumbre de Fullham. Los jueves en Jalisco eran grises al parece por la
coincidencia de J en la primera letra de la ciudad y del día. “Si el día
empieza por la misma letra que la ciudad en este país se nubla la ciudad” nos
dijo un fulano que iba en bicicleta en Jalisco. El señor llevaba un par de
perros en cada hombro y los perros le azotaban las orejas con bofetadas muy
contundentes. Eso me lo contó Leandro, que era un señor de Badajoz que estaba
en el destacamento por error. Llevaba unos 24 años por error y ya me decía
“pues ahora cómo le voy a decir al coronel que yo soy el fontanero que tenía
que arreglar las letrinas hace veinticuatro años”. Leandro parecía un
adolescente, generaba el aspecto de un efebo griego y de manera recurrente
terminaba practicando sexo anal con algún luxemburgués. Había dos en el
destacamento y un día Leandro me dijo que “se m’acabao el amor de tanto usarlo,
porque, sabe usté, lo uso solo con dos y uno ya se agota de no poder sorprender
con una cena romántica”. El pobre Leandro era un romántico, por eso se compró
un libro de Shelley y cuando estábamos por Ontario se fue a un lago a crear una
criatura a partir de cadáveres. La barca se le hundió y la criatura regresó a
Alaska con el destacamento en vez de Leandro, pero eso fue más adelante.
Jorgorian estaba en Tijuana.
Cuando pasamos la frontera me dijo que había conocido al fin a su padre. Al
parecer Jorgorian era huérfano y había ido saltando de hospicio y orfanato desde
los cuatro años. Sus padres, eso le habían dicho, habían muerto en la batalla
de Lepanto, al lado de Don Juan de Austria su padre, y su madre con Alí Bajá.
Esto no fue porque se llevaran mal sino porque cuando jugaban a cualquier cosa
siempre elegían bandos distintos por aquello de a ver quien ganaba. Jorgorian
me contaba que su padre había fenecido mientras le cortaba la mano a Cervantes,
lo hacía para que fuera famoso, que un tipo con las dos manos no iba a ningún
lado, y Cervantes lo vio bastante razonable. Cuando se la cortaba llegó una
bala de culebrina turca que le cambió la dentadura al padre de Jorgorian y le
asustó tanto que decidió suspender su estancia terrenal. Eso me dijo Jorgorian.
Pero al parecer no había sido así. Su padre llegó a tierra y decidió que su
vida había dado muchos tumbos y ni siquiera conocía la pentatónica menor. Así
que se dedicó a aprender a tocar blues en el siglo XVI. Le vino un poco antes
de tiempo pero bueno, así tuvo tiempo de perfeccionar el estilo. El caso es que
dando tumbos el padre de Jorgorian había terminado siendo negro en Tijuana,
tocando blues en español. “El español es el idioma del blues, porque lo decía
Miguel Ríos”, esta era otra de las frases que soltaba Jorgorian los miércoles.
Quizás porque ya intuía de dónde venía.
Cada noche soñábamos en México
con hacer el amor a alguien especial, nos pasaba a todos, y todos soñábamos con
una persona que llevábamos tiempo olvidada. Todos teníamos una cicatriz en el
alma que nos llevaba de la mano hacia un recuerdo que necesitábamos mirar a los
ojos. La noche de México nos conducía siempre a ese momento, y el caso es que
cada día, cada noche que pasaba así, nos sentíamos mejor. Cada noche estábamos
más cerca de mirar a la cara a ese recuerdo, cada noche estábamos más cerca de
hablarle, de entender qué parte de nuestro espíritu se quedó perdido entre sus
manos. Qué granos de arena se escurrieron entre sus dedos. Cada noche
recogíamos cada uno de esos granos, cada día, cada mañana quedaban menos que
recoger. Las noches de México, durante siete meses, nos iban brindando un
restaño del alma que jamás habíamos imaginado. Cada mañana yo pensaba en mamá,
y ella aparecía con un rodillo en la habitación de al lado. Grazziani entraba
en mi cuarto y me decía, “ya ha venido tu madre y me ha vuelto a abrir la
crisma con el rodillo”. Así todos los días, por fortuna se la abría por sitios
distintos y los puntos no iban siempre al mismo sitio.
Que mamá no entrara en mi
habitación me parecía extraño. La llamé varios días por la mañana, pero siempre
aparecía Grazziani y, cuando iba corriendo a su habitación, ella ya no estaba.
“Debe tener que ver con quien hice el amor esta noche… con Verónica”. Mamá no
conocía a Verónica salvo por las cartas que me robaba cuando la escribía. A
Verónica solamente la conocía yo. Era mi secreto. Y Verónica tampoco lo sabía,
pero Verónica no aparecía con un rodillo. Verónica seguía en la Toscana. Esa es
otra historia. Pero joder, cuantas pajas me hice en México pensando en ella. El
onanismo en México era deporte nacional, estaban las ligas mayores, las menores
y los campeonatos amateur. Yo, a los tres meses de estar en Jalisco me inscribí
en los campeonatos amateur, regionales, y quedé en muy buena posición.
Subcampeón en modalidad de onanismo precociego. La competición se medía por la
rapidez y porque tenías que tener una venda en los ojos. Había otras
modalidades, la de porno estático, porno dinámico y la de en vivo sin
palpación. Esta era para muy expertos y nuestro capitán Croquer llegó a ser
medalla de oro, pero esa es otra historia.
En el destacamento teníamos un
psicólogo, un cura, un tarotista y un cortador de jamón. Cuando tenías
problemas sacabas una bola de un bombo de bingo y según el número ibas a uno o
a otro. Al parecer el que mejores resultados proporcionaba a los miembros del destacamento
era el cortador de jamón, se llamaba John Juánez. Le llamábamos Goody. Y
Croquer se refería a él como “el inodoro”. John le decía al capitán que tenía
rango de comandante y que se arriesgaba a una sanción y el capitán Croquer le
respondía “Sanción de inodoro, mira como me comes la polla con decoro”. Y John
Juánez, Goody, se ponía a llorar…y yo también, no me gusta cómo el capitán se
mofaba de la gente. No estaba bien. El comandante Juánez nunca tuvo el respeto
del que gozaba Croquer, pero era buena gente. Las mejores sesiones las tenías
con él cuando había jamón de pata negra, cortaba las patas que daba gusto
mientras te daba ideas sobre cómo dominar la psique más primitiva. Juánez usaba el jamón en plan Winnicot,
como un objeto en el que centrar el rol que podías tener en tu entorno
psicosocial, y eso le salía mejor cuanto más veteada estaba la pata. Recuerdo a
Wilfred, un sudanés del destacamento con impulsos suicidas por la fragmentación
psicótica del mundo que le produjo la visión del Séptimo Sello de Bergman, que
a la segunda sesión con una ración de Jabugo cortada a cuchillo salió diciendo
que Bergman era un perfecto imbécil y que le dieran “fino LaIna y jamonsito”
que estaba hasta los cojones del suicidio y que lo quería era veranera en Sanlúcar.
sábado, 6 de agosto de 2022
El algo…
miércoles, 27 de julio de 2022
Seguimos con el algo...
Joseph me habló del coronel
Lumbert. Nadie más lo hizo. Estaba prohibido, no se podía hablar de nadie, no
se podía hablar de las misiones ni de nada apenas. Podíamos vomitar nuestras
palabras entre halitos sanguíneos que nos habían provocado cada uno de los
ejercicios del batallón. Pero ninguna queja.
Así pasábamos los días del
campamento mientras esperábamos entrar en combate. Así me lamía las heridas que
nunca quise tener. Así recordaba a mi padre y a mis hermanos. Mi madre venía
todas las semanas con algún cuento, esos que siempre me sacaban una tímida
sonrisa.
Yo le hablaba a mamá del coronel
Lumbert y ella no entendía nada, pero yo le explicaba que la luz de la luna
tenía mucho que ver con todo aquello a lo que renunciábamos pero no podía dar
más detalles porque no me lo permitían. Ella no lo entendía y, lo que es peor,
el coronel Lumbert tampoco porque nadie le veía. El coronel Lumbert no entendía
nada de sí mismo y , además, al parecer no había un coronel Lumbert al que
preguntar.
Los días pasaban a lo largo del
año, pero para mí no había ninguna diferencia excepto cuando hacía frío, mucho
frío, me decían que mamá me traería regalos de un tal San Nicolás. Nunca supe
muy bien lo que era el “San” pero tampoco parecía importante porque era alguien
que traía sonrisas y, con las sonrisas, hay poco que discutir. Lo cierto es que
por esas fecha mamá venía menos, debía ser por la nieve que se acumulaba en el
camino.
Cuando mamá aparecía lo hacía los
regalos del fulano verde. Me traía cosas que me parecían divinas e imposibles.
Pedazos de realidad deseados por unos, muchos, todos, los niños del planeta.
Pero era irreal, no podía tener los deseos de otros, no era un niño. Era un
adulto que vivía de manera insana en el deseo de los unicornios pasados…y
quería salir de ese distopía, pero quería hacerlo con una sonrisa.
Un día, con el sol pegando de
manera plana en Alaska, llegaron sonidos de realidades increíbles, de lugares
donde la realidad no podía sentirse confortable, de áticos neoyorquinos en los
años veinte… y entonces conocí a Francis Scott Fitzgerald. ¿imposible? Bueno,
yo sé que le conocía y que Ernest siempre estuvo muy nervioso ante su
presencia.
Alaska era un sitio muy
interesante para los que habíamos crecido en Albacete, se podía decir que era
un secarral como el manchego pero con nieve. Algunos no me entendían cuando
decía eso, por aquello de la nieve, pero yo sabía lo que pasaba por mi cabeza,
los lunes, el resto de la semana no me entendía pero importaba poco porque
tampoco entendía el clima de Cordova, un pueblo de Alaska de unos dos mil
habitantes. Cordova la fundaron unos españoles que se olvidaron la “b”. Y ahora
estaba allí nuestro destacamento. Yo esperaba a mamá los miércoles y ella venía
los jueves. Nunca la veía. Ni al coronel Lumbert.
Las tardes en Cordova -tiene
acento en la segunda "o", así que pronunciadlo bien- era lánguidas. No porque
fueran aburridas sino porque era esdrújula la palabra que identificaba el
sentir. Las esdrújulas se valoraban mucho en el destacamento y lánguida era una
palabra que gustaba. Un día le dije a un compañero si no sería mejor sustituir
lánguido por universal. No le gustó la idea y yo tampoco acertaba a saber qué
quería proponerle. Terminamos jugando al póquer con cartas usadas y apostando
las vidas de nuestros compañeros de cuarto. Yo perdí pero como todo era un
simulacro solamente perdimos el cepillo de dientes de los compañeros. Al día
siguiente tuve que explicar por qué era mejor lavarse la boca con hebras de
caballo.
Alaska era fría, y como era un
niño entendía que era lo que tocaba. Los niños pasan frío y los adultos viven
en Miami. Así iba pasando los días, así y con canciones de Morrissey que solo
entendía a la mitad, siempre me quedaba pillado en el minuto y treinta y siete
segundos. A partir de ahí no entendía nada. Era algo matemático, a mí me
gustaba tener ese horizonte, sabía que todo el jugo lo tenía que sacar antes de
los noventa y siete segundos, y me aplicaba en ello.
Estuvimos poco tiempo en Alaska,
unos cuarenta y cinco años, cuando nos fuimos todos teníamos nuestros recuerdos
intrincados con los de las nieves de la tierra vendida por los zares. Yo
recordaba Albacete y me decía que Alaska era más interesante, tenía blancos y
verdes, Albacete tenía mucho amarillo. Mis compañeros de cuarto solamente pensaban
en llorar, yo lloraba, era mejor hacerlo que pensarlos o, al menos, eso pensaba
yo.
Cuando teníamos que regresar a
Alaska siempre se nos hacía largo. Una de las veces volvimos andando desde
Chile, cosa que a nuestro capitán le sorprendía porque cuando le preguntábamos
por qué no podíamos coger un tren siempre decía “no lo entiendo, no lo
entiendo”. El caso es que nos pusimos a andar una mañana, con más ánimo que
fuerzas y, al cabo del día, habíamos llegado por fin a Moscú donde hacía frío,
pero menos que en Cordova. Le preguntamos a un señor con gorro si había algo
que hacer a las ocho de la tarde. Nos respondió que ese día no había
ejecuciones así que lo mejor sería bailar Kolo porque había unos tipos de
Bosnia que andaban buscando fondos para un festival de música. Yo les dije que
podía tocar el ukelele y ellos me dijeron que por fin alguien conocía el
instrumento tradicional de Bosnia, luego me dieron una falda de flores y una
adhesión a Estados Unidos como el estado número 51 y me confesaron que habían
estado en Woodstock en el siglo XVII preparando un festival. Yo no me veía con
ánimo de tocar en directo y les pedí un te con menta. Me dieron un julepe y me
fui corriendo.
Volver desde Chile tiene un
problema. La música. Vinieron unos cuantos a hablarnos de Santa María de
Iquique. Eran un poco pesados, a mí me gustaba mucho el disco pero me di cuenta
de que todos los que estaban hablándonos de las minas no sabían de qué iba el
asunto así que me empecé a aburrir. Hablaban de cosas que habían oído en fiestas
de champagne y las reivindicaban como si fueran propias. Me generaba
somnolencia y decidí fumar unas semillas de trigo que eran infumables y me
provocaron un estado distinto.
Como volvíamos andando desde
Chile, al pasar por Bolivia nos agobiaron los ponchos. A mí el poncho nunca me
ha gustado, ni el julepe. Pero querían hablarnos con esas indumentarias y yo no
podía responder…el destacamento tampoco. Una de las veces Francisco, el más
joven de todos y que parecía ungido por la divinidad, tiró una granada de mano
y, tras la deflagración se puso a devorar extremidades sanguinolentas. Le
tuvimos que decir que no era el momento y paró. Las víctimas maldecían el día
aquel hasta que volvieron a crecerles las distintas partes mutiladas. Luego
hicimos una cena y Francisco se deflagró para ellos, luego mutó en almendra y
volvió a ser humano poco antes de las doce.
Caminar desde Chile hasta Alaska
es tedioso. Solían decirnos que es una forma de crecer, nos lo decían a la vez
que ponían a Cannonball Aderley en unos altavoces que llevaba un asno, uno de
cuatro patas, Jorgorian no lo llevaba, aunque parecía un buen jumento.
Jorgorian era bielorruso, hablaba japonés, y parecía italiano por sus gestos
con las manos. Cuando le preguntabas por Minsk te respondía しかし、あなたは何と言いますか, y
sonaba como Shikashi, anata wa nan to iimasu ka, le gustaba hablarnos en
japonés, nunca le oí hablar en ruso, pero tampoco sabía yo distinguir el ruso
del japonés. En cualquier caso parecía muy burro pero no llevaba altavoces. Eran
días enteros escuchando el saxo y algunos se volvieron muy onanistas, dicen que
por escuchar instrumentos de viento. Yo creo que era por el placer, el
gustirrinín. Eso lo decía un tío mío, “date gustirrinín en los bares de
carretera”, me decía cuando mamá estaba despistada. Papá miraba por la ventana,
esperando la luna, “cuando llegue la luna va a ser espeluznante” decía. La luna
llegaba todos los días, a veces con helados, pero a mí no me resultaba
espeluznante.
Seguíamos andando, día tras día,
sin descanso. A Francisco, el jovenzuelo, se le gastaron las suelas de las
botas y tuvo que andar con las plantas varios días, hasta llegar a un poblado
armenio, cerca de Quito. Le ofrecieron gachas para los pies, un poco manidas
ya, pero al parecer eran buenas para sustituir al caucho. Las gachas y el
caucho se llevan mal, dicen que por la “che”, las gachas han querido ser más de
lo que son y el caucho se ha llevado el mérito de los neumáticos y los condones.
Eso se lo explicaron a Francisco en Ecuador, no te fíes del caucho, ponte
gachas, muchacho, ponte gachas. Y eso hizo Francisco, hasta que murió por una
hemorragia plantar. Cuando estaba delirando nos contó que la culpa era de Steve
Jobs, que no le avisó con tiempo. Ninguno conocíamos al tipo de Frisco así que
decidimos que lo mejor era comprar en tiendas on line. La conexión entre un
evento y el otro no la vimos clara pero Fullham, John Fullham, nos dijo que él
sabía cómo iba todo y que lo iba a guardar en un papel tornasolado. El enigma
era el pH, y como todo buen enigma estábamos en la obligación de ignorarlos.
Jorgorian no hablaba con nadie, seguramente
porque no entendíamos el japonés. Y Fullham solo hablaba los miércoles, el
resto de los días se quedaba mirando fijamente a Jorgorian mientras
caminábamos. Así uno y otro día. Ambos eran una pareja admirable, eran capaces
de aguantar años bajo el agua, eso decía Fullham, los miércoles. Un jueves decidió
mostrarnos lo cierto de sus palabras, y le tomó tanto gusto que tras cuatro
días acampados al pie del embalse del Pañol, esperando que saliera del mismo,
nos dimos cuenta que iba a estar varios años sumergido y decidimos levantar el
campamento para continuar nuestro camino a Alaska. Cuando mirabas a Jorgorian
veías muecas de una sonrisa que antes no se percibía.
Éramos niños caminando hacia el
norte, pero algunos teníamos más de 50 años, unos niños talluditos como decía el
capitán, Johnny Croquer. El capitán era el sobrino segundo del dedo meñique del
Coronel Lumbert. Nació de un padrastro un sábado, aprovechando que era fin de
semana y echaban Informe Semanal a las diez de la noche. El capitán Croquer nos
decía siempre que era un apósito del coronel, yo no sabía lo que era un apósito
ni tampoco había visto al coronel…en esos momentos me acordaba de mamá pero
ella siempre estaba tendiendo la ropa. Un día que no tendía intenté acordarme
de ella y apareció un paquete de madalenas en la cama. Se las comió Rocky
Ibáñez, mi compañero de habitación. Se comió todas, 24 madalenas, le dio una
indigestión y se convirtió en sobaco. Sobaco de un mayordomo japonés, Keito,
era uno que iba siempre con el capitán Croquer y cuando Ibáñez estaba
aposentado en la axila le hablaba como contándole cuentos orientales. A mí me
gustaba oírlos, a otros no.
Caminar sin descanso diurno es un
tostón, así nos pasamos prácticamente cinco años con la vista puesta en Alaska.
El capitán Croquer nos arengaba como podía, pero se le veía que estaba también
un poco harto. Le pregunté por el coronel Lumbert y me respondió con una mirada
insidiosa, como queriendo que mis labios se sellaran con Loctite, se le veía en
su mirada, no quería otra marca de pegamento, solamente Loctite. Dos días
después le pregunté si no le valdría otra marca y algo malhumorado me untó los
labios y los dedos de las manos de Loctite y me dijo que juntara todo. Un
capitán de un destacamento en la frontera de Panamá manda mucho y yo obedecí
sin rechistar. Estuve sin poder vestirme varios días…ni desvestirme. Pero
Croquer era comprensivo, me liberó de hacer ejercicio y me puso a vigilar los
cóndores. Lamentablemente habíamos dejado Chile hacía meses y los únicos
cóndores que vi eran los de unas camisetas del Club Deportivo Cóndor de Bogotá,
las llevaban un par de adolescentes que alardeaban de ser del club colombiano.
Yo se lo dije al capitán y él me habló del coronel Lumbert y su pasión por los
cóndores y su técnica para jugar al golf. Mamá llamó por teléfono cuando
Croquer me explicaba como usar el putt cuando estabas a más de 200 metros del
hoyo. Mamá quería contarme que tenía muchas cosas que contarme. Yo me eché a
llorar y el capitán me puso una medalla. Una muy bonita, se la mandé a mamá, no
la usé nunca en el uniforme porque el uniforme debía hacer honor a su nombre y
una medalla no lo hacía uniforme.
Llegar a México es un placer,
sobre todo cuando te han perseguido coyotes albaneses. Es algo habitual en
Panamá, si eres un destacamento que viaja a Alaska hay varias granjas de
coyotes que se liberan con el único objetivo de sacrificar un peroné al Dios de
los coyotes. Esta práctica habitual sorprendió a algún pipiolo del grupo, se
puso a gritar de manera desabrida clamando por un abogado neoyorquino. Yo me
acerqué a él y le pregunté si veía alguna diferencia entre un coyote y un
neoyorquino. Me respondió rápidamente que sí, “el acento”, y no pude rebatirle.
A cambio la di una colección de cromos de Ulises 31 y él me dijo que prefería
un coyote. Cuando empezamos a correr con una jauría de coyotes hambrientos a
nuestras espaldas pasamos al lado de un parte derruida del muro de Berlín. Los
coyotes panameños se sienten incómodos con el muro de Berlín, es como si fuera
su Némesis, les genera urticaria y empiezan a rascarse las orejas sin parar.
Nos paramos todos y viendo el picor en los animales decidimos aprender parkour.
Con las piedras pintadas comenzamos a saltar y yo me torcí los dos tobillos y
tuve una lesión de menisco, todos nos reímos con mis huesos del revés y
conseguimos devorar una serpiente que tenía una baraja de cartas. Los coyotes,
mientras tanto, nos observaban a unos cuantos metros a la vez que decidían si la
mecánica cuántica podía resolver algunos enigmas relativistas. Yo llamé a un
coyote, Juan, y le pedí fuego, él me pasó un cubo con magma y lo puse en el
centro del destacamento para empezar a pensar.
Antes de llegar a México nos
tomamos un café en Marrakesh, nos acompañó uno de los coyotes y mamá que había
pasado por allí para hacer la compra. Mamá nos preguntó si nos lavaban bien la
ropa y el coyote, con un cigarro entre sus colmillos, respondió que no hay ropa
bien lavada sino calzoncillos bien sucios. Yo no entendí aquello pero mamá se
pidió un whiskie para celebrarlo. El capitán Croquer se pidió una hamburguesa y
Jorgorian aprovechó que era miércoles para recitar un poema de 356 versos en
griego antiguo en el cual se denostaban un efebo y un cervatillo por averiguar
si las calesas de Atenas debían atender a turistas irlandeses. Mamá aplaudió al
final y salió corriendo porque le cerraban el súper. En media hora cerraban el
café y como mamá no volvía abandonamos Marrakesh para entrar en México. El coyote
se quedó negociando algunos asuntos de sustancias ilegales, cuernos de
unicornio o algo así.
Otro algo
Joseph me habló del coronel
Lumbert. Nadie más lo hizo. Estaba prohibido, no se podía hablar de nadie, no
se podía hablar de las misiones ni de nada apenas. Podíamos vomitar nuestras palabras
entre halitos sanguíneos que nos habían provocado cada uno de los ejercicios del
batallón. Pero ninguna queja.
Así pasábamos los días del
campamento mientras esperábamos entrar en combate. Así me lamía las heridas que
nunca quise tener. Así recordaba a mi padre y a mis hermanos. Mi madre venía
todas las semanas con algún cuento, esos que siempre me sacaban una tímida sonrisa.
Yo le hablaba a mamá del coronel Lumbert
y ella no entendía nada, pero yo le explicaba que la luz de la luna tenía mucho
que ver con todo aquello a lo que renunciábamos pero no podía dar más detalles
porque no me lo permitían. Ella no lo entendía y, lo que es peor, el coronel
Lumbert tampoco porque nadie le veía. El coronel Lumbert no entendía nada de sí
mismo y , además, al parecer no había un coronel Lumbert al que preguntar.
Los días pasaban a lo largo del
año, pero para mí no había ninguna diferencia excepto cuando hacía frío, mucho
frío, me decían que mamá me traería regalos de un tal San Nicolás. Nunca supe muy
bien lo que era el “San” pero tampoco parecía importante porque era alguien que
traía sonrisas y, con las sonrisas, hay poco que discutir. Lo cierto es que por
esas fecha mamá venía menos, debía ser por la nieve que se acumulaba en el
camino.
Cuando mamá aparecía lo hacía los
regalos del fulano verde. Me traía cosas que me parecían divinas e imposibles.
Pedazos de realidad deseados por unos, muchos, todos, los niños del planeta. Pero
era irreal, no podía tener los deseos de otros, no era un niño. Era un adulto
que vivía de manera insana en el deseo de los unicornios pasados…y quería salir
de ese distopía, pero quería hacerlo con una sonrisa.
Un día, con el sol pegando de
manera plana en Alaska, llegaron sonidos de realidades increíbles, de lugares
donde la realidad no podía sentirse confortable, de áticos neoyorquinos en los
años veinte… y entonces conocí a Francis Scott Fitzgerald. ¿imposible? Bueno,
yo sé que le conocía y que Ernest siempre estuvo muy nervioso ante su presencia.
Alaska era un sitio muy
interesante para los que habíamos crecido en Albacete, se podía decir que era
un secarral como el manchego pero con nieve. Algunos no me entendían cuando
decía eso, por aquello de la nieve, pero yo sabía lo que pasaba por mi cabeza,
los lunes, el resto de la semana no me entendía pero importaba poco porque tampoco
entendía el clima de Cordova, un pueblo de Alaska de unos dos mil habitantes.
Cordova la fundaron unos españoles que se olvidaron la “b”. Y ahora estaba allí
nuestro destacamento. Yo esperaba a mamá los miércoles y ella venía los jueves.
Nunca la veía. Ni al coronel Lumbert.
Las tardes en Cordova -tiene
acento en la segunda o, así que pronunciadlo bien- era lánguidas. No porque
fueran aburridas sino porque era esdrújula la palabra que identificaba el sentir.
Las esdrújulas se valoraban mucho en el destacamento y lánguida era una palabra
que gustaba. Un día le dije a un compañero si no sería mejor sustituir lánguido
por universal. No le gustó la idea y yo tampoco acertaba a saber qué quería
proponerle. Terminamos jugando al póquer con cartas usadas y apostando las
vidas de nuestros compañeros de cuarto. Yo perdí pero como todo era un
simulacro solamente perdimos el cepillo de dientes de los compañeros. Al día
siguiente tuve que explicar por qué era mejor lavarse la boca con hebras de
caballo.
Alaska era fría, y como era un
niño entendía que era lo que tocaba. Los niños pasan frío y los adultos viven
en Miami. Así iba pasando los días, así y con canciones de Morrissey que solo
entendía a la mitad, siempre me quedaba pillado en el minuto y treinta y siete
segundos. A partir de ahí no entendía nada. Era algo matemático, a mí me gustaba
tener ese horizonte, sabía que todo el jugo lo tenía que sacar antes de los
noventa y siete segundos, y me aplicaba en ello.
Estuvimos poco tiempo en Alaska,
unos cuarenta y cinco años, cuando nos fuimos todos teníamos nuestros recuerdos
intrincados con los de las nieves de la tierra vendida por los zares. Yo
recordaba Albacete y me decía que Alaska era más interesante, tenía blancos y
verdes, Albacete tenía mucho amarillo. Mis compañeros de cuarto solamente
pensaban en llorar, yo lloraba, era mejor hacerlo que pensarlos o, al menos,
eso pensaba yo.
La vuelta de Alaska fue larga,
volvimos andando desde Chile, cosa que a nuestro capitán le sorprendía porque
cuando le preguntábamos por qué no podíamos coger un tren siempre decía “no lo
entiendo, no lo entiendo”. El caso es que nos pusimos a andar una mañana, con
más ánimo que fuerzas y, al cabo del día, habíamos llegado por fin a Moscú donde
hacía frío, pero menos que en Cordova. Le preguntamos a un señor con gorro si
había algo que hacer a las ocho de la tarde. Nos respondió que ese día no había
ejecuciones así que lo mejor sería bailar Kolo porque había unos tipos de
Bosnia que andaban buscando fondos para un festival de música. Yo les dije que podía
tocar el ukelele y ellos me dijeron que por fin alguien conocía el instrumento
tradicional de Bosnia, luego me dieron una falda de flores y una adhesión a
Estados Unidos como el estado número 51 y me confesaron que habían estado en
Woodstock en el siglo XVII preparando un festival. Yo no me veía con ánimo de
tocar en directo y les pedí un te con menta. Me dieron un julepe y me fui
corriendo.
Volver desde Chile tiene un
problema. La música. Vinieron unos cuantos a hablarnos de Santa María de
Iquique. Eran un poco pesados, a mí me gustaba mucho el disco pero me di cuenta
de que todos los que estaban hablándonos de las minas no sabían de qué iba el
asunto así que me empecé a aburrir. Hablaban de cosas que habían oído en
fiestas de champagne y las reivindicaban como si fueran propias. Me generaba
somnolencia y decidí fumar unas semillas de trigo que eran infumables y me provocaron
un estado distinto.
Como volvíamos andando desde Chile,
al pasar por Bolivia nos agobiaron los ponchos. A mí el poncho nunca me ha
gustado, ni el julepe. Pero querían hablarnos con esas indumentarias y yo no
podía responder…el destacamento tampoco. Una de las veces Francisco, el más
joven de todos y que parecía ungido por la divinidad, tiró una granada de mano
y, tras la deflagración se puso a devorar extremidades sanguinolentas. Le
tuvimos que decir que no era el momento y paró. Las víctimas maldecían el día
aquel hasta que volvieron a crecerles las distintas partes mutiladas. Luego
hicimos una cena y Francisco se deflagró para ellos, luego mutó en almendra y
volvió a ser humano poco antes de las doce.
sábado, 9 de julio de 2022
Algo
Enfrentarse al terror del papel en blanco cuando quieres escribir y no sé qué es algo sobre lo que ya he reflexionado en muchos textos previos a este. Y sigue ahí…sin saber cómo desarrollar una idea, la más simple, la de querer expresar algo que tienes rondando tu cabeza, algo con lo que te levantas y que te da las buenas noches en el último segundo de duermevela anterior al sueño. Una idea que tiene tantos flecos que no puedes perfilar sus bordes, algo difuso, a veces parece una montaña y otras un mar azotado por ventiscas cambiantes. Una idea que es tan resuelta en la tortura que te atenaza con el paso del tiempo porque ni te libras de ella ni resuelves el complejo laberinto mental al que te lleva. Somete poco a poco tu pensamiento como si fuera un software de bajo nivel que está corriendo todo el tiempo y en cada cosa que haces.
Si comes está ahí, si estudias la tienes rondando, si estás
con amigos espera a que termines de reírte para asaltarte en la esquina del adiós,
si la miras de frente se esconde para que no puedas dibujarla y, si no sabes
dibujar se te acerca y te hace una mueca desafiándote a que te libres de ella.
No es ni mala ni buena, es un duende que te sacude y que nunca logras atrapar.
Y son las palabras las que más o menos la sujetan, cuando escribo parece que se
esconde un poco más, para no ser retratada. Es un súcubo que te lleva al placer
mientras te va firmando el contrato de esclavo consentido, es una tragedia
griega, una comedia cervantina, una locura del mundo, una pesadilla, una
carcajada, un amigo que te odia, un enemigo que suspira por ti, un amor y un
desamor, el zapato que te aprieta o la camisa que te queda perfecta. El pincel
del mal pintor, un poema sin ritmo ni rima, una mala noche, una siesta de mal
sexo, un beso dulce, una fiesta nocturna, la rave a la que no fuiste, el
discurso de un pesado, la provocación del animal que llevamos dentro. El sitio
del que duerme, el descanso del que no fue a la guerra, la cosecha abundante,
el plenario de una sociedad de malandrines, la risotada del cuerdo y las
lágrimas del esquizoide, las mil apuestas que fallaste y la única que
acertaste. Es un acorde por descubrir, una melodía repetitiva.
No es ni más ni menos que…tú mismo.
lunes, 4 de julio de 2022
De lo que no...
El verano me sugiere tus palabras,
O más bien el recuerdo de tu cuerpo
Sin sabores de memoria por lo incierto
Ignorando cada beso de tus caras.
El otoño y primavera se desgranan
Entre odios, bienvenidas y recelos
Y el invierno escondido tras un velo
Nos separa sin dudarlo con un ¡basta!
De lo que no tengo lo mismo abuso
de lo que no cuentas me abstengo
de lo que no gusto...deseo
de lo que me insultas me excuso
de lo que no toco me expreso
de lo que no beso...no beso.
sábado, 2 de julio de 2022
Para qué un título...
Días, lunas, tus tardes o tus noches
neones escondidos en tu bolso
el rumor del sexo amedrentado,
tonterías, los besos en un coche.
Pasados encubiertos por el roce,
el del cariño que deja tanto poso
amargo o dulce…o tal vez alambicado
Trasterías… de trastos y camisas en jirones,
Ya no tengo ni una bolsa pa palabras.
ni de aquellas del que duerme sin arrope
ni las otras que esconden tiempo incierto
Y sentado me pregunto, ya sin rabia
si escribir líneas torcidas de atrope
serán salvoconducto para atraque en este puerto.
jueves, 30 de junio de 2022
miércoles, 22 de junio de 2022
no se
viernes, 27 de mayo de 2022
Idea de miércoles por la noche
lunes, 23 de mayo de 2022
martes, 17 de mayo de 2022
Pensando
domingo, 15 de mayo de 2022
domingo, 8 de mayo de 2022
Versos tontos...
Me censuraste cuando te vi
por acercarme con mis ojos
a tu bello cuerpo de alhelí
mientras yo era un despojo.
Enfurecida, del todo hostil
me arrebataste cualquier arrojo
y me escapé con el ferrocarril
con mis nervios en manojos.
Fuera, me espetabas desde el Sil
y hasta el Guadiana llegó tu enojo
jamás pensé mi ser tan vil
ni ser tratado como un piojo.
sábado, 7 de mayo de 2022
lunes, 2 de mayo de 2022
Te pasas los días...
Te pasas los días engañando a las lechuzas.
Ellas duermen y tu preparas licores de bacanales,
aquelarres de sacrificios intangibles sin vestales.
Te pasas los días navegando por el Segura siendo el Júcar
Te pasas los días engañando a las lechuzas.
Como si no fueran más que unos viejos carcamales,
sin más interés que aquellos deseos que vestiste de reales.
Pero te pasas los días huyendo de aves zancudas.
Te pasas los días engañando a las lechuzas.
Como un Diógenes por el sol molesto ante altezas reales,
así te pasas los días, pidiendo que alguien te traiga las
sales
Mientras piensas como estarán a la noche las lechuzas.
domingo, 3 de abril de 2022
Esperas...
Estoy seguro de que no los conoces. The Devlins, apenas los conozco yo más que por esta canción. Waiting.
Simplemente esperas, con o sin una guitarra sonando en delays de britpop. Esperas porque en la estación no llega el tren, ni el tuyo ni el suyo. Esperas en los recodos del tiempo, en las sombras del verano o en las esquivas pancartas de un domingo aburrido. Esperas como si lo hicieras bien o esperas como si la realidad fuera más rápida de lo que eres capaz de asimilar. Esperas en tu habitación mientras tu alma te llama para que salgas a dar una vuelta. Esperas, le dices que esperas, porque no hay nada que pueda hacerte cambiar. Esperas. No sabes si ella llegará o si se acordará de ti, o si sabrá tu nombre o si sabrá de tu historia, de tu pasado, de tus recuerdos o de todos los pasos que imaginaste a su lado.
Esperas, una cascada de instantes, esperas como si ella supiese donde encontrarte, esperas sentado en una silla de tijera, campestre, mirando la pared que piensas que habría que pintar en tonos pastel. Sigues esperando con la inquietud del verano y con la solidez del invierno. Esperas minuto tras minuto, día tras día... esperas sabiendo que todo está bien. Esperas mientras imaginas que vas a aparecer al otro lado de la puerta, solamente para besarte.
sábado, 26 de marzo de 2022
¿Tendré demasiados disco?
¿Tendré demasiados discos?
Yo diría que no, que tengo pocos, pero cualquiera que no me entienda no puede ver el sentido que para mí tiene cada unos de mis vinilos o CDs, pese a que actualmente viva a base de spotify. Pero sigo gastando mis cuartos en formatos físicos. El placer de desenvolver un disco, esperar a tenerlo, a que te llegue -antes iba a tiendas, de esas que ya no existen-, a escuchar el plástico rasgándose. Abrirlo, llevarte alguna vez la sorpresa de que está roto alguno de las pestañas que sujetan el CD. Esas maravillosas visiones de un disco al salir de la caja, -en el caso de los vinilos es un auténtico nirvana espiritual, cosa que tampoco se entiende-.
¿Tendré demasiados discos?
Alguno me queda sin abrir, pero eso no me impide seguir adquiriendo las plataformas redondas que albergan mis sueños diarios. Hace menos de un mes me compré el KID AMNESIAC, ya tenía el Amnesiac y el Kid A repetidos -de cuando salieron, de la edición masterizada y con bonus-, pero quería esta nueva edición que me traía más cositas. Lo escucho maravillado y lo abro en un pequeño acto litúrgico donde esta vez me ha decepcionado lo sobrio del contenido...pero ponerlo a girar y escucharlo sigue siendo maravilloso.
¿Tendré demasiados discos?
Me pasé el otro día...hace tres meses, por la tienda esta francesa llamada FNAC y me agencié un par de discos de Clifford Brown y otro de Stanley Turrentine. Tocaba jazz. Me he escuchado los tres, el de Stanley es el que menos me atrae. El señor Brown me alucina. Lo desconocía...bueno al otro también. Y tras machacarlos en el equipo de música le di a Jethro Tull y su Thick as a brick. Esta vez en formato spoti...pero lo tengo en CD, algo es algo.
¿Tendré demasiados discos?
Claramente no.
viernes, 25 de marzo de 2022
Olas
Olas,
encuentros irredentos, diletantes,
cercanos en el tiempo
lejanos al instante.
Olas,
otro desencuentro, inquietante
perdidos sin remedio
eternos los desplantes.
Olas,
acaricio tu orilla gracias al viento
y el mar me dice que vuelva
infierno de Dante
y al cabo del día, salir del infierno
me asomo a tu plaza sueca
sin saber cómo mirarte.
Olas,
y me digo
¿Qué haces? ¡diantres!
el loco del desierto,
¿no recuerdas que eso es de antes?
¿acaso no sabes que ya no eres más que el loco de lo incierto?
sábado, 15 de enero de 2022
Recuerdos Imposibles, idea para un cuento corto
Los designios no eran anotados, así caminábamos sin saber dónde daríamos el siguiente paso. No tenías fe en el amor porque la que te echó las cartas no era amiga tuya, era una gitana de las que te cruzaste en Granada cuando Granada no era más que el arrabal de tus pasamientos. Esa gitana te dijo que esperaba algún chavo más de los que le diste y que aguardaría en la esquina de la catedral, donde comienza la calle Alcaicería concurrente con la placita de Alonso Cano, para que saldaras tu deuda.
Desde aquel día transigiste con muchos amores de otros y te entregaste al sexo como lo más parecido al cariño, sin encontrar ni mariposas ni cosquilleos salvo el que algún amante fetichista te hacía con su lengua en la planta de tus pies. Y yo te encontré en Málaga mientras caminabas en pos de Pablo, el pintor del que luego dijeron que era un catalán de París y que te dejó tirada pensando en la forma de unos maniquíes que quería plasmar en un lienzo "son maniquíes en plan palacio de Felipe IV" te decía. Entonces fue cuando te agarraste a mi mano. Y yo paseé contigo por las calles y me llevaste a la plaza de las flores donde sonaban los trinos de los jilgueros de la vecina Lola y paseábamos con la luz de veintitantos amaneceres iluminando tus pies sucios de arena, porque siempre paseabas descalza para que al hacer el amor tu desnudez fuera más mediterránea.
Así pasaron las mañanas de desayunos imposibles y tú te preguntabas por la gitana de Granada cuando Granada ya había sido reconquistada por el ardor de los ilerdenses y todos hablaban como si fueran de Castellón en una mezcla de murciano de l'Empordà. Nosotros seguíamos en Málaga y te propuse un baile matutino pero preferiste el patinaje que un señor de bigote atusado te ofrecía. Yo no podía competir con ese bigote y tú no podías soportar mis frases pedantes así que te fuiste para dejar de hablarme durante varios miles de años, unos tres o cuatro. Hasta que te acordaste de que ya no tenías canciones nuevas y me llamaste por el móvil que te compré y me pediste nuevas melodías. Yo, en esos días me escribía cartas contigo que nunca echaba al buzón y era yo mismo quien relataba tus respuestas, me respondía siendo tú en un ejercicio de onanismo epistolar. Tus cartas, las que yo escribía imaginando tu escritura, iba en un papel acaramelado, y las que yo te mandaba iban en papel carmesí y cuando me llamaste quemé todas tus cartas, esas que no escribiste, en un fuego en medio de la plaza. Recuerdo que la vecina Lola se me acercó y me dijo "¿Por qué tanta hoguera?" y yo solo puede decirle que hacía frío en los recovecos de la memoria.
miércoles, 5 de enero de 2022
Cumpleaños en Nowhereland
El gato de Cheshire se presentó
sin sombrereros, ni té alrededor
apenas una mantel raído le dio la bienvenida
y allí estaba sólo él de manera resumida
y entendió que desaparecer era la opción
pues allí, ni Alicia ni conejos, allí...nadie acudió
No recuerdo...
Felicidades de tus dedos,
un estimo.
Imposible algún te quiero
Una simple muestra de cariño,
la palabra de unos besos.
No recuerdo...
Un escrito con semblanza
de alegría.
Un regalo en lontananza.
Tu sonrisa por mi día,
el sabor de tu añoranza.
Recuerdo...
Tu silencio impenetrable.
El vacío.
Tu quietud inalienable.
Del desierto en el estío.
Y tu rostro imperturbable
Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...
Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...
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Se me ha ocurrido hoy algo rápido, por la mañana, nada más levantarme, acompañado por la lluvia que cae en Madrid estos días... Lluvia Llu...
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No son horas de estar despierto, Ni e escribir nada de nada. No son horas, al fin y al cabo. Y aquí me ando escribiendo lo estúpido que e...
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Ciertamente es un horror caminar con arañas entre los deseos. Arañas que van capturando en sus redes cada anhelo y lo envuelven en te...