sábado, 29 de septiembre de 2018

Chascar los dedos


Chascar los dedos

Cuando llegué al trabajo ayer por la mañana no pensé que veinticuatro horas más tarde una parte de mi forma de entender el mundo estuviera levantada, como esas aceras en las que las raíces de los árboles logran un terreno desigual, con baldosas que se salen de su lugar. Un parte de mi alma parecía cerrada a mis sentimientos, en fase de demolición. Mis emociones no entendían lo que sentía o viceversa.

Los sentimientos suelen comunicarse con las emociones a través de una carretera de ida y vuelta, a veces es como una autopista, siendo unos reflejos de los otros y otras veces parece un camino pedregoso, entonces los parecidos son menores. Unas veces la emoción inconsciente te genera un sentimiento, otras veces el amor se traduce en una emoción de enfado, porque esperaba algo y llegó lo contrario o, sencillamente, no llegó.

Mi trabajo es de financiero, miro cuentas una y otra vez intentando que sumen lo que dicen mis jefes. El caso es que, por más que lo intento, las reglas aritméticas no cambian de un día para otro y dos más dos siempre suman cuatro. Mis jefes, unos individuos cuyo sentido del humor consiste en reírse de whatsapp soeces o en considerar digno de risa cualquier medida del gobierno que les resulte estúpida, insisten en que las cuentas sean el nuevo truco de magia del gran Tamariz, y suelen estar insatisfechos cuando les digo la verdad. Estos jefes de hoy en día, directivos de grandes corporaciones -¿quién se inventó eso de grandes corporaciones?, suena a broma-  son individuos oscuros, pero al mismo tiempo resultan patéticos. Es como si Darth Vader vistiera de lagarterana, te daría miedo porque te ventilaba en chascar de dedos, pero fuera del horario de trabajo de la Estrella de la Muerte, tomándote una bebida en la cantina de Tattoine, pasaras el rato bromeando y riéndote de él.

Hay veces que me imagino que las reuniones con mis jefes podrían ser una conversación donde el absurdo reinase en la misma aunque, pensándolo bien, más o menos lo son.
  • Pues he vuelto a hacer la suma, después de repetirla unas mil doscientas veces, y vuelve a salir cuatro.
  • Ernesto, con esta actitud no vas a afianzarte en esta compañía.
  • Ya, le entiendo, pero no acabo de ver que mi actitud sea el problema, creo que sería más fácil si la humanidad cambiase las reglas de la suma. ¿Lo ve factible?
  • No entiendo tu empeño en que dos más dos sean cuatro.
  • Pero si yo no me empeño, le aseguro que mi actitud es la de un sumiso absoluto. Mi dignidad la perdí el día que me puse corbata por primera vez. Desde entonces sólo vivo para cumplir sus deseos, un perro fiel a mi lado es el mismísimo Judas. Resumiendo, mi actitud es la de ser y hacer lo que desee.
  • ¿Entonces? Cuéntame entonces por qué siguen saliendo cuatro.
  • Porque los sumandos son un dos en este mano –agito la mano cual bobo- y un dos en esta otra. Claro que si sumamos un uno más…
  • ¿Qué?
  • Pues entonces tendría la solución, saldría cinco.
  • ¿En serio?
  • Totalmente.
  • Maldita sea…el caso es que no tenemos ese uno.
  • Entonces sale cuatro.
  • Vuelve a calcularlo, en una semana ten rehecha la suma.
  • Por supuesto, me pongo a ello.
Y así me paso semana tras semana, lo cual hace que el trabajo sea sencillo pues lo repito constantemente, pero también frustrante. El día que encuentre el “uno” que les falta será todo más sencillo.

Ayer por la mañana entré en el edificio de oficinas donde desarrollo mis sumas pensando en un disco de Portishead, lo llevaba puesto en el iphone y Silence me golpeaba. “¿Por qué empieza con un tipo hablando en portugués?” pensaba, y en el ascensor coincidí con Juan, el gracioso del curro. Juan tiene poco más de cuarenta años, atractivo, ingenioso, alto, con un chocar de manos vigoroso y con la apariencia del triunfador nato. Casado con tres hijos, siempre de traje impoluto de lunes a jueves y los viernes con vaqueros, informal, dispuesto a tomarse el aperitivo de los viernes con todos nosotros y, por qué no, flirtear con alguna de las compañeras.
Juan tiene unos cuarenta años, atractivo, ingenioso, alto, con un chocar de manos vigoroso y con la apariencia del triunfador nato. Casado con tres hijos, siempre de traje impoluto de lunes a jueves y los viernes con vaqueros, informal, dispuesto a tomarse el aperitivo de los viernes con todos nosotros y, por qué no, flirtear con alguna de las compañeras.
  • Hola tío –yo soy así, hablo así a los que no son jefes y Juan no era más que yo y además le había visto borracho.
  • Hola, buff…martes y quedan 3 días para terminar la semana.
  • Cuatro con hoy –yo y mi obsesión por el cuatro.
  • Bueno sí… ¿tienes mucho lío?
  • El habitual, sumar, restar y alguna reunión para demostrar que sé sumar con decimales.
  • ¿Comemos juntos?
Juan y yo nos llevábamos bien, algunas veces coincidíamos en la comida, pero jamás habíamos comido solos los dos. La pregunta contenía el peso de la confianza no negociada y por otra parte el lado amistoso de alguien que parece que quiere tener más lazos conmigo. No me pareció mal y, además, hoy toda la gente con la que comía andaba liada entre viajes, ausencias y otros líos. Así que se me ocurrió que podía ser buen plan.
  • Ah, vale, bien. ¿A qué hora?, ¿una y media? ¿Dos?
  • Una y media, así nos tomamos antes una cerveza.

Así que mi plan de comida ya estaba claro, Juan y yo, el tío que tenía loca a media oficina, el atractivo hombre de mediana edad y yo comeríamos juntos.
Y yo…quién era yo. Seguramente el lector tendrá ahora una ligera curiosidad por saber si yo tengo novia, pareja, soy un lobo solitario o un pedazo de carne con ojos –esta expresión era de mi padre, y me sigue pareciendo lo más despreciativo que he oído-. Pues bien, yo, Ernesto, titulado en ciencias empresariales, máster MBA, tonto y con novia. Vivo con mi novia, desde hace cuatro años, ella quiere casarse y yo quiero cambiar la cocina, ella quiere un anillo y yo también pero el de Frodo, ella es guapísima y yo soy vulgar, ella camina sobre la playa cuando vamos de veraneo como una auténtica diosa y yo me deslizo cual babosa recién llegada a este mundo. Ella me quiere y no sé por qué. Yo creo que es muy extraño que ella esté conmigo…toda esta ligera descripción de mi relación de pareja, recorre mi cabeza de manera recurrente y ayer pensé de nuevo en ella antes de la comida, de hecho en el trayecto del ascensor a mi cubículo me vino a la mente si Juan resultaría atractivo a Susana y, lógicamente, la imagen de un “SÍ” parpadeando con luces de neón y Mayra Gómez Kemp anunciando a mi mujer que le había tocado a Juan como el premio más importante del concurso de su vida. Al mismo tiempo me vi a mí mismo en el público aplaudiendo de manera enrabietada. 

Definitivamente mi mente camina por veredas que mi razón no controla y acto seguido me pregunté por la diferencia entre mente y razón  una referencia de Kant acerca de que la razón es la mente abstracta circuló fugazmente como explicación. Tras eso respiré, me miré en uno de los cristales que hacen de pared de una sala de reuniones, puse los pies en el suelo tras verme y pensé de nuevo en la comida con Juan. Pero antes tenía que volver a sumar varias veces un dos y otro dos en busca del cinco imposible.

Mi jefe directo, al que le reporto -uso la palabra reportar como quien usa una espátula pringada de yeso para untar mantequilla, con cierto asco- y le explico una y otra vez la tozudez y persistencia del resultado de las sumas, es un personaje curioso. Me cae bien, el pobre no tiene culpa de que vivamos en un mundo donde las empresas son manejadas por individuos que creen que la realidad cambia simplemente por su deseo. Es el Director de Servicios y Control, aunque yo me refiero a él como el Director de A Su Servicio Sin Control. La expresión “A su servicio” había tenido connotaciones atractivas antes de conocer este departamento. Siempre me recordaba o bien a James Bond o n barco de la Royal Navy. Ambos estaban “Al servicio de su majestad”, y me sonaba como la más pura tradición inglesa, repleta de elegancia, trajes de tweed, carreras en Ascott, el té de las cinco y Sherlock Holmes. Todo eso se vino abajo cuando entré en esta compañía y en este departamento. Mi jefe era una mezcla de pelota, indigno, comisario político y llorica enfadica. Un conjunto que me provocaba lástima la mayor parte de las veces…en concreto todas en las que no me provocaba ganas de estrangularle con una cuerda de piano mientras reflexionaba si no sería esa mejor contribución del piano a la humanidad que “Para Elisa” de Beethoven.

Su formación era inferior a la mía pero por un curioso acontecer que se guarda entre los secretos mejor guardados de la empresa, él debía saber más que yo…de todo. Ese “debía” ha de entenderse desde un punto de vista de obligación, mi obligación “debe” ser asumir que él sabe más que yo. Entiendo que de succionar glandes de jefes era una habilidad en la que, claramente, me daba mil vueltas. Pero sumando al parecer no. En cualquier caso no admitía ni crítica a su trabajo ni opiniones distintas, así que para evitar pensar constantemente en la cuerda del piano, le daba la razón a partir del segundo minuto mientras le oía divagar sobre la importancia de que los números saliesen lo que la Alta Dirección necesitaba.

La Alta Dirección..., un grupo de comedores de croissant que se reunían a decirte que hicieras lo que ya habías hecho y, si algo no habías hecho, generalmente era una idea peregrina que se les había ocurrido en un empacho de café con ego. Mi jefe me llevó a un par de comités de la Alta Dirección y me pareció que era como estar entrando en una ceremonia secreta de una secta donde hablan con la mirada y están dispuestos a sacrificar un gallo y echar su sangre sobre mi cuerpo desnudo como forma de reconocerme digno ante ellos. Pero una vez que les oyes hablar se te pasa, te das cuenta de que son unos papanatas y que la dignidad, en realidad, tiene prohibida la entrada. Muy educados eso sí, pero he visto programas de Telecinco con mayor nivel intelectual. Me pidieron de buenas formas que tuviera éxito con la “suma mágica”, porque es esencial para la compañía y para las personas que vivimos dignamente gracias a ella y al esfuerzo de la Alta Dirección. Como vi que hablaban en serio adopté el mismo lenguaje, presioné el “off” del botón de “racionalidad digna” y me puse a asentir como un pajarito bebedor de esos que se ponen como adorno en algunos muebles.


martes, 11 de septiembre de 2018

Declaración del señor tonto ante un Juez...o Jueza, invisible


Señor Juez...o Jueza:

Me siento como un títere en un juego que no domino, cada vez más títere, cada vez más cansado. Se me juzga de antemano como monstruo y tonto, porque debería ser tonto para caer en el motivo de mi monstruosidad sabiendo de antemano que siempre soy cazado. Si sabiendo que se es cazado se vuelve a ello es típico de un tonto. Así que...o no fui yo o soy tonto.

Aunque, pensándolo, puede sean ambas cosas. Soy tonto pero no fui yo.

Señor Juez... o Jueza:

Esto no es un alegato, no es una justificación, ni siquiera una explicación. Es simplemente la constatación de que los juicios no sirven para nada si la sentencia está dictada de antemano. Puede haber mil pruebas en un sentido y una sola en contra que, si está todo escrito, de poco o nada valdrá la caterba de pruebas.

O puede que haya otras mentiras que nadie ha sospechado, que yo ni preveo, pero que podrían sorprenderme, puede que sea en otros barrios, en otros caminos, en otras lindes, donde se manejen juegos sucios o extraños, puede que haya otros intereses o puede que yo sea una marionenta.

Señor Juez...o Jueza:

Su condición sexual es algo que no debiera interferir en la sentencia, el caso es que ya no hay nada claro para mí. Yo dejé de estar claro para mí mismo hace unos días, y empiezo a ver borroso todo lo que rodea a este caso, a mi caso. Mi caso son circunstancias y personas, mi caso soy yo y lo que rodea a mi caso. Espero que no sea usted Juez y parte...o Jueza.

Falso

Simplemente...ayer fue, simplemente, falso.

domingo, 9 de septiembre de 2018

¡Largo!

Resultado de imagen de prohibida la entrada

Supongo que es normal...el mundo se cae y yo no sé recomponerlo. ¿Cómo se hace para dejar de odiarse a uno mismo?
Los carteles de agosto cayeron, las brumas del otoño pueden notarse en el ambiente, no se ven, pero ahí están, un otoño que siempre he deseado. Pero ya el año pasado el otoño no apareció así que todo podría ser ficticio, un año sin otoño es soportable, dos comenzaría a ser una tortura.
Los carteles de agosto cayeron y ayer caían chuzos de punta. Mi entendimiento es una alabanza al descuido y a lo destartalado de mi alma. Estoy desnudo salvo unas alpargatas de empapadas y a punto de descomponerse, un esparto que se deshace, una desnudez de vergüenza propia y ajena, mi alma no está depilada, no es coqueta, no la cuido. Da asco mirarme, soy el estiércol del alma. No sé cómo hacer para no pensarlo.
No me dejan entrar en los edenes de las palabras, no sé nada de un mundo del cual deseo saberlo todo, no sé los minutos o las horas o los días. Fuera, largo de aquí, la verja del paraíso está echada, piensa en la bicha deslizándose, duerme con su lengua bífida, pero largo de estas puertas.
Camino sin andar, como decía Triana, estoy fuera de sitio.
Largo.

Hoy




Hoy es un día de pensar. Supongo que algunas frases se dicen para hacer daño, o simplemente se dicen sin pensar, o simplemente se dicen. Algunas frases son duras y otras suaves, algunas son un tierno susurro, frescas como el olor a tierra mojada, otras son un azote como el sonido de un látigo cuando amenaza en el aire.

Hoy hace un mes de lo que hace un mes. Hoy me golpea una sensación de ser lo que no debo ser, de no entenderme y quizá ese no entenderme, no cuidarme, es el origen de todo.

Hoy hablaría horas y horas.

Hoy es el final del día, extraño, sin salir de casa, con el único interés de dormir y dormir. Pensando, quizá demasiado.

Hoy hace un mes que no entiendo los días o hace un mes que es más patente mi falta de Narciso en mi cabeza.

Hoy es hoy, soledad de los presentes, tozudez de la ausencia por dejarme pensando sin saber qué conclusiones se obtienen de la reflexión recurrente.

Hoy la espiral se vuelve recta para volver a curvarse.

Hoy...

sábado, 8 de septiembre de 2018

Roturas



Llueve en Madrid y me han desarbolado, una perspectiva de mi posible realidad me ha roto, llevo un par de horas pensando si todo es tan fácil como la ausencia de narcisismo desde un punto de vista consciente y moderado.

De repente me ponen delante de un espejo y me escupo. Sencillamente doy asco.

¿Será así de sencillo y de complejo?

De momento las roturas que han llegado están por recomponerse, y mis lágrimas afloran secas, próximas al pantano del horror.

Solamente puedo escuchar Portishead.

Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...

  Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...