sábado, 7 de julio de 2018

Seguimos con una idea de cuento


Lo lamento (parte 2...sigo pensándome lo de los nombres...)

El trayecto hacia la casa fue interrumpido con un par de conversaciones de los vecinos que, saboreando una cerveza, preguntaban sonriendo, con ánimo de quitar hierro al asunto, qué había pasado soltando alguna broma referida al calor que hacía y cómo Barbara lo atajaba de un chapuzón. Ella con gesto algo tenso mantuvo la calma justificando a Roscoe. Por otro lado Roscoe estaba a su lado, después de acompañar a sus amigos por el camino interior de embaldosado que conducía a la puerta que comunicaba con la calle mientras se disculpaba por cómo había terminado todo y que había sido sin querer que su madre acabara dentro de la piscina.

Poco antes de llegar a casa John estaba desempaquetando unas bandejas de churrascos y costillas al tiempo que conversaba sobre política con Monroe, otro de los vecinos. Monroe era lo más parecido a un playboy que tenían cerca. Bien parecido, apenas comenzaba a desarrollar una tripa de señor de 40 años pero conservaba un cuerpo atlético que lucía sin camiseta en cuanto había ocasión. Hablador, siempre tenía una opinión sobre cualquier tema, ya fuera música clásica –pese a ser un completo ignorante que confundía el barroco con el romanticismo- o deportes –el que fuera-, política o dialectos eslavos. John pensaba de él que era un poco pretencioso pero un buen vecino y simpático y, teniendo en cuenta lo que podían esperar no era mala elección la de tenerlo como amigo. Barbara por su parte creía que no soportarle, así se lo decía a John.
  • Monroe es un chulo, y tiene a Cinthia sometida a su voluntad, ¿has visto que parece que está a su servicio?
  • Exageras Barbara, yo los veo como un matrimonio feliz, lo que ocurre es que Monroe tiene mucha personalidad, pero no creo que la tenga sometida.

Realmente Barbara tenía sentimientos encontrados, últimamente tenía fantasías con Monroe en las cuales hacían el amor de manera violenta en la piscina, fantasías en las cuales Barbara se imaginaba sometida a él y eso conseguía excitarla sobremanera. Últimamente era desde hacía un par de años y cada vez que se había masturbado pensando en Monroe se sentía culpable, pero no entendía bien si debía sentirse así. Hace un tiempo al hacer el amor con John tuvo un orgasmo pensando que era con Monroe con quien estaba, aquella vez sí tenía claro que estuvo mal pensar en él…fue la última vez que hicieron el amor. Desde entonces John estaba cansado y ella discutía con los críos. Desde entonces la vida parecía haber encontrado el camino de salida y ella estaba montada en un vehículo que no se salía de la vereda. Desde entonces había pasado algo más de un año.
  • Pero Barbara, estás empapada, ¿qué ha pasado? –John no se alteró, no solía alterarse por casi nada.
  • Tu hijo me ha agarrado del cuello y acabé en la piscina.
  • Fue sin querer! –exclamó defendiéndose Roscoe- quería dar un beso a mamá y me resbalé…la cogí y...
  • Calla Roscoe, -interrumpió Barbara- estabas negociando quedarte más tiempo en la piscina, si no hubieras intentado estar más tiempo no habría pasado nada.
  • Bueno, no es para tanto –John sacó su carácter anestésico para aliviar cualquier situación- esto se resuelve cambiándote de ropa y, además, quería darte un beso.
  • Imaginaba que dirías eso –respondió Barbara-, tienes razón, no es importante. Vamos Roscoe, vamos a cambiarnos.

Monroe observaba la situación como un espectador en el cine comiendo palomitas. Su actitud, habitualmente petulante, había sido reemplazada por un silencio calculado y repleto de sentido del respeto. 
  • Voy a cambiarme. Roscoe y Sally vendrán ahora, yo no estoy ahora mismo con la cabeza para barbacoas, me duele algo y lo mismo me quedo en casa.
  • Vamos nena –replicó John- no le des importancia, seguro que el aire de la noche te viene bien.

Entonces intervino Monroe.
  • Claro Barbara, cámbiate y te esperamos en un rato, tómate un rato, relájate algo y luego preparamos una sangría para todos estos vecinos aburridos y sedientos. La cerveza no va ser suficiente. Cintia vendrá en media hora, cuento con vosotras.
  • Ya veré, no estoy de ánimo, pero bueno, no sé.


Barbara cogió a Roscoe de la mano, se quedó parada un momento, miró el cielo, la noche estaba empezando a arropar la tarde para taparla poco a poco en su manto de estrellas. Bajó la cabeza y soltando la mano de Roscoe se arrodillo frente a él, en cuclillas, miró los ojos de su hijo y le dio un beso en la mejilla.
  • Tiene razón papá, no pasa nada.

Luego le abrazó como si fuera el mayor abrazo de su vida e incorporándose de nuevo se dirigieron hacia la puerta de casa que daba a la zona ajardinada.

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