miércoles, 18 de julio de 2018

Tardes de treintaytantos grados




El gato del suburbio apareció, entre acordes grasientos mostrando sus colmillos amarillos ansiosos de sangre, el gato apareció y no pudiste correr. Te atrapó con una  palabra, diciéndote “ven conmigo, ven al amor del horror que temes”, Fuiste para allá mientras que el mundo caía en mil pedazos en cubos de purpurina que no podías entender, tanto color escupido a borbotones por el aire, llenando el espacio, llenando tu mente, llenando tu deseo de ser alguien. Y pasaron los días con varios mundos buscando ser tu amante en una melodía que jamás podríamos entender los que estábamos en ese patio de butacas esperando la mejor de las escenas entre bastidores. No pudimos verte llorando, ni siquiera sangrando tu amor.

El gato del suburbio danzó sobre el escenario, la mejor obra que habían escrito para él, nos pidió que nos sentáramos, “por favor, observad mis pies, bailando e intentando hipnotizar vuestro espíritu con el poco del alma que me queda”.

Entonces, en el sitio donde estábamos, algo surgió entre los asientos que ocupábamos, y el mundo estalló como si fuera un globo inflándose en la pirámide de cristal del Louvre. Vimos saltar por los aires a la Gioconda sin su risa, la risa se quedó abajo, en la tierra, todos nos mirábamos pensando que la risa era demasiado humana para elevarse y eso nos hizo albergar una briza otoñal de felicidad. Al final tuvimos un rescoldo de sonrisas, ese rescoldo que aparecía en el borde de cada página del libro que leemos cada día, envenenado por el frescor de la mañana o el amor de los labios que creímos nuestros.

Hoy, sin más ni menos, es el día diferente al de ayer siendo igual al de mañana…y mañana diremos lo mismo.

Dicen que soy un hombre de guerra y es lo más alejado que pueden decir de mí...soy el puto hombre del amor, y eso me hace alguien tan débil que mi día a día es el pasado del mañana y lloro cada página repleta de emoción. Hay tantas lágrimas en mis baldosas que podría haber convertido en océanos todos los desiertos.

Ya que no tengo voz para defenderme querría tener una cinta de casette para recordar de dónde vengo, y una foto de mi pasado en color.

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