martes, 5 de junio de 2018

Gari en el retiro obligado


Gari estaba sentado en el Café Florian, bajo las arcadas de la plaza de San Marcos, contemplando el pasado y el silencio de una ciudad crepuscular, casi mortecina, como el ánimo que le inundaba. La cercanía del Gran Canal le llevó a pensar en otras vistas, al mar, desde alguna balconada de Montecarlo. Todo el ambiente era tan otoñal que pese a ser mayo, daba la sensación de que solo podía esperar el invierno. O quizás esa era la sensación que le poseía. El recuerdo y la certeza de que un invierno se estaba apoderando de su corazón, el colapso de sus sentimientos, la daga que se abría paso entre todos sus deseos para apuñalar un amor que sería eterno.

No podía dejar de pensar en el pasado y en una imagen, relamer una y otra vez la memoria de Jana, sus conversaciones, sus idas y venidas, sus enfados...ahora solo le quedaban las palabras del adios y la crueldad con que el respeto por su marcha le laceraba el alma. Día tras día contemplaba el mismo café, la misma plaza, el mismo silencio, la misma tristeza.

Gari eligió Venecia para su retiro, no encontró nada más decadente y pensó que era el mejor traje para su espíritu que se iba volviendo taciturno. Fue solo y llevaba una semana deambulando entre el Florian, los jardines Papadopopoli, de canal en canal, comiendo en Poste Vecia o en algún otro local antiguo. Apenas sin apetito, dedicaba los paseos a pensar cómo podría aguantar sin escribir una sola carta, una sola frase, una única palabra para la duquesa. "Es su deseo" se decía, pero el dolor se le iba acumulando cada vez que al levantarse volvía a la recurrencia del tiovivo, un día más montado en la balandra que, vuelta tras vuelta, volvía a pasar por delante de un reflejo irreal de Jana, en una locura que le hacía imaginar que aparecía para besarle en cualquier esquina escondida de los canales. 

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