miércoles, 13 de junio de 2018

Miércoles solitareando




Dos pistoleros en el medio de una encrucijada se preguntaban si era el sonido de sus armas el que estruendaba cada segundo a su alrededor. Demasiado ruido para unas balas que aún estabán en el tambor de sus revólveres pensó uno, el otro por su parte no sabía que pensar, el momento de pensar se le pasó cuando Mary Jane le dijo que era el mejor hombre que había estado con ella en la cama. Este pistolero, ausente, era Gin Gin Cassidy, más conocido como Gin Gin Cassidy. Sus amigos le llamaban yimyim, su madre Jim y su padre James. Le gustaba tomarse combinados de destilado de enebro con quinina, de ahí el apodo. El apellido no era el real, lo sacó de una novela basada en personajes reales que atravesaban los Estados Unidos por rutas repletas de ácido lisérgico y versos.

La encrucijada de ambos pistoleros se había construido por el paso de los años, poco a poco los caminos que llevaban a Oz y a Creta se fueron acercando hasta cruzarse allí, en el medio de la ensenada que era bañada por el océano de las palabras de una duquesa ignota por ambos.

Todo esto ocurría al otro lado del universo paralelo que se edificaba cada día sobre la mente de Gari, no tenía remedio, no tenía sentido, no tenía más que un puñado de monedas mal acuñadas con las que intentaba pagar su café consciente de que sería incapaz de leer en su superficie, no tenía tinta en sus manos, no tenía postales que escribir, no tenía el amor entre sus versos porque le prohibieron escribirlos, no tenía el sonido acentuado de mil palabras usadas en el sur, no tenía telas para confeccionar el vestido con el que se viste una duquesa al amanecer, no tenía sus guitarras ni minutos para conciertos matutinos, no tenía troqueles para sus frases de metal.

Todo golpeaba su mente con el sentido de la nada o la nada como sentido. Echaba de menos una sombra y era imposible que apareciera la luna. Las sombras solo tienen sentido con luz, una sombra no existe sin luz, y sabía que la luz de la sombra era cegadora, tanto que ya no sabía cómo acercarse, tanta luz le pidió que se alejara. Y tampoco sabía cómo hacerlo.


Estruendar no existe, pero me gusta. Hay tantas cosas que me gustan sin que existan...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los asesinos de la inteligencia no llevan armas y son gente tranquila...

  Y cuando el mundo aparece resulta que tu amigo estaba durmiendo. Nadie quería despertarse con ese sonido. Pero a ti la música te martillea...