martes, 5 de febrero de 2019

Epigrameando




Del mismo talante que un diván rojo, así el mundo se devanaba los sesos intentando comprender algo, y así te devanabas tú en las formas de separarte sin ningún tipo de sentimiento.
Si rompes un amor, ¿qué parte de la mitad te quedas?
Los horrores del desamor no sé si son comparables a los horrores del amor.
El edificio de nuestra sonrisa se vio demolido por cimientos falsos. Pero yo construiría otro igual, eso sí, con mejores cimientos.
No tenía mucho sentido hablarte cuando te pusiste tapones, eran las seis y no hablabas.
Vi caer un trozo de tu cariño en una zanja, alguien le echó tierra y al cabo del tiempo había un coyote devorando con sus fauces todo lo que por allí crecía.
Hacer y construir son distintos, prueba con el amor.
La locura del arte se vuelve sensata con unos labios en tus oídos.
Déjame escuchar a Bill Evans, me trae recuerdos. El “déjame” no era literal.
Los personajes de cualquier cuento mío son la mezcla de un griego confuso seguidor de Pericles en Nueva York, una ensalada de caoba silvestre y lo anodino de mis reflexiones.
Hay días que pienso que no debería escribir, el resto de los días, simplemente, no pienso.
Sus abrazos la envolvían en el aroma de la confianza, lástima que no pudiera abrazarla cada instante. Sus palabras generaban una pasión sorda sin visos de tranquilidad. Hablaba demasiado.
Tenía jerseys con todas las letras menos las de la capital italiana.
Cuando se miraban a los ojos la arena se congelaba y no bajaba al sótano.
Lo que más le gustaba de ella es que sabía la diferencia entre un jersey y un pullover. La decepción fue cuando le habló del Hudson.
Una mujer descalza es alguien es quien puedes confiar siempre que no use las manos.
Su aroma desconocido era lo que más echaba de menos.

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