sábado, 31 de agosto de 2024

Los cielos que no quisiste mirar...

 

Los cielos ni son blancos ni azules, son básicamente el producto de nuestro imaginario poético creado a lo largo de miles de años. SI miras por el resquicio que te deja el espacio entre tu mente y lo que te han dicho día tras día, verás que no hay cielos blancos ni azules, solamente deseos. El cielo nos puede esperar pero no tendrá un único color, el cielo ya tiene pintores de brocha gorda y de pincel fino para decorarlo como se quiera decorar, ni tú ni yo vamos a elegir el tono de las paredes.

Pero ni el cielo es azul ni las cosas se arreglan solas, ni tus besos son de color carmesí. Lo fueron cuando te acercaste la primera vez, a la siguiente ya tenías calculado color del interés y posteriormente yo ya no sabía si era tu color o el que yo deseaba. Solamente te veía a ti, y tú veías otras cosas porque tu plan era distinto.

Los hombres y las mujeres somos distintos y no hay nadie –o sí- que pueda sostener que hay maldades o bondades en esta diferencia. Dicho esto, me harta que el rumor de las palabras repte por un fango odioso que genera odio que odia al que tienes enfrente porque odiando se vive mejor y, lógicamente, se odia mejor.

Altanería dicen algunos, prefiero un disco, me harta en mi altanería o en mi pedantería tanta estupidez, pero no puedo con ella.

Cuando nos escondimos bajo el manto que nos protegía de aquella tormenta de arena siempre me dijiste que me amabas, luego elegiste al domador de la verbena a la que nunca te quisiste acercar y yo elegí un bonito mono de Singapur que saltaba sin control entre las distintas bandejas de comida que nos ofrecían…el embajador siempre me odió por ello y, sin embargo, se enamoró de ti. Se acostó contigo y tú conseguiste una maravillosa estancia en Barbados al a que me  invitaste. Se puede decir que salí ganando…pero no es así, yo no buscaba verte en Barbados, yo solamente escribía versos para que te acostaras conmigo todos los días en un ático en Montecarlo. Viviendo una vida parasitaria de desayunos, aperitivos, vermut, comida, polvo de siesta, y noches snob allá donde fuéramos. Quería que tú y yo fuéramos el alma de cada fiesta de Mónaco, quería que sonrieras de manera cómplice cada vez que te besara en la mejilla. Y tú te fuiste a Barbados donde nadie sabía quién eras pero, sin embargo, estoy seguro que saldrías de allí con unos cuantos miles de admiradores.


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