lunes, 19 de marzo de 2012

Otra idea...


-          ¿Viste a esa, Luis?

La pregunta era de Gayo, así le llamaban todos sus amigos, y así lo escribían, con “y”, la i griega que empezaba a ser mirada de reojo por algunos académicos modernos.

-          Luis, tío, está buenísima, ¿no te molaría follártela?

-          Joder Gayo, tendrá cuarenta palos, ¿tanto te mola?

-          Pues sí, me pone mogollón pensar que me la follo. Seguro que es una madre que quiere follarse a uno veinteañero como yo.

-          Pues no sé,…yo a las madres las veo a todas iguales. Fíjate en cómo le quedan los pantalones, más que culo parece que tienen estaciones de metro con andenes. No como un culo de una de veinte, que son montañitas.

-          Sí tío, pero luego las de veinte no follan…seguro que una de cuarenta te enseñaría cosas acojonantes.

La mujer en cuestión era la vecina de Luis, Elena, una mujer de cuarenta años con vaqueros rectos. Rectos porque no había curvas, las sinusoides de los veinte se aletargaron en los treinta y tras tener tres hijos desaparecieron en sus cuarenta y un años recién cumplidos. Elena hacía tiempo que había dejado de preocuparse de su culo para calentar biberones, y apenas percibía que la miraban Luis y Gayo, de veintidós años cada uno. Y si se diera cuenta no podría pensar que era objeto sexual de uno de ellos.

Gayo era una mezcla de sensibilidad con vulgaridad de barrio. Había leído a Rimbaud, Poe y Valle-Inclán y se expresaba como William Burroughs sin saber quien era el beatnick en cuestión. Sus padres, los de Gayo, eran de Vicálvaro, arrabal madrileño de obreros, barrio conflictivo de esconder cromos y cuidar las bicis. Gayo había crecido allí y, más tarde, se mudó de la mano de los padres a la colonia San Chinarro gracias a la progresión de su padre en la industria de automoción, empezó como ingeniero de apoyo y terminó siendo director de la zona centro de España de una marca coreana. Y ahora vivían en un piso de 240 metros cuadrados con azotea, zona común, piscina, pádel y urbanización cerrada.

Luis era un vecino, compañero de instituto y luego de carrera en económicas, que vivía en el bloque cerrado de cien metros más abajo. Y ese día era de verano, ambos en la piscina observando la gente que por allí pasaba.

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