domingo, 13 de noviembre de 2016

Nineando

Mi concepto del trabajo y la satisfacción del mismo siembre ha ido en función del tiempo que me dejaba para llegar a casa a valorar si leer un libro, escuchar un disco o hacerme una buena paja. Estas tres actividades han sido lo que iba decidiendo si mi día a día carecía o no de sentido, si no tenía tiempo para ninguna de esas tres cosas había sido un mal día. Eso había sido así, sin más remedio, salvo los momentos en que tenía relaciones con mujeres. Cuando eso pasaba me solía importar un comino, o una mierda, el escuchar el último disco de Bowie, la última revelación del pop británico o la maravillosa novela inentendible que Julian Marías acababa de editar.
Y con esas premisas iba todos los días a trabajar, esperando el momento de salir. Deseando que no hubiera un marrón de última hora que me dejara postrado ante el ordenador hasta más allá de las ocho de la tarde. Dicho esto, no soy un trabajador que mire la hora. Lo que miro son los minutos que puedo tener de ocio. De hecho echaba horas como un auténtico galeote, con la sensación de que había cosas que o las hacía yo o mejor no esperar un resultado que me agradara. Esto, dicho así, es una tremenda declaración de soberbia…sí, lo es. Pero es que no veía otras formas de resolver ciertos asuntos de la rutina diaria.
Mi conciencia proletaria me hace ver el trabajo como un contrato en el que me dan pasta a cambio de mi esfuerzo, y me obligo a ser honrado en el intercambio. Así que no podía dejar cosas a medias si veía que era importante terminarlas. Eso y una atracción absoluta por la vagancia hacían que mis horas en el curro fueran a veces interminables. ¡Un momento!, alguien podrá preguntarse qué demonios tiene que ver la vagancia con echar horas. La respuesta siempre ha sido fácil, mis horas eran para automatizas al máximo mi trabajo, de tal forma que la próxima vez pudiera hacer lo que el jefe demandara en la décima parte del tiempo.
Error…cuando haces eso entonces el jefe te manda diez cosas más…y yo vuelvo a intentar automatizarlas, con lo cual es un camino sin remedio a la esclavitud. Así que la forma de saltárselo es comprar CDs para escuchar en casa, nuevas películas o nuevas fantasías sexuales. O la mejor alternativa, la grande, la maravillosa, tener novia. Pero esto no dependía de mí porque, si dependiera de mí, tendría como unas cuatrocientas novias, por aquello de no cansarme. O de no casarme, ¿alguno se ha dado cuenta de que entre estar cansado y estar casado solo hay una letra de diferencia?


Ahora con el embrollo en el que andaba necesitaba mucho tiempo, pero mi jefe quería que adaptara una aplicación de cálculo de disponibilidades a un nuevo entorno de uso…una mierda. Lo cual era fácil, pero requería tiempo…y yo solo pensaba en follar con Elena, estar con Silvia, escuchar Unbelieveble Truth (un grupo absolutamente desconocido británico) y volver a ver El Padrino por novena vez.

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