sábado, 1 de abril de 2017

Volviendo con Nino...



Pero el fin de semana siguiente a la salida con Silvia resulta que no me apetecía ir a comer a casa de mis padres. Había pasado la semana rumiando y esperando más mensajes de Silvia, pero no llegaron. Bueno, llegó uno, en respuesta a uno mío que mandé el miércoles cuando ya no podía aguantar más. Le puse “Te juro que no soy un replicante, pero ya no sé si lo del finde pasado es un recuerdo implantado”, a lo que respondió un lacónico “no, no lo es”. Esa simple respuesta por un lado me llenó de alegría al pensar que se acordaba de mí pero, inmediatamente, pasé a la sensación de que debía pensar que yo era un error, una línea de código sobrante en un programa vital. Así que me tiré todas las noches de la semana viendo películas y escuchando de forma sistemática Pink Floyd y Radiohead en un perfecto coctel de depresión existencial provocada por un desengaño amoroso.

Y Elena me llamó el sábado por la mañana. El viernes había ido yo solo a la filmoteca a lacerar un poco más mi ánimo, echaban un clásico del cine negro “Laura”, y allí me planté fui a ver una película de cine negro con la preciosa Gene Tierney invadiendo la pantalla.

Después de maravillarme una vez más con la película había quedado con Luis, un compañero de carrera que era otro loco de la música y nos fuimos por la zona de Malasaña para bebernos todos los bares y decidir si el brit pop era azotable por imitador de los clásicos británicos de los sesenta o de si Motown era más comercial que Stax.

Con Luis era imposible ligar, era como yo. Nos encanta charlar y charlar mientras que nuestras mentes se nublan por el alcohol y nuestras leguas se vuelven pastosas. Veíamos grupos de chicas y jamás hacíamos nada más que contemplarlas.  Nuestro bagaje de timidez tenía un peso de varias toneladas y, por otro lado, no sabríamos apenas qué decirlas sin caer en un baboseo digno de alguien que ha recibido un dardo anestesiante.

Así pasamos la noche hasta que el alba empezó a despuntar. Una vez en casa caí de bruces en la cama con la decisión de pasarme el día sin moverme de la misma. Fue Elena quien me despertó de mi letargo con el sonido del teléfono…me acordé de una canción de Tequila “ring, ring, todas las mañanas, ring ring ring me sacas de la cama”. Mierda, pensé, ¿quién será?

- Nino, ¿qué te parece si comes en mi casa?, estoy sola todo el día.

La perspectiva se planteó de lo más difícil, por un lado no tenía ganas ni de ducharme, vestirme y follar –esto es raro, pero cuando la resaca te golpea no te ves con fuerzas-, pero por otro rechazarlo me llevaba a pensar que podría ser tomado como un desprecio y mi chica de polvos indecentes podría descartarme para el futuro. Así que opté por una solución alternativa.

- ¿Qué te parece mejor si voy a eso de las cinco?, tengo que ir a hacer un par de recados para mis padres.

Lo de poner a los padres como excusa es perfecto para una chica. Casi siempre lo entienden. Si fuera un amigo habría sido distinto, me habría respondido que lo dejara para otro rato que tal o que cual. Pero Elena se mostró muy comprensiva.

- Ah, vale, sin problemas…a eso de las cinco entonces en mi casa. ¿Vale?

Así que de nuevo, tras una semana de silencio por parte de las dos chicas que manejaban mi mundo, aparecía una…precisamente la más mundana.

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