jueves, 16 de agosto de 2018

El encuentro Parte IA



Eran las 3 de la mañana cuando Phil decidió dar vueltas por el local oscuro, nadie quedaba, el local donde había tomado los tres últimos whiskys solos y a solas. El local se había vaciado hacía ya dos horas y Susan se fue hace una, desde entonces Phil solamente pudo estar sentado con una música que él mismo había seleccionado para la ocasión. “Una música es la mitad de un todo, donde el todo es ella”, se había dicho a sí mismo, no sabía si la frase era suya.

Susan apareció a las once de la noche, alta, unos cuatro centímetros más alta que Phil, esplendorosa en un vestido de tonos blancos…al menos así la recordaba Phil seis horas más tarde. El deseo por oler su fragancia y notar sus labios hablando y en los suyos habían embotado el cerebro de Phil. Apenas podía sentir nada cuando se vieron frente a frente después de tanto tiempo, apenas podía entender si quería huir y esconderse mientras que su corazón le golpeaba para coger su mano y su cabeza le decía que debía estar más quieto, casi como una estatua, el temor a que ella huyera al y la racionalidad de Phil envolvían un momento que debería corresponder más a las mariposas y que, sin embargo, había pasado a ser parte de un infierno de temores donde un Lucifer con la corona de la inseguridad y el cetro del rechazo reinaba sobre cada pensamiento de Phil.

El local, un sitio de jazz, del cual el dueño era amigo de Phil, había sido cuidadosamente elegido, Phil escogió la música que iba a sonar a partir de la hora en que Susan apareciera, eligió un disco de Sinatra inspirado en su relación con Ava Gardner, otro de Paul Desmond, otro de Monk para terminar con uno de Bill Evans. Cuatro discos eran alrededor de tres horas, en ese tiempo o Susan estaba a gusto o le había volcado sobre su cabeza la copa para enfriar una mente, la de Phil, que más que calenturienta estaba en algún lugar ignoto del planeta.

Susan llegó y Phil se dirigió rápidamente a ella, se quedaron mirando, sonrieron y se colocaron un extraño beso en la mejilla, sin saber si debían probar sus labios o si debían darse dos. Phil pensó “ya lo he hecho mal” y  Susan se comenzó a desenvolver cómodamente mientras Phil miraba todo alrededor, las paredes, los cuadros, los altavoces colgados en la pared marrón, la camisa del camarero, la barra con su cuero de color negro, las sillas con una extraña funda roja ribeteada de blanco en las esquinas, el suelo azabache…apenas miraba a Susan, el temor a que fuera sorprendido en una mirada furtiva deslizando un atisbo del deseo que estaba conteniendo le llevaba a tener la mirada desviada y, al mismo tiempo, saltar de conversación en conversación sin dejar de hablar. El efecto era desastroso, no acababa de centrar la conversación y cuando quería tranquilizar a Susan, ésta ya mostraba síntomas de nerviosismo y querer estar en otro lugar. Ella se frotaba las manos como si estuviera pensando en como irse sin tener que pasar por el trance de la cara de tristeza de Phil.

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