lunes, 15 de octubre de 2018

Chascar los dedos (completo sin terminar)


Chascar los dedos

Cuando llegué al trabajo ayer por la mañana no pensé que veinticuatro horas más tarde una parte de mi forma de entender el mundo estuviera levantada, como esas aceras en las que las raíces de los árboles logran un terreno desigual, con baldosas que se salen de su lugar. Un parte de mi alma parecía cerrada a mis sentimientos, en fase de demolición. Mis emociones no entendían lo que sentía o viceversa.

Los sentimientos suelen comunicarse con las emociones a través de una carretera de ida y vuelta, a veces es como una autopista, siendo unos reflejos de los otros y otras veces parece un camino pedregoso, entonces los parecidos son menores. Unas veces la emoción inconsciente te genera un sentimiento, otras veces el amor se traduce en una emoción de enfado, porque esperaba algo y llegó lo contrario o, sencillamente, no llegó.

Mi trabajo es de financiero, miro cuentas una y otra vez intentando que sumen lo que dicen mis jefes. El caso es que, por más que lo intento, las reglas aritméticas no cambian de un día para otro y dos más dos siempre suman cuatro. Mis jefes, unos individuos cuyo sentido del humor consiste en reírse de whatsapp soeces o en considerar digno de risa cualquier medida del gobierno que les resulte estúpida, insisten en que las cuentas sean el nuevo truco de magia del gran Tamariz, y suelen estar insatisfechos cuando les digo la verdad. Estos jefes de hoy en día, directivos de grandes corporaciones -¿quién se inventó eso de grandes corporaciones?, suena a broma-  son individuos oscuros, pero al mismo tiempo resultan patéticos. Es como si Darth Vader vistiera de lagarterana, te daría miedo porque te ventilaba en chascar de dedos, pero fuera del horario de trabajo de la Estrella de la Muerte, tomándote una bebida en la cantina de Tattoine, pasaras el rato bromeando y riéndote de él.

Hay veces que me imagino que las reuniones con mis jefes podrían ser una conversación donde el absurdo reinase en la misma aunque, pensándolo bien, más o menos lo son.
  • Pues he vuelto a hacer la suma, después de repetirla unas mil doscientas veces, y vuelve a salir cuatro.
  • Ernesto, con esta actitud no vas a afianzarte en esta compañía.
  • Ya, le entiendo, pero no acabo de ver que mi actitud sea el problema, creo que sería más fácil si la humanidad cambiase las reglas de la suma. ¿Lo ve factible?
  • No entiendo tu empeño en que dos más dos sean cuatro.
  • Pero si yo no me empeño, le aseguro que mi actitud es la de un sumiso absoluto. Mi dignidad la perdí el día que me puse corbata por primera vez. Desde entonces sólo vivo para cumplir sus deseos, un perro fiel a mi lado es el mismísimo Judas. Resumiendo, mi actitud es la de ser y hacer lo que desee.
  • ¿Entonces? Cuéntame entonces por qué siguen saliendo cuatro.
  • Porque los sumandos son un dos en este mano –agito la mano cual bobo- y un dos en esta otra. Claro que si sumamos un uno más…
  • ¿Qué?
  • Pues entonces tendría la solución, saldría cinco.
  • ¿En serio?
  • Totalmente.
  • Maldita sea…el caso es que no tenemos ese uno.
  • Entonces sale cuatro.
  • Vuelve a calcularlo, en una semana ten rehecha la suma.
  • Por supuesto, me pongo a ello.
Y así me paso semana tras semana, lo cual hace que el trabajo sea sencillo pues lo repito constantemente, pero también frustrante. El día que encuentre el “uno” que les falta será todo más sencillo.

Ayer por la mañana entré en el edificio de oficinas donde desarrollo mis sumas pensando en un disco de Portishead, lo llevaba puesto en el iphone y Silence me golpeaba. “¿Por qué empieza con un tipo hablando en portugués?” pensaba, y en el ascensor coincidí con Juan, el gracioso del curro. 

Juan tiene poco más de cuarenta años, atractivo, ingenioso, alto, con un chocar de manos vigoroso y con la apariencia del triunfador nato. Casado con tres hijos, siempre de traje impoluto de lunes a jueves y los viernes con vaqueros, informal, dispuesto a tomarse el aperitivo de los viernes con todos nosotros y, por qué no, flirtear con alguna de las compañeras.
  • Hola tío –yo soy así, hablo así a los que no son jefes y Juan no era más que yo y además le había visto borracho.
  • Hola, buff…martes y quedan 3 días para terminar la semana.
  • Cuatro con hoy –yo y mi obsesión por el cuatro.
  • Bueno sí… ¿tienes mucho lío?
  • El habitual, sumar, restar y alguna reunión para demostrar que sé sumar con decimales.
  • ¿Comemos juntos?
Juan y yo nos llevábamos bien, algunas veces coincidíamos en la comida, pero jamás habíamos comido solos los dos. La pregunta contenía el peso de la confianza no negociada y por otra parte el lado amistoso de alguien que parece que quiere tener más lazos conmigo. No me pareció mal y, además, hoy toda la gente con la que comía andaba liada entre viajes, ausencias y otros líos. Así que se me ocurrió que podía ser buen plan.
  • Ah, vale, bien. ¿A qué hora?, ¿una y media? ¿Dos?
  • Una y media, así nos tomamos antes una cerveza.

Así que mi plan de comida ya estaba claro, Juan y yo, el tío que tenía loca a media oficina, el atractivo hombre de mediana edad y yo comeríamos juntos.
Y yo…quién era yo. Seguramente el lector tendrá ahora una ligera curiosidad por saber si yo tengo novia, pareja, soy un lobo solitario o un pedazo de carne con ojos –esta expresión era de mi padre, y me sigue pareciendo lo más despreciativo que he oído-. Pues bien, yo, Ernesto, titulado en ciencias empresariales, máster MBA, tonto y con novia. Vivo con mi novia, desde hace cuatro años, ella quiere casarse y yo quiero cambiar la cocina, ella quiere un anillo y yo también pero el de Frodo, ella es guapísima y yo soy vulgar, ella camina sobre la playa cuando vamos de veraneo como una auténtica diosa y yo me deslizo cual babosa recién llegada a este mundo. Ella me quiere y no sé por qué. Yo creo que es muy extraño que ella esté conmigo…toda esta ligera descripción de mi relación de pareja, recorre mi cabeza de manera recurrente y ayer pensé de nuevo en ella antes de la comida, de hecho en el trayecto del ascensor a mi cubículo me vino a la mente si Juan resultaría atractivo a Susana y, lógicamente, la imagen de un “SÍ” parpadeando con luces de neón y Mayra Gómez Kemp anunciando a mi mujer que le había tocado a Juan como el premio más importante del concurso de su vida. Al mismo tiempo me vi a mí mismo en el público aplaudiendo de manera enrabietada. 

Definitivamente mi mente camina por veredas que mi razón no controla y acto seguido me pregunté por la diferencia entre mente y razón  una referencia de Kant acerca de que la razón es la mente abstracta circuló fugazmente como explicación. Tras eso respiré, me miré en uno de los cristales que hacen de pared de una sala de reuniones, puse los pies en el suelo tras verme y pensé de nuevo en la comida con Juan. Pero antes tenía que volver a sumar varias veces un dos y otro dos en busca del cinco imposible.

Mi jefe directo, al que le reporto -uso la palabra reportar como quien usa una espátula pringada de yeso para untar mantequilla, con cierto asco- y le explico una y otra vez la tozudez y persistencia del resultado de las sumas, es un personaje curioso. Me cae bien, el pobre no tiene culpa de que vivamos en un mundo donde las empresas son manejadas por individuos que creen que la realidad cambia simplemente por su deseo. Es el Director de Servicios y Control, aunque yo me refiero a él como el Director de A Su Servicio Sin Control. La expresión “A su servicio” había tenido connotaciones atractivas antes de conocer este departamento. Siempre me recordaba o bien a James Bond o a un barco de la Royal Navy. Ambos estaban “Al servicio de su majestad”, y me sonaba como la más pura tradición inglesa, repleta de elegancia, trajes de tweed, carreras en Ascott, el té de las cinco y Sherlock Holmes. Todo eso se vino abajo cuando entré en esta compañía y en este departamento. Mi jefe era una mezcla de pelota, indigno, comisario político y llorica enfadica. Un conjunto que me provocaba lástima la mayor parte de las veces…en concreto todas en las que no me provocaba ganas de estrangularle con una cuerda de piano mientras reflexionaba si no sería esa la mejor contribución del piano a la humanidad, mucho mejor que “Para Elisa” de Beethoven.

Su formación era inferior a la mía pero, por un curioso acontecer que se guarda entre los secretos mejor guardados de la empresa, él debía saber más que yo…de todo. Ese “debía” ha de entenderse desde un punto de vista de obligación, mi obligación “debe” ser asumir que él sabe más que yo. Entiendo que succionar glandes de jefes era una habilidad en la que, claramente, me daba mil vueltas. Pero sumando al parecer no. En cualquier caso no admitía ni crítica a su trabajo ni opiniones distintas, así que para evitar pensar constantemente en la cuerda del piano, le daba la razón a partir del segundo minuto, mientras le oía divagar sobre la importancia de que los números fuesen lo que la Alta Dirección necesitaba.

La Alta Dirección..., un grupo de comedores de croissant que se reunían a decirte que hicieras lo que ya habías hecho, y si había algo que no habías hecho generalmente era una idea peregrina que se les había ocurrido en un empacho de café con ego. Mi jefe me llevó a un par de reuniones de la Alta Dirección y me pareció que era como estar entrando en una ceremonia secreta de una secta donde hablan con la mirada y están dispuestos a sacrificar un gallo y echar su sangre sobre mi cuerpo desnudo como forma de reconocerme digno ante ellos. Pero una vez que les oyes hablar se te pasa, te das cuenta de que son unos papanatas y que la dignidad, en realidad, tiene prohibida la entrada. Muy educados eso sí, pero he visto programas de Telecinco con mayor nivel intelectual. Me pidieron de buenas formas que tuviera éxito con la “suma mágica”, porque es esencial para la compañía y para las personas que vivimos dignamente gracias a ella y al esfuerzo de la Alta Dirección. Como vi que hablaban en serio adopté el mismo lenguaje, presioné el “off” del botón de “racionalidad digna” y me puse a asentir como un pajarito bebedor de esos que se ponen como adorno en algunos muebles.

Pero estos pensamientos no tenían que ver con lo excepcional de la jornada, excepcionalidad que yo no alcanzaba a vislumbrar y que posiblemente haga que el lector esté en ascuas respecto a ese tremebundo suceso que anuncié se presentaría más adelante. Bueno, yo soy así, un poco grandilocuente a la hora de contar las cosas. Conseguir una reserva en el restaurante de moda lo puedo presentar como si fuese algo parecido al primer viaje a la luna o al nacimiento de un hijo. Pero es la presentación el problema, la expectación que creo antes de contar el hecho en sí. No valoro muchas veces que mi percepción no es la misma que la de la gente que me rodea. Comprar un disco de Bill Evans puede parecerme algo grandioso pero, seamos serios, eso a la gente normal le parece algo irrelevante. También es cierto que a mí me parecen irrelevantes los demás, en su conjunto, así que aparentemente la balanza está equilibrada.

Así que para no generar más intriga empezaré por el final de la comida que tuve con Juan, a los postres y después de conversaciones de trabajo más o menos banales Juan me dijo dos cosas, ambas impactantes por separado pero que al juntarlas producían un combinado similar a la nitroglicerina en el alma. 
- Ernesto, quería comentarte un par de cosas y espero que seamos razonables una vez que las sepas.

Con ese comienzo debería haberle dicho que me acababan de llamar de la Casa Real para ofrecerme la presidencia de gobierno o que al Real Madrid me había elegido nuevo técnico o, mejor aún, ambas cosas, iba a ser presidente-entrenador y, por tanto, tenía que ausentarme. Pero me arriesgué y seguí sentado.

- Pues tú me dirás Juan.
- ¿Te acuerdas de la fiesta de Navidad?, me presentaste a Susana, tu mujer.
- Sí...
- Bueno, nos hemos estado acostando desde entonces, unas cuatro o cinco veces.

En ese instante pasó un tren, el restaurante está cerca de unas vías de Cercanías, pude oir el tren, creo que hasta pude aprecias las conversaciones de la gente dentro de los vagones, mi mente comenzó un trayecto extraño donde no tenía claro el norte y el sur pero con un Oeste y Este claro, por un lado no había sol, por el otro había brasas. Susana se estaba acostando con Juan lo cual me convierte en el tipo que no se entera de nada. Lo de cornudo me da más igual, es una palabra ofensiva cuando lo que cuenta en estas cosas no es tanto el engaño como el futuro. El engaño pertenece al pasado, y tu vida se juega con el futuro. ¿Qué iba a pasar?

- No me jodas Juan, no me jodas.
- Ya, Ernesto, tenía que habértelo dicho antes...
- No joder, no tenías que haberlo dicho antes, la cuestión es si me lo tenías que haber dicho ahora.
- ¿Cómo?

Mi hilo de racionalidad era complicado, en general, de entender en el día a día, digamos que soy algo complejo en las conclusiones y construcción argumental. Tengo razones y reflexiones que no son al uso, y este era un ejemplo más.

- A ver Juan, el asunto es, ¿esto supone que Susana me deja? o ¿esto se ha acabado y no vais a volver a hacerlo? o ¿está Susana enamorada de ti? o ¿lo estás tú de ella?

- Ya...bueno esas preguntas enganchan con lo otro que te quería decir.
- Joder es verdad, que son dos cosas, pues la primera ya es complicada de superar.
- Estoy enamorado de ti Ernesto.

En ese instante un segundo tren pasó por la estación Victoria, en Londres, puede oirlo perfectamente, y a la gente andando y susurrando palabras en la lengua de Dickens, hasta los veía, cerrando los ojos los veía, vi el tren, la gente, pitillos en el suelo pisoteados, una carreta del siglo XIX con un tipo vestido de época llevándola, un vikingo, dos cebras, el manifiesto comunista siendo escrito por Engels y podía oir la pluma deslizando por el papel. Mi mente no entendía nada. Bajé a la realidad y un infierno me esperaba tras las palabras que escuchaba.

- Pero...¿qué cojones dices? ¿estás enamorado de mí y te acuestas con mi pareja?, pero...¿eres gay?
- Creo que sí.

Yo sé que a veces empleo una lógica difusa...muy difusa. Pero las palabras de Juan obedecían más bien a una lógica imposible. No sabía si era gay pero se acuesta con mi pareja que es mujer y que lleva dos semanas a vueltas con lo de casarnos. Y habíamos comido con agua así que el alcohol no podía ser. Llamé a camarero y pedí un whisky solo.

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