viernes, 5 de octubre de 2018

Slow hands


Este comienzo de mes ha traído el desconcierto, el desánimo, y este blog debe permanecer como espectador inane. Manos lentas que no aparecen y se suceden en teclados o en virtualidades sonoras con un pincel de trazo gordo para esbozar la realidad de un brochazo, sin colores pastel.

Manos lentas que entornan puertas para permanecer al otro lado observando desde el resquicio que queda entre el junco y el borde, mirando como la luz atraviesa esa columna que conecta con el otro lado.

Conciertos cerrados al parecer para el próximo diciembre, ensayos que desaparecen y botellas encima de una mininevera desde un sofá con su propio universo construido y deshecho una y otra vez en una paradoja nietzscheniana. Manos lentas que avanzan hacia la puerta para notar como el resbalón te resbala y las bisagras aparecen congeladas.

Mundos con colores que alguien trajo desde la perplejidad de quien no entiende el nudo temporal de las emociones y para el que siempre hay que guardar un sitio en la mesa, un cubierto de comensal vespertino para el té de las cinco, sin platos y con tazas repletas de cerveza del centro de Europa. Manos lentas que empujan a uno y a otro lado la puerta preguntando si hay alguien más en umbral, si los sonidos son de pies descalzos que no quieren hacer ruido sentándose apoyando la espalda sobre el marco de un billete alemán.

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