miércoles, 22 de mayo de 2019

No lo veo...


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En realidad, ella no quería herirle, solamente olvidarle. Pero no encontraba otra forma de que su pensamiento llegara al olvido más que transitar previamente por el odio. No veía otra forma por más que se empeñara en soluciones distintas. Seguir mirándole era seguir amándole y no estaba dispuesta a amar sin más, no estaba dispuesta a verter miles de lágrimas nocturnas simplemente porque no pudiera poseerle, no soportaba la idea de no pasear de su mano por el Jardín des Halles a la hora en que la tenue luz diurna del otoño se vuelve tan tímida que prefiere esconderse para dejar paso a las farolas del parque.

Y entonces fue cuando le dijo la verdad, ella no era rusa, era austriaca, y eso le desconsoló. En un primer momento le dejó pensativo, valorando el peso e importancia de la revelación, el cómo había sido posible vivir tan engañado, pensando en su rusianidad, considerando si esa circunstancia era más o menos importante que el sabor de sus besos. Litigando internamente si permanecer con su pensamiento atado a su imagen como una barca que se balancea por el vaivén de las olas en un embarcadero sin perderse en el mar gracias a las amarras, o si comenzar a odiarla. La sensación, inevitablemente, era de dolor y no tenía claro cómo afrontarla.

Ella le miraba a los ojos mientras él desviaba su vista, girando la cabeza hacia un lado u otro esquivando su cara, con la mirada puesta en un edificio de fachada amarilla, al otro lado de la Place du Tertre, sin saber muy bien qué decir. Masticando el dolor de sus palabras. Si no era rusa y, más aún, si era austriaca, ¿tendría que odiarla y borrarla de su pensamiento?

La realidad es que ella no era rusa, pero era bielorrusa, por tanto lo dicho era una media verdad o una media mentira, según se quisiera ver. Pero era la única forma que tenía de alejarle, de que él comenzara a odiarle, que se rebelase contra ella, que estallara de furia y convirtiera aquella tarde en un infierno, vomitando insultos contra ella, tachándola de ruin y describiéndola como la representación de la vileza. Eso le permitiría a ella odiarle con el motivo que da el sentirse ultrajado de manera violenta y excesiva.

Pero no…él solo se quedó mirándola y únicamente dijo que tenía que pensar. Tras ello se levantó, y comenzó a andar.

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