jueves, 20 de agosto de 2020

Exploraciones


Hace siglos que no escribo…así he empezado muchas entradas. Los motivos, varios, ausencia de motivación, ausencia de creatividad, ausencia de mí mismo, ausencia de ella, de aquel, del momento, del tiempo, del color de la mañana o de la oscuridad de la noche, de tormentas, de días soleados…ausencias de todo lo que puede provocar que una pantalla en blanco vaya completándose con grafía. Pero básicamente es eso, ausencia. El motivo de no escribir es la ausencia.

La falta, la escasez, el desierto sin arena o el infierno sin arder, ausencias de miles de tonalidades y matices, sin música ni alegrías ni tristezas.

Creo que el mejor momento para escribir es después de tener sexo, pero no lo he experimentado nunca y comienza a resultar otra de esas fantasías, como la de dar un concierto para más de mil personas o conceder una entrevista literaria, que parecen imposibles. Escribir o componer después de follar, suena maravillosamente bien, pero no parece se entienda el momento de levantarte para engarzar sílabas. Ausencias, ausencia del mundo deseado, ausencia del mundo interior, ausencias varias que se suplen a base de masturbaciones oníricas que no permiten que fluyan las palabras puesto que lo que fluye es un semen que pasa de vital a circunstancial en una historia que alguien escribió bajo la influencia del ácido lisérgico que nunca tomó.

Escribir ahora sin que nadie te lea te permite hablar de masturbaciones o de paseos soltarios bajo la luz de la luna, te permite agasajar a Cioran a Celine o a cualquier escritor que empiece por “c”, te permite pensar en ninfas o en un universo donde varias mujeres agasajen la belleza de tus palabras y varios hombres disfruten de tu piña colada. Te permite ser tan estúpido como lo eras antes pero además puedes demostrarlo sin tener que justificar que no sabes ni escribir, ni componer ni tienes criterio para elegir un sombrero porque el último se lo regalaste a alguien que estaba loca por John Ford y ni siquiera tenias su teléfono, ni ella el del cineasta. Te permite inventar historias que se tomen por reales o contar realidades como si fueran falsas. Te permiten navegar por las paredes de una montaña vertical mientras un reloj se muestra con aristas porque odia a Picasso. Te permite hablar del cine sueco y pensar que un verano con Mónica es una pesadez sin chispa y que La Piscina es una obra maestra del sexo de las miradas.

Y todo esto con las Exploraciones del trío de Bill Evans y con las melodías que nos llevan a los parajes que nos prepara entre tema y tema sin una gota de sudor hasta que te pones a escucharlos, y empiezas a empaparte según discurres entre acordes y hamacas esperando que la brisa seque esas gotas que deslizan por tu cara, y una chica maravillosa aparece que te trae un gin tonic, una bebida preparada con lascivia y que previamente ella ha bebido para compartirla en este régimen estival imposible de enfocar pues no hay una sola luz que resulte agradable con tanto foco derretido por el sol.

Y todo esto debería ponerlo en otro blog, pero lo tengo cerrado, aunque para el caso que a este se le hace lo mismo da...lo copiaré tal cual en un blog que comienza a oler a humedad.

Todo es el sueño de alguien que no sabe nada pero se cree saber, al menos, una cosa ¡Maldito petulante vanidoso!

 

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