sábado, 16 de agosto de 2025

 

Más verano

Verano. Estío clásico, apenas sonidos en una noche con jazz en mis oídos, el exterior apenas existe y me da por echar a volar un poco la imaginación. Si acaso tengo de de eso, me da por pensar en que he vuelto a coger el Gran Gatsby y me vuelvo a quedar embelesado en la belleza que desarrolla deslizando por la narración el gran Scott Fitzgerald.

Verano, y aún no he empezado mi habitual trilogía de la caballería. La tengo pendiente, esas tres maravillosas películas donde John Ford nos apabulla con su visión de lo que fue el oeste allá por el final del siglo XIX y las guerras indias. Quiero volver a verlas pero, claro, se me acumulan las pelis pendientes. Entre las antiguas que quiero repetir, las antiguas que no he visto y las nuevas…más las series. Así no hay manera de estar relajado en lo que a cinematografía se refiere.

Por otro lado acometo comics pendientes, me sumerjo en el universo oscuro del Batman más oscuro y me dejo por el camino las risas que siempre me proporciona Astérix. Eso y algo de Neil Gaiman que también tengo por leer. Más deberes que un verano pretende dejar en equilibrio y que me parece que va a dejar con más tareas por delante por no dar a basto.

En literatura, aparte de Scott, tengo un par de libros por leer. Y en cuanto a musica, hoy creo que es tiempo de jazz pese a que hasta hace unos minutos llevaba todo el rato con música de Laurel Canyon. Pero me parece que el jazz puede acompasar perfectamente con la languidez del verano Es un tiempo de cielos nocturnos donde intentar averiguar si las estrellas están contemplándote mientras cuentas a nadie que son casi las mismas que te contó una chica en otra noche estrellada inexistente.

Contar estrellas es como contar cuentos inconclusos, nunca sabes dónde parar y siempre tienes algo más que relatar. Otra estrella en una noche de agosto es como una nueva esquina que un personaje dobla sin saber hacia dónde irá su historia. Todos tenemos una historia que contar, y el que no la tiene es que no ha sentido el temblor de la emoción de unos labios, unos dedos o un sonido que le lleva a otro mundo distinto, a veces más excitante, a veces un infierno más…pero siempre distinto.

Tengo la manía de pensar en Caravaggio cuando me viene la palabra infierno y está de,  alguna manera, relacionada con la creación. Caravaggio fue pendenciero y un artista de tomo y lomo, creo que hay, ha habido, muchos así. Chet Baker, Jim Morrison, Rimbaud… Rimbaud, menudo tipo, hace mucho que no leo nada suyo, con lo sencillo que puede ser caminar por su poesía. Pero no lo leo por olvido, llevo tiempo olvidando la poesía, la de otros y mis vanos intentos de darle al verso sin talento. Creo que esto tiene fácil remedio, pero hay que ponerse…como con todo.

No sé si el verano es época de reflexión, a mí me cuadra más el invierno para eso, pero el invierno tiene menos tiempo libre, entre celebraciones, trabajo y horas de luz parece que no hay mucho tiempo para pensar. Aunque para mí el que haya menos horas de luz me permite, sin embargo, darle más vueltas a todo. No sé, quizás sí, en exceso. Cuando has pasado 10.000 veces por la recta de salida quizás es que es momento de cambiar de circuito.

Es el tercer escrito de la serie que he comenzado estos días y veo que estoy bastante yermo a la hora de inventiva. No tengo relatos, poemas, canciones, temas, reflexiones que aportar. Simplemente hablo de mi actitud ante el verano y no acaba de convencerme lo que escribo. Esto es un poco desolador, creo que debería buscar por los rincones para ver, si como dice Serrat, aparecer alguna musa que venga a guiar mis palabras porque tal y como está la inspiración estas frases parecen más dignas de una tertulia estúpida mañanera que otra cosa.

Dicho lo cual, por darle vueltas a algo, el Levante, en concreto la costa levantina, es un auténtico desastre -posiblemente el resto de la costa española sea igual-. Construcciones desordenadas, sin sentido, el caos del cemento con urbanizaciones imposibles y edificios esquizofrénicos, centros comerciales de media planta con minigolf, burger y circuito de karts al lado de un banco, una farmacia y un restaurante italiano. Y todo ello aderezado con carteles en inglés, ni uno en castellano, ni en valenciano. La costa española está alquilada a los guiris europeos y los españoles aparecemos por aquí casi en silencio, de manera sigilosa no vaya a ser que se nos note que somos de las Alpujarras y el acento no sugiera ni el alemán ni el inglés. Este dislate de costa lo hemos generado porque nos viene bien, nos da pasta, viene bien para las arcas y mal para el entorno, y al españolito…que se apañe. Total, llévanos apañándonos años.

Pero oye, ni tan mal. Que si te vas a Portugal hay zonas parecidas. Y tampoco es tan desagradable, total el inglés viene bien para sentirte ciudadano del mundo y, además, es una forma de agradar a la pérfida Albión, de que se sigan sintiendo el British Empire, por aquello de seguir campando a sus anchas por el Mediterráneo, que hace tiempo que es más territorio de las sexta flota yankee que de la armada británica y los barcos de su majestad.

Y así voy pasando un sábado de agosto, sin mirar mucho las noticias, que seguro que el lunes vienen con algo más de suculencia -¿seguirá habiendo serpientes de verano?-, y desde el apacible territorio de la piel de toro seguimos pensando en que ser el ombligo del mundo es perfecto, porque así criticamos lo de fuera y nos erigimos en jueces supremos de lo de dentro. A mí esto me aburre, me genera sopor y cierta distancia en forma de desprecio, un desprecio vestido con un atuendo más que evidente de mal rollo. Me parece muy poco elegante estar todo el día con la superioridad moral…donde esté la superioridad artística que se quiten los chulos de barrio.

Y creo que ya es hora de dormir.

 

Orihuela 2 de agosto 2025

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