Más verano
Verano. Estío
clásico, apenas sonidos en una noche con jazz en mis oídos, el exterior apenas
existe y me da por echar a volar un poco la imaginación. Si acaso tengo de de
eso, me da por pensar en que he vuelto a coger el Gran Gatsby y me vuelvo a
quedar embelesado en la belleza que desarrolla deslizando por la narración el
gran Scott Fitzgerald.
Verano, y aún
no he empezado mi habitual trilogía de la caballería. La tengo pendiente, esas
tres maravillosas películas donde John Ford nos apabulla con su visión de lo
que fue el oeste allá por el final del siglo XIX y las guerras indias. Quiero
volver a verlas pero, claro, se me acumulan las pelis pendientes. Entre las
antiguas que quiero repetir, las antiguas que no he visto y las nuevas…más las
series. Así no hay manera de estar relajado en lo que a cinematografía se
refiere.
Por otro lado
acometo comics pendientes, me sumerjo en el universo oscuro del Batman más
oscuro y me dejo por el camino las risas que siempre me proporciona Astérix.
Eso y algo de Neil Gaiman que también tengo por leer. Más deberes que un verano
pretende dejar en equilibrio y que me parece que va a dejar con más tareas por
delante por no dar a basto.
En literatura,
aparte de Scott, tengo un par de libros por leer. Y en cuanto a musica, hoy
creo que es tiempo de jazz pese a que hasta hace unos minutos llevaba todo el
rato con música de Laurel Canyon. Pero me parece que el jazz puede acompasar
perfectamente con la languidez del verano Es un tiempo de cielos nocturnos
donde intentar averiguar si las estrellas están contemplándote mientras cuentas
a nadie que son casi las mismas que te contó una chica en otra noche estrellada
inexistente.
Contar
estrellas es como contar cuentos inconclusos, nunca sabes dónde parar y siempre
tienes algo más que relatar. Otra estrella en una noche de agosto es como una
nueva esquina que un personaje dobla sin saber hacia dónde irá su historia.
Todos tenemos una historia que contar, y el que no la tiene es que no ha
sentido el temblor de la emoción de unos labios, unos dedos o un sonido que le
lleva a otro mundo distinto, a veces más excitante, a veces un infierno
más…pero siempre distinto.
Tengo la manía
de pensar en Caravaggio cuando me viene la palabra infierno y está de, alguna manera, relacionada con la creación.
Caravaggio fue pendenciero y un artista de tomo y lomo, creo que hay, ha
habido, muchos así. Chet Baker, Jim Morrison, Rimbaud… Rimbaud, menudo tipo,
hace mucho que no leo nada suyo, con lo sencillo que puede ser caminar por su
poesía. Pero no lo leo por olvido, llevo tiempo olvidando la poesía, la de
otros y mis vanos intentos de darle al verso sin talento. Creo que esto tiene
fácil remedio, pero hay que ponerse…como con todo.
No sé si el
verano es época de reflexión, a mí me cuadra más el invierno para eso, pero el
invierno tiene menos tiempo libre, entre celebraciones, trabajo y horas de luz
parece que no hay mucho tiempo para pensar. Aunque para mí el que haya menos
horas de luz me permite, sin embargo, darle más vueltas a todo. No sé, quizás
sí, en exceso. Cuando has pasado 10.000 veces por la recta de salida quizás es
que es momento de cambiar de circuito.
Es el tercer
escrito de la serie que he comenzado estos días y veo que estoy bastante yermo
a la hora de inventiva. No tengo relatos, poemas, canciones, temas, reflexiones
que aportar. Simplemente hablo de mi actitud ante el verano y no acaba de
convencerme lo que escribo. Esto es un poco desolador, creo que debería buscar
por los rincones para ver, si como dice Serrat, aparecer alguna musa que venga
a guiar mis palabras porque tal y como está la inspiración estas frases parecen
más dignas de una tertulia estúpida mañanera que otra cosa.
Dicho lo cual,
por darle vueltas a algo, el Levante, en concreto la costa levantina, es un
auténtico desastre -posiblemente el resto de la costa española sea igual-.
Construcciones desordenadas, sin sentido, el caos del cemento con
urbanizaciones imposibles y edificios esquizofrénicos, centros comerciales de
media planta con minigolf, burger y circuito de karts al lado de un banco, una
farmacia y un restaurante italiano. Y todo ello aderezado con carteles en
inglés, ni uno en castellano, ni en valenciano. La costa española está
alquilada a los guiris europeos y los españoles aparecemos por aquí casi en
silencio, de manera sigilosa no vaya a ser que se nos note que somos de las
Alpujarras y el acento no sugiera ni el alemán ni el inglés. Este dislate de
costa lo hemos generado porque nos viene bien, nos da pasta, viene bien para
las arcas y mal para el entorno, y al españolito…que se apañe. Total, llévanos
apañándonos años.
Pero oye, ni
tan mal. Que si te vas a Portugal hay zonas parecidas. Y tampoco es tan
desagradable, total el inglés viene bien para sentirte ciudadano del mundo y,
además, es una forma de agradar a la pérfida Albión, de que se sigan sintiendo
el British Empire, por aquello de seguir campando a sus anchas por el
Mediterráneo, que hace tiempo que es más territorio de las sexta flota yankee
que de la armada británica y los barcos de su majestad.
Y así voy
pasando un sábado de agosto, sin mirar mucho las noticias, que seguro que el
lunes vienen con algo más de suculencia -¿seguirá habiendo serpientes de
verano?-, y desde el apacible territorio de la piel de toro seguimos pensando
en que ser el ombligo del mundo es perfecto, porque así criticamos lo de fuera
y nos erigimos en jueces supremos de lo de dentro. A mí esto me aburre, me
genera sopor y cierta distancia en forma de desprecio, un desprecio vestido con
un atuendo más que evidente de mal rollo. Me parece muy poco elegante estar
todo el día con la superioridad moral…donde esté la superioridad artística que
se quiten los chulos de barrio.
Y creo que ya
es hora de dormir.
Orihuela
2 de agosto 2025
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