viernes, 9 de agosto de 2013

Y venga, y dale...



Reviso mis entradas y son demasiado recurrentes. Quizás porque no pueden ser de otro modo. Hay un faro insistente que avisa de riscos y arrecifes. Y no hago más que referirme a ese risco.

Reviso lo que reviso y me quedo escuchando LoL con Oniria o con una banda de mancos encontrados en la ciudad. Y pienso en cómo fuma o cómo es.

Y Sandance se me acerca haciendo equilibrismos en un piso distinto al veintitrés y ahí aparece como si fuera un reencuentro inesperado que nunca llegará.

Y reviso mis entradas pesadas por el bucle del que no quieren salir, como si no se quisiera despertar de un sueño. Y me acuerdo de que los sueños no son territorio fronterizo para su estancia. Y veo que en dichos sueños ella vuelve a jugar sin que sea inesperado. No, no es inesperado pero es deseado y entonces me dobla el asunto porque no hay forma de entenderlo.

Y la prueba de lo lioso que es todo es que esta entrada va en la misma línea de recordar lo que no sé porqué se recuerda. Pero en realidad si lo sé, lo dejé escrito hace tiempo...

Lo que sí sé es que las letras de LoL me tejen una realidad instantánea para poder comunicarme conmigo mismo, lo cual está muy bien y es de agradecer si quiero oírme. Oirme y oir el mar mientras hay ruidos que aceptamos por detrás. Y me dice que hay ruidos que son todo lo que sabemos. Lo cual hace que te puedas situarte algo mejor.

Y ahí hay cosas o palabras o estrellas que te titilan desde millones de años luz queriendo comunicarte algo, un te amo del otro lado del universo, como pórtico, como los Heechee yendo en naves extrañas que parece que pliegan el universo. Acaso no quise comunicar yo tantas cosas que quedaron varadas en el canal de la voluntad impuesta, en el no quiero entender y lo mejor para ello es no escuchar aunque oiga.

Años sin entender, turbios entendimientos que deciden asentarse como algo real pese a que su realidad es artificial, solo existente por el deseo y no por el subconsciente inmediato.

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