domingo, 20 de mayo de 2018

El libro del horror




Los momentos en que el universo comenzó a caerse quedaron detallados en el libro del horror. Un libro cuyo autor era un camaleón con el curioso don de transformar el color de lo que le rodeaba. Su camuflaje era más bien el camuflaje del entorno, debido a ello era complicado encontrar el paraíso en el que se encontraba, solamente podías ver camaleones.

El libro del horror lo escribió en una cueva donde tenía como compañeros un eupátrida desterrado del Areópago, una princesa somalí, un armadillo amante de Shakespeare –amante real, en sentido físico-, y una dócil gacela que devoraba día tras día varias toneladas de carne de león. El camaleón pedía consejo a todos ellos para completar cada palabra de cada capítulo del libro. Todos ellos habían sido testigos del horror, todos habían llorado o habían provocado el llanto.  Todos y cada uno de ellos contribuía a la descripción del caos en el pensamiento al que un horror sin fin conducía.

Una vez concluido el primer capítulo del libro la princesa somalí comenzó un baile al que llamó “epílogo de lo que está por venir”, mientras el armadillo componía un soneto en alejandrinos donde revelaba el amor por la princesa, el soneto lo gritó en un idioma similar al arameo salvo que el armadillo lo cifraba para que pareciera una lengua no semita, nadie pudo entenderlo. La gacela con desaire y expresión de una pesada comida le espetó al armadillo que era un robot y el armadillo comenzó a llorar.

Entre tanto el camaleón iba preparando el siguiente capítulo, escogía la hoja adecuada, disponía la tinta, cosía el capítulo concluido… Todos los capítulos comenzaban a escribirse cuando el sol asomaba por la hendidura en la montaña que era la entrada a la cueva, y se escribía mientras la luz permanecía. Debido a la disposición de la misma, la luz apenas duraba dos horas, tiempo tras el cual una hoguera iluminaba las caras del grupo que quedaba en silencio hasta que el eupátrida decidía qué hacer hasta el siguiente momento de escritura.

Y el horror se iba apoderando del libro, durante esas dos horas diarias las historias y los recovecos insalubres de las vidas de cada uno de ellos, impregnaban los capítulos, los repletaban de una orgía de caravanas circulares de dolor. Poco a poco todo iba tomando la forma de las lágrimas que brotarían de los ojos de aquellos que leyeran el libro. El futuro de quienes serían apoderados por la tristeza llenaba la cueva.

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