jueves, 25 de marzo de 2021

Crecer es diluirse

 


¿Crecer es diluirse?

A veces la gente no entiende la saturación, la necesidad de desaparecer. No entienden aquello que admiran en otros, pero en lo cercano lo desprecian. Es muy chulo ver la tortura de Caravaggio...pero si la ves a tu lado, en tu pareja, le increpas, le dices que se recupere, que vaya a un psicólogo, que no tiene que estar así. Y tu pareja, esa que se fascina por los escritores torturados del siglo XIX, te exige que tú no seas más que alguien normal, le gusta Baudelaire pero odia que tengas el más mínimo devaneo mental que genere desazón. Tu chica, esa que tanto admira a Jim Morrison, te dice que dejes de echarte whisky en el vaso. Y tus amigos que flipan con Jimmie Hendrix...bueno tus amigos a saber, que lo mismo quieren flipar tanto que les da igual que te quedes tirado moribundo...eso sí, son tus amigos, o quizás no lo sean. Son lo que son.

La gente no entiende de torturas interiores, especialmente la gente que no tiene más preocupaciones que el día a día. Esas torturas que surgen desde el hondo sentir de la inadaptación, trepando desde tu alma hasta tu cabeza para agarrar tus deseos y ponértelos de manera superlativa delante de tu vista. Deseos antiguos que aparecen para que sufras porque no están cumplidos. Esos anhelos que a muchos se les olvida, esos que están a tu alrededor y  que saben vivir sabiendo que eran gilipolleces de juventud, esos deseos que querían llevarte a escribir el nuevo compendio de sabiduría occidental, a componer la nueva música, a comunicar como nadie antes lo había hecho, a ser el ídolo de una nueva generación...y que cuando tienes cincuenta y sabes que es imposible lograrlo, aún sigues pensando en ello porque no puedes soportar la monotonía de lo que te rodea sin darle un azote a tu estupidez y aquiescencia, que no puedes entender que todo aquello del pasado quedara enterrado y que, ni siquiera, se pueda de vez en cuando rescatar para saber lo que queríamos ser. Porque nadie quiere volver a los veinte años, pero no se dan cuenta de que no es volver a los veinte, es simplemente seguir pensando en lo que te hace sentir lo importante de cada minuto sin caer en el pantano de lo gris en el que todos nos sumergimos.

Cuando llegas a los cuarenta te dicen que ya no eres nadie y al cumplir cincuenta te certifican que dejaste de ser tú mismo. Es entonces cuando cualquier intento de reivindicación se toma como una perfecta gilipollez o que está gagá. No puedes cogerte un disco del año 66 y ponerlo una y otra vez porque nadie entiende al viejales. Es cuando no puedes pensar que una chica es mona, eres un viejo verde. No puedes pensar que unos jeans con zapatillas de deporte amarillas molan porque debes llevar chinos con zapatos. Pero sigue teniendo la necesidad de ser lo que querías ser...y quieres desaparecer en la nube imposible que fueron tus aficiones, tus gustos, tus pasiones porque...las sigues teniendo. Sigues descubriendo músicas, del años 2020 o del año 1966, sigues paseando por el borde de los sentimientos, sigues llorando porque una chica no te mira, sigues pensando que unos coros psicodélicos pueden cambiar tu día, sigues en el mundo imposible de lo irreal de hace 30 años pero nadie lo respeta.

Nadie quiere bailar canciones, nadie quiere reírse. Nadie quiere entender que la sonrisa sigue siendo una apuesta. Nadie aborrece de lo sería que se vuelve la vida a partir de los treinta. Y no hay forma de quitarse esa lastra que hace que nuestro globo siga permanentemente anclado a una mina de mediocridad gris bajo la superficie de la felicidad.

No hay forma...amigos...no hay forma. Pero la chica a tu lado sigue maravillada por Caravaggio...pero no quiere a Caravaggio a su lado...quiere al Fred McMurray de El Apartamento.

Madrid, 28 de febrero de 2021

 

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