martes, 10 de agosto de 2021

Sin banda sonora


¿Dónde estás cuando llueve en mi aldea?

Con esta frase Jim el maldito reapareció en la vida de Rose. Ambos eran parte de un cuento que estaba escribiendo. La frase de Jim en realidad era el inicio de un poema que iba a escribir para Rose, llevaban días, meses y años odiándose y añorándose. Con el terror del encuentro y la agonía de la distancia. Jim y Rose no podían dejar de imaginar sus olores en el lecho y la calma de una conversación sobre literatura a la hora donde las misas comienzan en los pueblos de la llanura castellana. Jim era Jaime y Rose era Rosa, pero nunca se llamaron por sus nombres porque les parecía que tenían un velo de desnudez campechana, rayando con lo vulgar, que los alejaba. Jim amaba el repicar de las campanas de la iglesia cada mañana a las 10, poco después de que iniciase su día. Las 10 eran las mejores campanadas, creía Jim, porque aún no se han impregnado del calor de agosto pero tienen tantos toques como para ser un sobresaliente el comienzo de la jornada. Nunca se lo dijo a  Rose, le parecía tan vulgar como su Jaime, no quería que Rose lo juzgara por algo tan cateto, no podía permitirse el perder cierto aire distinguido ante Rose. Ella, sin embargo, se desperezaba con las campanas de las 7 de la mañana y, al llegar las 10, las oía con una sonrisa amplia, con la sensación de que su día ya estaba bien enfocado, mas de un par horas de actividad acumulaba su sonrisa, y el campanario a las 10 en punto se lo recordaba llenándola de un placer casto pero próximo al deseo, tan próximo que derivaba en el sexo antes de que el décimo repique llegara. Si estuviera Jim ahora aquí me lo follaba hasta empaparnos de sudor, así pensaba Rose, pero jamás se lo dijo a Jim, le haría parecer burda, frívola y algo soez ante los ojos del maravilloso y odiado Jim. No podía dejar que su halo de distinción, de dama exquisita, se derrumbara en el pensamiento de Jim.

Esos eran los trazos que iban componiendo los personajes de Jim y Rose. Pero, como otro más de mis cuentos, queda en el archivo de lo inconcluso.

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