Humano, demasiado humano
Hace años que dejé de entender el
comportamiento habitual de los humanos. Mejor dicho, dejé de intentar
entenderlo, nunca conseguí averiguar de manera exacta y precisa el porqué de la
crueldad o el de la mentira constante o el del abuso o el de la falta de
autocrítica como modus vivendi. Dejé de esforzarme por encontrar una
justificación más allá de la propia humanidad.
Decidí interesarme más por los
comportamientos que me generan una sonrisa, si bien los anteriores me siguen
enervando hasta extremos insospechados. Decidí que me gustaba más “El Gran
Gatsby” -pese a su final-, de mi adorado Fitzgerald, que “Menos que cero”, del
señor Ellis. Entendí que mi universo funciona mejor con lo frívolo, pese a que
me genere a veces cierto desprecio por considerar que el mundo es el juego de
la moda, que el desgarrador retrato de la mierda que somos.
Pero, pese a todo, no puedo dejar
de seguir leyendo el infierno de los humanos, sigo escuchando canciones de
horror, sigo mirando la tortura como algo demasiado humano y no puedo evitar
sentirme atraído por lo humano.
Con el paso del tiempo me he dado
cuenta de que, simplemente, me enamora lo humano. Huyo del horror que genera,
ese horror que hace que uno repudie su especie. Pero antes de llegar a ese
horror hay un montón de veredas que recorren todo el paisanaje que significa la
humanidad. Y muchas de esas veredas, de esos vericuetos escondidos en bosques
de normalidad son verdaderamente fascinantes.
Diría que el arte es una clara
demostración de lo que intento explicar, no hay nada que refleje más la
humanidad que el arte. El arte se une a la creatividad, se manifiesta en la
escritura, en la creación de sonidos, en pinturas, en moldeados imposibles
donde una diosa se viste de caimán como Ammit en una onírica visión de los dueños
de la creación del mundo. Zeus toma la forma de un toro para follarse a Europa
–siempre me he preguntado por qué hizo eso Zeus, ¿es más atractivo un toro en
la cama que un dios???-. El arte inventa, coge las palabras, las imágenes y los
sonidos y los transforma para llevarnos a otros universos. El cielo de los
dioses esconde las canciones que los humanos componen gracias a un robo eterno
como el de Prometeo.
Y para qué vale el
arte…posiblemente para nada práctico, a mí me han preguntado por qué repito una
película, ¿qué sentido tiene verla dos veces?...no suelo responder a estas
preguntas. Pero noto como una lágrima se escurre entre los dedos que dibujan mi
pasión por los humanos. Son preguntas de replicantes anteriores a un Nexus
6…sin duda. ¿Cuántos conocen a Deckard?
Volviendo al principio, el
comportamiento habitual de los humanos…me aburre. De manera rotunda y soberana.
Sin embargo el artista me interesa y, a veces, me fascina. El problema, creo,
es que ahora cualquiera piensa que es artista. Y eso me hace volver al
apelativo de poeta. ¿Quién puede llamarse poeta? Pues la verdad es que
cualquier puede hacerlo, cualquier puede decir que es lo que le apetezca. Los
criterios de valor han desaparecido y, además, en cuestiones artísticas se ha
decidido que el baremo es el individual. A ver, quién es nadie para juzgar si
hay es poeta, músico, escultor o pintor…si tu poesía es “hoy estoy jodido
porque no he comido un higo”, o tu obra escultórica es un plátano del mercadona
colgando del techo,…qué más da. Eres poeta, músico, escultor o pintor. Pues
claro que sí… pues para mi no.
El poeta Joaquín Sabina, también
músico, dijo una vez que el soneto es el ruedo donde los poetas toman la
alternativa –creo que no lo dijo así pero me permito la licencia-, y no puedo
estar más de acuerdo.
En fin…pese a que sigo
prefiriendo “Suave es la noche” a “American Psycho” no deja de fascinarme el
comportamiento humano que se aleja de lo aburridamente normal, correcto y sin
personalidad.
Dicho esto, dame belleza, que eso
me enamora.
Madrid 30 de julio 2025
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